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Teatro Cuyás | 'Un tranvía llamado deseo'

Nathalie Poza, actriz ganadora de dos Premios Goya: "Los seres delicados acaban aplastados y a nadie le importan"

La intérprete encarna a Blanche Dubois en el clásico ‘Un tranvía llamado deseo’, rol en el que no solo pone su piel al servicio del texto, sino desde el que observa la fragilidad de una sociedad despiadada

La actriz Nathalie Poza.

La actriz Nathalie Poza. / Kiko Huesca/ Efe

Las Palmas de Gran Canaria

Estuvo en el Teatro Cuyás en 2015 para la gira de Desde Berlín con Pablo Derqui, y casualmente, coincide de nuevo con él en Un tranvía llamado deseo. ¿Cómo es el Stanley Kowalski de Derqui?

Le he acompañado con todo el amor que he podido, y seguimos en ello. Es un personaje dificilísimo y él ha tenido la valentía, el coraje de ponerse en un personaje que además está muy idealizado por lo que supuso la película con Marlon Brando. Es muy difícil afrontar a Kowalski, que es un hombre muy desesperado, un migrante que necesita reafirmar su identidad. Lo afrontamos haciéndonos preguntas constantemente y poniéndole su propio instrumento, su propio cuerpo al servicio de ese personaje. Hay todavía escenas en las que seguimos descubriendo. Quizás tiene el papel más complicado de la función.

¿En qué etapa de vida está Un tranvía llamado deseo?

Cuando un texto es tan potente te obliga a abordarlo de una manera muy verdadera. Estamos todos muy comprometidos con la historia que contamos, con la palabra de Tennessee Williams, que él mismo decía que los actores son la sangre que corre por sus venas y le dan vida. Le estamos dando voz. Y sigue siendo muy vigente porque es un texto que habla de la ausencia de compasión, de la muerte, de la poesía, del auge de un capitalismo incipiente… Y mira cómo estamos ahora.

Nathalie Poza en 'Un tranvía llamado Deseo', dirigida por David Serrano.

Nathalie Poza en 'Un tranvía llamado Deseo', dirigida por David Serrano. / Elena C. Graiño.

Un retrato contemporáneo.

Hay tantos asuntos que siguen siendo cuestiones que nos interpelan como seres humanos. La violencia de género también está muy presente en la función; también el asunto femenino, sobre todo en las dos hermanas, Blanche y Stella, mujeres atrapadas en un mundo muy violento y masculino. Es una obra muy realista en cuanto a la puesta en escena, con un texto que en su día era muy moderno. Todo lo que ocurra en la acción, cómo estemos nosotros y cómo está el público, hace que cada función sea única. En Valladolid incluso tuvimos pequeños accidentes que para mí son oro puro, que consiguieron que se te revelen cosas nuevas. Se partió una silla en una pelea, lo que significó la ausencia de ese mueble en una escena posterior... Eso solamente me ocurre en el teatro. En ese encuentro donde la vida se reproduce ahí arriba y se crea la magia teatral.

¡En qué aprietos les pone a ustedes el caprichoso teatro! Obligándoles a reinventarse desde la incomodidad...

Da un poco de miedo porque pasan cosas que no te esperas, pero normalmente siempre redirigen la función a un lugar muy verdadero. Tienes que aprovechar los accidentes para redirigir el momento en el que estás.

Tennessee Williams escribió este texto para la Nueva Orleans de posguerra. Usted misma decidió volver a este texto que interpretó con 20 años. En este punto de su vida, ¿qué voz trae a Blanche que entonces no podía pronunciar?

Los textos de Tennessee Williams son fantásticos para entrenar el instrumento actoral. Convertí este en el personaje que estudié durante los dos últimos años en la Escuela Cristina Rota, pero evidentemente me quedaba todo por vivir, por experimentar y sufrir. Blanche es una mujer que hay que explorar en la escena cuando ya tienes cierta edad. Todavía tenía mucho que entender sobre asuntos como el paso del tiempo, la dificultad que tiene ella para asumir que no se puede vivir si no dejas. Y ella es incapaz de dejar ir absolutamente nada, ni la belleza, ni la niñez, ni el amor perdido. Tiene pavor al tiempo y a la muerte y por otro lado, es una es una una mujer que confunde el amor con la desgracia, que es un asunto muy vigente todavía.

¿En dónde queda esta Nathalie adulta cuando es Blanche?

