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CRÍTICA

Comedia vitriólica

‘Lo carga el diablo’, de Guillermo Polo.

‘Lo carga el diablo’, de Guillermo Polo. / LP

Claudio Utrera

Claudio Utrera

La jornada de hoy viene precedida por un ligero cambio de paradigma en la tónica general de la programación, paradigma que aporta, evidentemente, un elemento innovador, fácilmente asimilable por los espectadores que no vivan excesivamente sujetos a una idea monolítica sobre los criterios de selección. Que Ibértigo haya incluido este año en su programa una comedia es, sin duda alguna, un hecho sorprendente. No solo porque semejante decisión no suele ser norma habitual en esta muestra, sino porque indica, tal vez, una posible relajación de la rigurosa y plausible línea editorial que llevan practicando sus programadores desde sus más de veinte años de existencia en la vida cultural de nuestra ciudad.

Como género dotado de tanta dignidad artística como cualquier otro, no tenemos el menor reparo en admitir que, en efecto, se trata de un paso coherente en cuanto a la ampliación y enriquecimiento de su oferta, que no invalida en ningún caso la fuerte apuesta por ese otro cine absolutamente imprescindible que nos invita cada año a participar de la reflexión acerca de temáticas y de ideas que siguen intentando dibujar la complejidad de un mundo, el latinoamericano, cada vez más complejo, violento y contradictorio.

Lo carga el diablo, del cineasta valenciano Guillermo Polo, única representación del pabellón español en la presente edición, comparece esta tarde en la Casa de Colón, tras su gira por certámenes tan icónicos como el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, el Miami Film Festival y la Seminci de Valladolid.

La película, narrada en clave de comedia negra, e interpretada, con notoria solvencia, por un conjunto variopinto de actores y actrices —entre los que cabría destacar a los intérpretes canarios Antonia San Juan, Luifer Rodríguez y Pino Montesdeoca— narra las rocambolescas vicisitudes de Tristán (Pablo Morinero), un joven aspirante a escritor, en su empeño por transportar el cuerpo congelado de su conflictivo hermano Simón (Mero González) desde su Asturias natal hasta la ciudad de Benidorm, según indicaciones recibidas previamente del propio Simón antes de que éste decidiera acabar definitivamente con su vida.

En su segunda parte, el filme adquiere, repentinamente, una nueva e imprevisible deriva y donde la sorpresa que envolvía sus primeras secuencias se convierte, hasta las escenas finales, en una trama cargada de una inesperada tensión ambiental resuelta mediante unas ciertas dosis de violencia y salpicada, al mismo tiempo, con algunos guiños cinéfilos referidos, por ejemplo, al cine de David Lynch (la huida del perro con la mano del supuesto cadáver en su boca), así como a situaciones trufadas de citas clásicas sobre la desopilante historia de este género.

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