Café Central: casi 24 años de arte local, surf y alma de barrio
Hace casi un cuarto de siglo, José y María dieron el salto al vacío desde oficios que nada tenían que ver con la hostelería. Hoy, Café Central es un lugar vivo: galería espontánea, refugio de surfers y emblema sentimental de Guanarteme

José Manuel Borges y María Valero, propietarios de 'Café Central', / LP / DLP
Al albedrío de la calle Numancia, se halla un establecimiento sin wifi pero con alma. Un lugar donde las conversaciones no se ahogan entre notificaciones, sino que flotan entre risas y aroma a fajitas, Café Central sobrevive al paso del tiempo y a las modas como un bar que se inventó a sí mismo, hace casi 24 años, cuando en Guanarteme no había más que sol, viento y muchas ganas.
«Nos lanzamos sin pensarlo», recuerda María, que por entonces era encargada en Massimo Dutti. Mientras, José pintaba fachadas. Lo vieron claro una noche en Corralejo, Fuerteventura, viendo cómo un amigo llenaba su bar de copas. Lo demás fue intuición y vértigo. «No veníamos del mundo de la hostelería. ¡El primer día me levanté llorando de los nervios!», confiesa ella. «Yo ya estaba loco por abrir, llevábamos muchos meses con las obras», añade él.

Interior de Café Central y parte de la exposición de Juan Carlos Castillo. / LP / DLP
Corría diciembre del 2001 y no había un solo bar como el suyo en todo el barrio. «Era llegar el viernes y todo el barrio venía a beber», revelan recordando viejos tiempos. Pero esa energía inicial, más cercana a la fiesta que a la cocina, los llevó a transformar el local casi de inmediato. «En menos de un año quitamos la barra del medio, la pusimos al fondo y empezamos a meter comida», explican.
Paredes vivas
Desde entonces, el alma de Café Central ha sido la mezcla exacta entre comida sencilla, cariño a raudales y un compromiso auténtico con la cultura local. Cada mes, las paredes cambian de piel para dar paso a exposiciones de artistas emergentes o consagrados, sin cobrar ni un euro. «Tenemos una lista. Vienen ellos, no los buscamos», explica José. «Desde niños hasta personas mayores. Aquí han colgado fotos, pinturas… incluso tablas de surf decoradas», comparte echando la vista atrás y recordando a la cantidad de artistas que han pasado por su local.
«Desde niños hasta mayores, aquí han colgado fotos, pinturas y tablas de surf decoradas»
El espacio, aunque limitado, ha sido escenario también de actuaciones musicales y hasta recogidas de alimentos. «La música duró poco, por los vecinos y el ruido», cuenta María. «Pero fue bonito mientras duró», recuerda. Algo que sí perdura con el paso de los años son las exposiciones fotográficas que hacen tan característico a Café Central. Ahora mismo, las imágenes de Juan Carlos Castillo, un fotógrafo bohemio que ha pasado por Madrid y Francia, decoran el lugar. «Nos conocimos por una vecina, le habló de nosotros y se animó a exponer».

Fragmento de la actual exposición de Juan Carlos Castillo en Café Central / LP / DLP
Cocina honesta
Si hay algo que no ha cambiado, es la manera en la que entienden la gastronomía: con honestidad, sin artificios ni grandes pretensiones. «Al principio nos pedían un café americano y yo no sabía ni qué era», admite José entre risas. «Lo preguntaba con sinceridad y lo hacía como me decían. Así fui aprendiendo», comparte demostrando que con naturalidad y curiosidad se puede llegar muy lejos.
Las ensaladas y las fajitas siguen siendo el corazón del menú. «Antes lo hacíamos todo al momento, hasta cortar el pollo», explica María . «Ahora ya es imposible, pero intentamos mantener la calidad y la esencia», reconoce. Todo eso sucede, además, tras el telón de la cocina, donde María y José siguen al frente: «Nunca hemos delegado del todo. Estamos ahí porque queremos y porque somos estrictos. Es nuestra responsabilidad».
Barco propio
Llevan 30 años como pareja y más de dos décadas compartiendo turnos, estrés, alegrías y decisiones. «Desde que empezamos, seguimos igual: al pie del cañón», dicen. Lo han hablado: abrir otro local, delegar más, ampliar la cocina… Pero la realidad se impone. «Cada vez tenemos menos fuerza. Ya pensamos diferente», admite María. Sin embargo, su propietaria es consciente de que «hay muchas familias que dependen de este sitio. Somos nueve personas. Hay que seguir».
A pesar del desgaste, el amor por lo que hacen sigue presente. «A mí me encanta lo que hago. Solo que me gustaría tener más tiempo fuera, no estar tantas horas aquí», confiesa. Es el precio de la constancia, de la fidelidad a un modelo en el que creen. «Cada día hay que probarlo todo. Es nuestra responsabilidad con quien viene a comer», meditan sobre la importancia de cada detalle.

Jose y María, propietarios de Café Central. / LP / DLP
Comunidad
En estos 23 años, el bar ha cambiado tanto como el barrio: «Yo me crié en Guanarteme y compararlo con ahora me choca. Éramos cuatro pelagatos y ahora somos miles. Pero también llega gente muy buena. Se trata de saberlo llevar». Las transformaciones urbanas pueden diluir la identidad de un lugar, pero Café Central parece inmune. No por marketing ni por nostalgia forzada, sino porque ha sabido crear comunidad. «Hay clientes que se conocieron aquí, tuvieron hijos, y ahora esos hijos vienen solos al local. Eso impresiona», expresan. Y hay algo más poderoso que la permanencia: la entrega. María lo resume con una frase sencilla, pero honda: «Lo intentamos hacer siempre lo mejor posible. Con cariño, con sinceridad. Y la gente lo nota».
«Lo intentamos hacer siempre lo mejor posible. Con cariño y sinceridad, la gente lo nota»
Café Central no se visita: se habita. Su autenticidad lo hace único y reconocido en su barrio natal. Y aunque sus dueños sueñen a veces con más tiempo libre, siguen aquí. Atendiendo, cocinando, cediendo sus paredes, observando cómo el barrio muta a través del cristal. Al final, en este rincón de Numancia, sigue viva una verdad rara de encontrar: que los lugares también tienen alma. Y que a veces, esa alma se llama José y María.
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