Hay frases que a mí me resuenan de una manera muy potente. Por ejemplo, en un momento de la función muy íntimo entre el personaje de Harold Mitch (Jorge Usón), después de una escena de tremenda violencia, él va a consolarla y aquello es casi normalizar la violencia en un matrimonio. Me llama la atención cuando acusan esta función de ser machista o de no ser vigente, cuando lo que a Blanche le aterra es la posibilidad de que su hermana embarazada no pueda marcharse y escapar de las agresiones de su marido.

¿Qué es lo que nos interpela tanto en este clásico de Williams?

Hay un momento muy íntimo en el que nos situamos muy cerquita del patio de butacas, casi casi en proscenio, donde Blanche le dice a Edna: «Hay tanta confusión en el mundo y lo que necesito ahora es amabilidad». Son frases sencillas, que situadas en el momento justo te conmueven. Porque si el mundo no está confuso ahora mismo, pues no sé, ¡que se nos caiga el teatro encima! Tenemos que salir a la calle para ver que hay muchas personas que no tienen ni siquiera un acogimiento desde el punto de vista más básicos, es decir, un techo bajo el que refugiarse, un sustento que llevarse a la boca. Estamos rodeados de indefensión, no solamente en lugares donde hay conflictos armados, sino en nuestras ciudades.

Nathalie Poza y Marilú Marini, a la derecha de la foto, en una escena de ‘Furia’.

Nathalie Poza y Marilú Marini, a la derecha de la foto, en una escena de ‘Furia’. / HBO-MAX

En el momento en el que estaba preparando este papel, el cineasta canario Félix Sabroso le escribe para interpretar a Adela en Furia. ¿Se contagiaron ambas por haberlas simultaneado?

Hubo una sincronía muy particular la que se dio ahí. Qué casualidad eso de que esté preparando el tranvía y que Félix me haya escrito este personaje. Las dos recurren a la fantasía para sobrevivir, algo muy peligroso. Se inventan pasados que dudas si realmente han existido o no, o idealizan momentos de sus vidas de una manera enfermiza. Las dos tienen un asunto pendiente con hacerse cargo del momento en el que les toca vivir, una falta de madurez muy particular. También una falta de acogimiento brutal, una especie de orfandad que hace que se enganchen de manera muy desesperada a otras personas. Lo que pasa es que cuando gusta tan bien escrito, te producen mucha compasión. Poner en el centro la escena a la mujer que no es capaz de salir delante es también muy importante. Una cosa es el mundo ideal que queremos, igualitario y donde las mujeres tengan y cojan su espacio y otro que de una manera real. Y eso hay que seguir contándolo, porque todavía está ahí.

Cuando un actor construye un personaje, recurre a lo externo como método: investiga vidas ajenas, se documenta… Parece que en este texto el reto no está tanto en mirar fuera, sino en dejar que la fragilidad propia hable. ¿Cómo afrontó ese proceso creativo de vacío para dejar espacio a Blanche?

Todos los personajes exigen una caída de la máscara y del disfraz propio. Quizás dentro de unos años te diga otra cosa, pero creo que una tiene que acompañar al personaje, pero no sobrepasarlo nunca. Y cuando el texto es tan potente, pues más todavía. Cuando el material adolece de vida, empujas cómo encarnarlo, pero cuando el texto es bueno está todo ahí. Al revés, es un equilibrio entre lo de fuera y lo de dentro. Inevitablemente, la mujer que lo encarne está ahí. Igual que la mujer que se siente en el patio de butacas la escuchará y la verá desde sí misma. La inspiración también está fuera de una. Me viene a la cabeza, por ejemplo, el maestro Declan Donnellan y su El actor y la diana, que decía que tienes que aprender a ver el mundo a través de los ojos de tu personaje. El instrumento es el propio, pero hay que ver como Blanche y también eso es muy sano, porque hay que diferenciar. Creo que he tenido mucho que ver con ella en el pasado. Y fíjate, de alguna manera me despido de mujeres que fui, porque somos muchas durante nuestra vida. Esos pequeños duelos a veces aparecen también cuando necesitas estas obras.

Nathalie Poza, en la serie 'Furia'

Nathalie Poza, en la serie 'Furia' / JAU FORNES / HBO MAX

¿Como espectadora le ocurre esto también?

Ayer fui a ver la película de Los Domingos de Alauda Ruiz de Azúa. Estoy absolutamente enamorada del cine que nos traen estas directoras, porque te pasan cosas increíbles viéndolo. Vemos nuestra vida pasar a través del arte, conversamos sobre él y queremos aprender a vivir mejor, o por lo menos con más lucidez. Es una manera de atravesar la vida y lo que no entendemos de la vida. Aunque sea un motor que nos mueva, la cultura es lo que nos constituye y el teatro, por supuesto, es un espejo muy limpio, para ver para vernos de una manera muy contundente. En ese momento preciso en el que decidamos entrar al tranvía en Las Palmas de Gran Canaria, no sé qué nos esperará allí el día en que nos encontremos, pero será único desde luego.

Ha descrito ese momento del «trasplante» como el instante en que el cuerpo deja de resistirse y el personaje por fin te habita…

Suena un poquito pretencioso, no me gustaría que se confundiera. Coincidí en el momento de preparar el papel con la lectura de un libro que me fascinó de una actriz francesa Anuk Grinberg. Es un libro sobre cómo funciona el cerebro de los de los actores. Ella habla con neurólogos, compañeros, directores… Y de alguna manera se mete a ver qué le pasa en nuestra cabeza cuando jugamos a esto a ser actor. Cuando ya pones en pie el personaje y todavía estás torpe con la palabra, con la voz, el cuerpo… Sientes que hay algo que todavía no se cree a lo que está jugando. Ella habla del momento del trasplante, que es cuando ya empiezas a pasar de ti al otro. Hasta que eso ocurre y tu cuerpo se cree la nueva vida que le estás proponiendo jugar a vivir, hay momentos entre dolorosos, raros y confusos. Ese es el juego fascinante al que me dedico.

¿Y es de nuevo doloroso, raro y confuso trasplantarse de nuevo a sí misma?

Los que mejor hacen esto sin darle tantas vueltas a la cabeza son los niños. De la manera inmediata en la que te hace un personaje, en cuanto le digas a merendar, logra cortarlo, o sigue jugando, según se sienta. Cuánto más se entrena el instrumento, más fácil es entrar y salir, que además es lo más sano. Aunque una vez que termino la función, me voy a mi casa y quizás algo te acompaña siempre. De alguna manera esta siempre dentro de ti esta señora, no la sueltas del todo, hasta que el próximo 15 de febrero [última función de la gira, Teatro Arriaga Antzokia], habrá que despedirla. Imagínate llevar a todos estos personajes por dentro, y a la vez de alguna manera te acompañarán el resto de tu vida.

En otros momentos ha dicho que «en la vida hay mucha más mentira que en el teatro». ¿Qué verdad queda en Blanche, que no es quien dice ser, ni siquiera sabe dónde le duele?

Desde el momento en el que la vemos llegar es absoluta decadencia, es como un cadáver vestido de lujo. Aparece en un lugar al que no pertenece pidiendo desesperadamente que la cojan porque está a punto de perder la cordura. Viene de pasar tiempo en la calle, está enferma, alcoholizada, ha sufrido vejaciones. Necesita a su hermana y las dos están atrapadas en un mundo violento. Lo que hace Tennessee Williams de manera magistral es lanzar a todos esos personajes a un espacio claustrofóbico en el que nos invita a mirarnos a nosotros cuando no nos reconocemos. Blanche es ese ser delicado que implora que intentemos comprender, o al menos ver. Por eso lo llama La polilla, que es uno de los títulos que se barajaron para la obra. Es una polilla atrapada que huye de la luz. Y él decide convertir la obra, en toda la segunda parte, en una tragedia donde su ser delicado es aniquilado para representar algo actual. Los seres en un estado de fragilidad extrema, si no reciben ayuda necesaria, acaban como polillas aplastadas, y a nadie le importan.

En ese tranvía llamado deseo que circula más de 70 años después, con nuevas Blanche en cada generación, ¿qué deseo le mueve hoy, después de tantos personajes, tantas vidas prestadas?

Sigue siendo el gran asunto femenino. Por eso este me parece un título tan brutal. Nunca le había dado la importancia que le doy ahora cada vez que pronuncio esa frase cuando llego: «Me dijeron que cogiera un tranvía llamado deseo». Ni más ni menos. Y luego hay otro momento donde ella misma dice: «Ese tranvía llamado a deseo sigue arrastrándose por las vías a estas horas». Ella intenta detectar cuál es su deseo. Y yo, por supuesto, también. Creo que no hay nada más importante, no solamente para una mujer, sino para un ser humano, que detectar el deseo propio. Escucharse mucho, volver siempre hacia adentro y detectar de manera muy certera, qué es lo que realmente uno necesita. El momento en que uno conecta con su deseo interno te cambia la vida y en eso ando, querida mía. Cuando la obra habla de deseo se confunde muchas veces con la parte más superficial, que tiene que ver con el deseo carnal, la pasión y todo eso está en la función. Pero yo creo que va más allá la obra y el tranvía entra más adentro, a un sitio más hondo y más espiritual. A mí eso me parece muy poético. Que cada uno, cuando escuche la palabra en la obra, se suba al tranvía a ver qué pasa.

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