Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

En el camino de Tolstoi y Chéjov

Vladímir Sorokin, el escritor más disidente de Rusia, retrata un país regido despóticamente por un Gran Soberano en los 15 cuentos recogidos en ‘El Kremlin de azúcar’

Vladímir Sorokin

Vladímir Sorokin / PI

Francisco Recio

A sus 70 años, Vladímir Sorokin (Bykovo, Moscú, 1955) sigue ostentando la etiqueta de «gran pesadilla literaria de Vladímir Putin» por sus demoledoras opiniones sobre Rusia y sus críticas a su autoritarismo, siempre provocadoras y punzantes. Así es su literatura, donde retrata en fábulas y visiones futuristas los peligros que acechan a una nación donde el riesgo del absolutismo y el delirio imperialista sigue presente, aunque ya no haya zares o bolcheviques.

La deriva actual del régimen surgido de la caída del comunismo soviético, su escasa amistad con los derechos humanos y la democracia, y su apego a fórmulas propias de un estado terrorista que han desembocado en la invasión de Ucrania, hacen necesario —y socialmente higiénico— la denuncia intelectual de escritores como Sorokin, un autor curtido en luchar contra corriente cuando sus primeras obras fueron prohibidas en la Rusia soviética y solo durante la perestroika comenzaron a aparecer.

Acantilado nos trae ahora El Kremlin de azúcar, una colección de 15 relatos, escritos en 2008, pero que mantienen toda la frescura y vigencia necesarias para ser leídos como recién escritos, tal es la clarividencia de Sorokin.

Como en una de sus novelas más conocidas, El día del oprichnik, Sorokin traslada la fábula de estos relatos a la Rusia de 2028, a un país regido de forma despótica por el gran soberano, a quien todo pertenece: vidas, hacienda, honor y muerte. El país está siendo cercado por una gran muralla, a cuya construcción todos los ciudadanos deben contribuir, una muralla que señala y advierte del peligro del aislamiento de Rusia de Occidente.

Los relatos de El Kremlin de azúcarEl júbilo de Marfusha, El atizador, La carta, La fila y el resto— van describiendo en clave de fábula el futuro de una Rusia no muy lejana. Una nación que vela por la vida de sus súbditos a cambio de que estos amen a su Soberano por decreto. Un pueblo vigilado por un gobernante omnipresente, rodeado de leales que le protegen y que se erigen en dueños de la vida y la muerte de todos.

Aquí aparecen, como en otras novelas anteriores, los oprichnik, herederos de la policía política zarista, los integrantes de la sanguinaria guardia personal de Iván el Terrible. Ellos eran los dueños de la vida y la muerte de todos los desgraciados súbditos del zar. Una mafia sangrienta encargada de eliminar a los enemigos del imperio y tener acceso a todos los privilegios negados al pueblo. Ahora, en la Rusia controlada por el Gran Soberano, ellos siguen oprimiendo cualquier sueño de libertad.

Sorokin se explaya planteando en estos cuentos, con un estilo moderno, casi internauta, un deprimente fresco del Moscú actual: jóvenes caídos en las redes de la droga, el sexo como moneda de cambio, mafias que matan y extorsionan como quien hace la compra.

La literatura rusa actual tiene en Sorokin a uno de sus narradores más privilegiados. Gran dominador de la sátira mordaz y punzante, con un estilo narrativo fresco y audaz, rehace el camino que siguieron maestros como León Tolstoi y Antón Chéjov, a caballo entre el siglo XIX y el XX, si bien ese camino no ha hecho más que comenzar y deberá confirmar —o no— en el futuro esas expectativas literarias.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents