Programa
Tôhô, la patente de los éxitos
Arranca en la Casa de Colón la vigésimotercera edición de la Semana del Cine Japonés organizada por Vértigo y comisariada por el crítico, arquitecto e historiador Aythami Ramos

Un fotograma de la película ‘47 Ronin’, de Inagaki. | / LP/DLP
A punto ya de cumplir sus bodas de plata, la Semana del Cine Japonés de Las Palmas, cita imprescindible para cualquier interesado o interesada en el conocimiento de esta fascinante y semidesconocida cinematografía, emprende mañana su vigésimotercera edición con la proyección en la Casa de Colón -sede oficial de esta muestra desde su creación en el año 2002- de cinco filmes producidos por los legendarios estudios Tôhô entre 1937 y 1962, la selección de cuyos títulos responde, según Aytami Ramos, comisario de la muestra, a los cambios sustanciales que atravesó aquella mítica compañía antes de transformarse, años después, en la Shin-Tôhô, a imagen y semejanza de las grandes multinacionales del sector afincadas en Hollywood durante los años cincuenta y sesenta.
Al amparo de esta emblemática firma se congregarían nombres canónicos de la cultura contemporánea nipona, como Akira Kurosawa, Nobuo Nakagawa, ishiró Honda, Hiroshi Inagaki, Kaneto Shindo, Yasuhiro Ozu, Kon Ichikawa, Iroshi Shimizu o Mikio Naruse, autores que siguieron incorporando valiosas aportaciones a lo largo de sus respectivas carreras a una de las cinematografías orientales más veneradas por la comunidad cinéfila internacional, especialmente tras el aclamado estreno en 1951 de Rashomon (Rashomon, 1950) en la Mostra de Venecia –galardonada con el Leon de Oro- como punto de reencuentro de Occidente con el cine japonés tras más de seis años de divorcio cultural con aquel país a tenor del ostentoso distanciamiento que sufrieron las relaciones bilaterales con la mayoría de los estados europeos.

Carteles de algunos de los filmes programados en el ciclo dedicado a la factoria Tôhô. / La Provincia
A las seis de la tarde del martes 22, antes de la proyección del largometraje Avalancha (Nadare, 1937), de Naruse, Ramos impartirá una conferencia (Caballos desbocados. Los años salvajes de Shin Tôhô) que versará sobre el tema alrededor del cual han gravitado los criterios de selección de la presente edición y que hablará, sobre todo, a propósito de aquellos nombres y títulos que hicieron posible el milagro de la innovación a la sombra de una de las majors más acreditadas y prolíficas en la órbita del oriental. Con Honda y Kurosawa como ayudantes de dirección, Naruse, escritor y productor a la sazón, dirige en 1937 Avalancha, a partir de un guion propio donde se exploran los conflictos sociales en un mundo atravesado por los convencionalismos morales de una sociedad anclada en sus viejas y trasnochadas tradiciones y en los preparativos para el inicio de una de las guerras más devastadoras registradas en el siglo XX.
No añoro mi juventud (Waga seishun ni kuinashi, 1946), uno de los trabajos menos conocidos del maestro Kurosawa, inspirado en un guion de Keiji Matsuzaki, Eijiró Hisaita y del propio Kurosawa, relata la historia de un viejo profesor universitario a principios de los años treinta, cuyas ideas progresistas le provocaron su inmediata expulsión de la universidad de Kyoto en medio de la irrespirable atmósfera belicista que recorría casi todo el país en vísperas de la invasión del Ejército imperial de Manchuria. Además, aquella sería una de las primeras películas que rompería con el silencio político impuesto por la dictadura durante los años que duró la invasión de China y la consiguiente participación de Japón en la segunda guerra mundial.

Tôhô, la patente de los éxitos / La Provincia
A muchos de los que ya peinamos canas no se nos podrá olvidar bajo ningún concepto el estreno, en el cine Capitol, si la memoria no nos traiciona, de uno de los primeros filmes de terror que agitaron nuestra infancia ingenua y amordazada, una película plagada de monstruos antediluvianos que sembraban la muerte y la destrucción a su paso por las bulliciosas calles de un Tokyo horrorizado. Con el paso del tiempo se desarrollaron decenas de remakes, no solo en Japón, sino en la propia industria de hollywoodense, pero ninguno de esos remakes ha logrado asentarse en nuestra memoria con la misma impronta que lo hizo la versión primitiva. Pues bien, la sesión correspondiente al miércoles 23 la ocupará esa inolvidable película: Japón bajo el terror del monstruo (Gojira, 1954), de Inoshiro Honda, un irrefutable clásico del fantastique a nivel mundial que nace básicamente de la reunión entre tres acreditados profesionales que ya habían trabajado juntos: el propio Honda, el productor Tomoyuki Tanaka y el técnico de efectos especiales Eiji Tsuburaya. Padres pues del Kaiju eiga (filmes de monstruos), a partir de una historia escrita por Shigeru Kayama, novelista especializado en historias de terror y ciencia-ficción que, desde entonces, se convierte en uno de los soportes literarios del bloque fantacientífico en la dilatada filmografía de Honda y de un género genuinamente japonés que navega, en clave metafórica, por las aguas de la reflexión histórica tras los espantosos episodios de destrucción y muerte sufridos por el pueblo nipón tras los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki.
A medio camino entre el thriller y el cine de terror, Infierno (Jigoku, 1960), de Nobuo Nakagawa, descubierta por este comentarista en una memorable retrospectiva organizada hace unas dos décadas por el Festival de Sitges, es una de las películas más peculiares e inclasificables entre todas las que componen la filmografía sobresaliente del cine fantástico japonés, dividida en dos partes.

Tôhô, la patente de los éxitos / La Provincia
La primera se basa en el contraste moral e interpretativo, entre los personajes del malvado Tamura (encarnado por un soberbio Yoichi Numata), e incorpora una atmósfera nocturna en la onda de la que entonces aparecía en numerosos thrillers europeos y estadounidenses. La segunda parte transcurre, literalmente en el infierno, más según el credo budista, que asigna zonas diferentes con arreglo a las torturas y agonías que corresponden a cada “pecador”, atendiendo al dictamen que emite el juez supremo del averno. Película de culto rodada con escasos medios, pero provista sin embargo de una potente e irresistible energía visual. Posiblemente se trate de una experiencia cinematográfica tan rica, viva y subyugante como, por ejemplo, la memorable y espectral El más allá (Kwaidan, 1964), de Masaki Kobayashi; la inolvidable La historia sobrenatural de Yotsuya en la región de Tokai (Tokaido Yotsuya Kaidan, 1959), de Nakagawa, o Los tres tesoros (Nippon tanjo, 1959), del prolífico Hiroshi Inagaki, visionadas ambas en la citada retrospectiva de Sitges.
Precisamente será Inagaki, miembro histórico de la escudería Tôhô y autor de más de cien largometrajes, el encargado de cerrar la muestra el viernes 25 con su filme 47 Ronin (Chûshingura, 1962), una de las miradas más oblicuas y personales sobre el mito tradicional de los samuráis y de sus ronin (los legendarios guerreros a sueldo de los señores de la guerra) que revela una sensibilidad muy especial para abordar un tema de tanto arraigo en el imaginario colectivo de aquel país.
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