Hugo Mujica: el don de la renuncia
Dotado de un misticismo sobrio y de un «silencio propio», el poeta argentino obtuvo esta semana el premio Loewe

Hugo Mújica / Edu Carrera
Antonio Puente
«La noche / no es no ver / es ver la noche», ha escrito como una consigna de su poesía, el sacerdote argentino Hugo Mujica (Buenos Aires, 1942), de 82 años, que esta misma semana ha obtenido el Premio de Poesía Fundación Loewe, por Las hojas, la brisa, y la luz danza las sombras. De él se ha destacado también, con acierto, que es un poeta con «silencio propio». Como ha definido ahora el jurado su nuevo poemario, se trata de «una meditación contemplativa», con poemas guiados por una «absoluta pureza», que «invitan a la reflexión y a una espiritualidad no dogmática».
La publicación de la que hace 20 años era su Poesía completa 1983-2004 (Seix Barral, 2005) mostraba un despojamiento pleno, hacia la palabra liberada de lenguaje, que en libros posteriores, como Y siempre después el viento, incluso, se acentúa. Así en los brotes de sus poemas aforísticos, concebidos «como un relámpago / sin cielo ni trueno».
Con la edad, su obra se ha vuelto cada vez más explícita en la celebración de la renuncia («la plegaria del abandono», «el vacío es el don», «soy lo que ya no espero»...) y en la voluntad de ascetismo poético: «Cuando el alma ya es carne, / cuando se vive desnudo, / todo el afuera es la propia hondura, / desde cada otro / se escucha el propio latido».
Sin embargo, su clara predisposición al silencio no elude la voz del rastreador poético, que lo tantea y apuntala; como si el blanco de la página mostrara también el dardo que lo imposibilita («la vida, esa derrota abrazada», expresa).
Acaso es ese aperturismo paradójico —razonador y desértico, minimalista y maximalista, a un tiempo— la peculiar baza de Hugo Mujica, quien, en el conjunto de su obra, más que poseer el silencio, lo acorrala y trampea.
Así, la renuncia franciscana que propugna se sitúa en un umbral que serviría también de pórtico al mismísimo Nietzsche: «Hay que adentrarse / en el desierto / para dejar atrás los espejismos»; «No hay otro lado, saberlo es el otro lado»... O, en fin, «Ver no es abrir los ojos, / es arrojar a un lado el bastón blanco: / osar andar / sobre el saberse perdido».
Más que oportuno para estos tiempos de ansioso confusionismo resulta hoy su emblemático poema Renuncia:
«La búsqueda no es un ir. / Menos aún es estar llegando; // es soportar / la ausencia de lo que buscamos: / dejarse encontrar / en la renuncia a lo esperado».
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