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La eterna sonrisa de María Anchieta

Dulce Xerach Pérez le daba a casi todos los palos culturales. Arte plásticas, música, arquitectura... Era lo que en este territorio fragmentado se denomina una jiribilla que un día se propuso escribir. Así fue cómo nació la inspectora María Anchieta, un alter ego que supo cuidar de su eterna sonrisa.

Dulce Xerach Pérez le daba a casi todos los palos culturales.

Dulce Xerach Pérez le daba a casi todos los palos culturales. / El Día

Santa Cruz de Tenerife

El día que anunció que había escrito una novela muchos percibieron una sorpresa parecida a la que ayer se llevaron en el instante en el que las redes sociales difundieron su muerte. Pocos, muy pocos, conocían que Dulce Xerach llevaba un tiempo refugiada entre las páginas de un thriller del que nació la inspectora María Anchieta, una trama con texturas negras que quiso escribir en primera persona. «Hacer algo coral supone un esfuerzo mayor, quiero que la gente lea este libro tal y como se lo estoy contando... Que vean cosas de mi en el personaje y en el entorno en el que se mueve», precisó en uno de sus primeros careos con un periodista ya como escritora.

Entonces reveló que la llamó María por la contundencia de un nombre de mujer latino y que le endosó el apellido de Anchieta en honor a un «humanista universal» que llegó a ser el fundador de las ciudades de Sao Paulo y Río de Janeiro. Así, con naturalidad y sin grandes pretensiones, logró armar un universo en el que se «empadronaron» títulos como Asesinato en una playa de Londres, Muerte en la Bienal de Venecia, Robo en Sao Paulo o Secuestro en Hong Kong. En ese salto al sector de las librerías ficcionó las rutinas de un presidente de Canarias y mostró muchas pistas a los lectores sobre cuáles habían sido los impulsos innatos que le llevaron a un mundo que desconocía, pero que con el tiempo llegó a dominar con la misma facilidad con la que hablaba de temas relacionados con la propiedad intelectual y el patrimonio cultural. De hecho, asumió sin miedo el liderazgo de una corriente literaria de mujeres que se dio a conocer como Generación I y que encontró en este medio de comunicación un altavoz para calibrar la intensidad de los latidos de unas creadoras dispuestas a romper con todas las reglas establecidas, es decir, al más puro estilo Dulce Xerach. Gente atrevida con una generosa capacidad de entretener a los lectores.

A pesar de sentirse identificada con María Anchieta y compartir sus investigaciones, nunca ocultó sus sentimientos a la hora de confesar que «ella es mejor que yo», soltaba como quien no quiere la cosa para que el entrevistador le siguiera tirando de la lengua de forma sibilina. Entonces, recolocaba su delgado cuerpo en el sillón y disfrutaba narrando: «María es más callada que yo, ella se mueve mejor entre los silencios y, sobre todo, habla mejor inglés que yo», enumeraba entre carcajadas y consciente de que acababa de asestar un golpe de curiosidad con el objetivo de alargar un poquito más una conversación en la que abría y cerraba conexiones entre la autora y el personaje principal: «En algo sí que nos parecemos... [estiraba la intriga]. A las dos nos gusta viajar, los desayunos en los hoteles y descubrir mundos nuevos en lugares extraños», resolvió.

Pero es que además de María Anchieta, en sus capítulos revivió al expresidente Adán Martín con el único objetivo de mantenerlo vivo en su memoria. Del hermano de su esposo decía que era una especie de «Sócrates que hablaba con solidez». Él fue uno de sus sustentos mientras estuvo en política. «Es uno de los mejores que he conocido», presumía con la misma alegría con la que soltaba alguna pista sobre lo que tenía entre manos. El guion de otra novela, una exposición en el Círculo de Bellas Artes de Tenerife, institución que llegó a presidir, o un viaje que le servía para confirmar que la profundidad de un universo que quiso explorar a golpe de asesinatos en compañía de María Anchieta: dos mujeres, pero una única sonrisa: la eterna felicidad de un ser que supo alejarse de la política para volver a reír.

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