Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Entrevista | Miguel Rellán Actor

Miguel Rellán, actor: "Vivimos en una sociedad en la que impera lo banal, lo estúpido, lo superficial"

El actor aterriza en el Teatro Cuyás de la capital grancanaria los días 17 y 18 de octubre con la obra 'El maestro Juan Martínez que estaba allí', dirigida por Xavier Albertí y basada en una novela de Manuel Chaves Nogales

El actor Miguel Rellán.

El actor Miguel Rellán. / Víctor Gómez

Martina Andrés

Martina Andrés

Las Palmas de Gran Canaria

¿Cómo afronta la representación de El maestro Juan Martínez que estaba allí en Gran Canaria?

La afronto con mucha alegría y con mucha felicidad, me encanta mi oficio y estar en el escenario. Y encantado de ir al Teatro Cuyás, al que voy casi todos los años, dicho sea de paso, con una función o con otra. Lo que pasa es que, en este caso, en vez de estar rodeado de compañeros magníficos, estoy solito. La responsabilidad, para bien o para mal, es mía nada más.

Viene con una obra basada en el libro de Chaves Nogales con el mismo nombre, ¿qué fue lo que más le atrajo de la historia y del personaje?

Yo conocía, en gran parte, la obra de Chaves Nogales, que estuvo durante mucho tiempo silenciado y que salió adelante gracias al buen hacer de la editorial Acantilado. En ningún momento se me ocurrió que yo iba a poder hacer un monólogo de Juan Martínez. Fue una propuesta de Xavier Albertí, maravilloso director. Éramos muchos los que pensábamos que Juan Martínez no existía, que era un invento de Chaves Nogales, que conoció a alguien similar por Europa y reunió la peripecia vital de este, con la anécdota de este otro, y creó una especie de personaje que se llama Juan, como muchos españoles, y Martínez como la mitad de ellos. Pero no. Existió Juan Martínez.

¿Y quién era Juan Martínez?

Lo conoció Chaves Nogales en París. Era un bailador de flamenco, según decía, habría que ver el flamenco que bailaba él, que a principios de siglo estaba casado con una chica, Soledad. De pronto, los contratan para ir a bailar flamenco a Turquía, a Constantinopla. Y como les pagaban bien, se van para allá. Pero les toca la guerra del 14 y las pasan canutas. Entonces, alguien les dice que es mejor que se vayan a Rusia. Pero es que llegan allí y les pilla la Revolución de 1917. Es posible que a un ser humano le pasen tantas cosas, pero es poco probable. ¿Y qué es lo que ocurre con Juan Martínez? El legado que hay que sacar de su vida es que no hay que rendirse nunca. Este tipo no se rinde nunca. Nunca. A pesar de que el mundo se le pone en contra. El tío es un pícaro. Muchas veces se habla de la picaresca española. Estarás de acuerdo conmigo en que a veces somos muy generosos y no hay que hablar de picaresca, hay que hablar de delincuencia. La picaresca española se ha llevado miles de euros. Juan Martínez es un pícaro porque en su posible delincuencia llega a hacerse pasar por italiano para poder entrar en un sitio. Si le dicen que allí el flamenco no gusta, él dice que baila el tango argentino. El tío es un superviviente. Además, valora mucho la bondad. Y puso cuidado en no perjudicar a nadie. Era una buena persona, pero un superviviente. Y después lo cuenta con humor.

¿Por qué?

Por dos razones. En primer lugar, porque está contento de haber sobrevivido. Está muy contento y dice: 'miren ustedes lo que me ha pasado'. Y en segundo lugar, porque a menos que sea una tragedia, todos contamos las desgracias riéndonos. Eso es lo que le pasa a Juan Martínez. Que lo cuenta con humor, porque ha sobrevivido, claro. Y no ha llegado la sangre al río. Hombre, no podemos contar con humor una cosa trágica, si muere un familiar o un amigo. Pero, por eso, Juan Martínez resulta al final entretenido, emotivo y divertido.

¿Qué siente cuando termina la obra y empiezan los aplausos?

El público nunca es igual. La representación nunca es igual. Yo no estoy igual siempre. Un día estoy más cansado, otro día de otra forma. En las representaciones saludo y doy las gracias, pero me voy insatisfecho porque es muy difícil, en un concierto tan largo, no dar una nota mal. Y entonces empiezo a pensar en que esto tendría que haberlo hecho más lento, más de una forma o más de otra. Siempre me voy con mucho agradecimiento pero pensando: 'mecachis en la mar, a ver si mañana doy la nota esta, que en vez de un re, me ha salido un fa'.

Lo afronta con muchas ganas, pero termina insatisfecho.

Sí, porque también ocurre que una cosa es lo que yo siento que era un fa sostenido, y era un fa natural, y otra cosa es lo que recibe el público. Si puedo hablar con los espectadores y digo; '¿han visto ustedes que era un fa sostenido y he dado un fa natural?', ellos me dicen que les ha encantado. Y claro, me da igual la nota que haya sido. Ellos se emocionan, les ha gustado. Pero yo lo sé. Esa es una pelea que tenemos todos, es inevitable. Mi trabajo, como el tuyo depende de la subjetividad del otro.

Usted empezó estudiando Medicina y luego dio el salto al teatro, en un momento en el que había mucha ebullición en el país. ¿Cree que a día de hoy falta un contexto más bullicioso que haga que los jóvenes quieran dar el salto al teatro?

Hay muchos jóvenes que lo hacen. Lo que pasa es que estamos en un momento en el que parece que impera lo negativo. Hace mucho más ruido que lo positivo. Que yo sepa, ha habido dos intentos en la historia del periodismo de hacer un periódico exclusivamente de buenas noticias y ha durado dos días. Supongamos que estamos en Las Palmas y por la calle Triana alguien mata a alguien. Eso abre los periódicos y los informativos. Pues seguramente, en algún hospital, a estas horas, hay un equipo de 30 personas cambiándole el corazón a una criatura, que lo hacen estupendamente, que van a salvar la vida de un ser humano, que cobran poco y no va a salir en ningún sitio. En cambio, el imbécil que atropella a una ancianita en un semáforo, abre el telediario. Yo soy optimista por nacimiento, pero me cuesta mucho trabajo serlo tal y como está el mundo. Vivimos en una sociedad en la que impera lo banal, lo estúpido, lo anecdótico, lo superficial. Esto no quiere decir que haya gente joven absolutamente maravillosa y, por supuesto, dedicada al teatro y a la investigación y a lo que tú quieras. Lo que pasa es que no hace ruido. Pero ya lo creo que hay. Mucho más seguramente que en la época a la que te refieres. En la época de Franco, la censura, la dictadura, te echaban para atrás. Hacer teatro, aparte de que era mal visto, todavía y era una cosa de fulanas y de mariquitas. Con la sombra de la dictadura era difícil ser rebelde. Lo éramos unos cuantos, pero te jugabas el pellejo. Era otra época. Ahora hay muchísima más libertad. Hay toda la libertad.

Tracking Pixel Contents