Alonso Quesada, el señor Archibaldo y el distinguido K.C.M.G.
El escritor intenta evocar una de las visitas que el magnate Alfred Lewis Jones pudiera haber realizado al Puerto

Alonso Quesada, el señor Archibaldo y el distinguido K.C.M.G. / FEDAC
SANTIAGO J. HENRÍQUEZ
La figura del señor Archibaldo, su visión estratégica, mentalidad innovadora y capacidad para capitalizar oportunidades en el mundo de la navegación, generan tal impacto en la colonia que, en el relato homónimo, Quesada intenta evocar una de las visitas que Alfred Lewis Jones pudiera haber realizado al Puerto de Refugio en fechas anteriores a su fallecimiento en diciembre de 1909. Visitara o no la isla entre los años que decimos, la presencia del señor Archibaldo en el hall del Hotel Metropole cambia por completo la vida rutinaria de la colonia al introducir, el autor, la metáfora de la celebración. El efecto analgésico que produce la utilización del señalado tropo en el relato no radica tan solo en reconocer la labor de alguien que lo ha sido todo para Inglaterra, sino en crear, al final de la historia, una sensación de tiempo suspendido en la euforia motivada por una recepción que culmina en la escena del brindis. «Sir Archibaldo ha sido invitado por la colonia con un baile…», declara con cierta expectación el narrador, «y los ingleses aprovechan la estancia del famoso naviero para brindar con champagne por su rey», concluye al advertir, entre los invitados, gestos de añoranza, recordando con tristeza la versión de uno mismo en los años más felices de la vida.
Por tal motivo, y porque las atribuciones a su imperio naval suponen un aumento de la influencia que dicho personaje ejerce en la dinámica de la colonia, el hall donde se desarrolla la acción no es tanto una estancia del señalado inmueble como un ecosistema donde una especie de ingleses protegidos en un hábitat de fiesta pretenden mantener indefinidamente el hecho de sentirse victoriosos y amados al revivir cuestiones del pasado como si fuera un tiempo irrepetible. «Jamás la colonia había tenido tanto relieve como ahora», asegura con desconcierto el autor en calidad de informante. «Perkins, Thompson, Nelson y Lester pasaban por los muelles con una libretita y un lápiz y alguna vez solían ponerse un frac para dar vueltas en un círculo…», explica al percibir en ellos la expresión de una situación que no esperaban y que hacía que cualquier cosa se volcara en él. «Pero ahora nos buscan y nos preguntan: ‘¿No han visto ustedes a Sir Archibaldo…?’», cuestionan los misters de chaqué como si alguien que parecía muerto hubiera, así de repente, resucitado, o que, afectado temporalmente por una conmoción, aun con problemas de memoria, hubiese vuelto en sí.
En La balada de Sir Archibaldo, parodia que Alonso Quesada publica por primera vez en La Publicidad un 9 de diciembre de 1919 y que, posteriormente, será recogido en Smoking-Room, el tal Archibaldo no es un mister cualquiera. Prácticamente todos los miembros de la colonia se dirigen a él de manera respetuosa poniendo por delante el consabido «señor» cada vez que se le nombra. En la Inglaterra de 1900, Archibald no era un nombre común; tampoco lo era en los pueblos germánicos provenientes de la península de Jutlandia y las costas del mar del Norte, donde la unión de las palabras «erchan» (auténtico, verdadero) y «bald» (audaz, valiente), o «erchanbald», de donde proviene el actual Archibald, se utilizaba para señalar a aquellos que, entre las tribus guerreras, se erigían como líderes naturales de una sociedad, héroes de espíritu valiente y hombres con gran capacidad de adaptación. «Se encuentra entre nosotros Sir Archibaldo Head K. C. M. G.», apunta el relator sobre dicho personaje al inaugurar el relato con el misterio de las siglas. «Y los ingleses de la colonia menean la cabeza ante aquellas K. C. M. G. misteriosas, mientras las mises sonríen porque hay un inglés de verdad en la colonia», concluye como si el lenguaje no verbal —mover de un lado al otro la cabeza y sonreír— estuviera para señalar una duda, una discrepancia o una ambigüedad entre lo dicho y la realidad, utilizando unas consonantes que nadie entiende pero que parecen un elogio exagerado que se lee en voz alta para criticar.
«Ha llegado en un barco de su propia compañía», insiste más adelante el narrador al resumir en él la estética de un mundo cada vez más conectado y cosmopolita. «Se sienta en el Hall del hotel con su K.C.M. y G. de alfombra», prosigue al valorar el grupo consonántico como si fueran los versos más bellos de un autor modernista, en cuya obra, como en Darío, se valora más lo exótico, lo refinado y lo nuevo que la vida burguesa de quien se sienta en el hall y vive una vida aparte de la poesía. Entre los retratos, tapices y cortinas del hall, el señor Archibaldo «[espera] la visita de los ingleses de la colonia que jamás se sintieron tan ilustres como Sir Archibaldo, que arranca cheques de miles de libras como las hojas de un almanaque de pared», continúa, «aprovechando [los ingleses] la estancia del famoso naviero para brindar con champagne por su rey» (Quesada, 1988: 85), concluye como si el tal Archibaldo no fuera objeto de ironías o deformaciones que surgen al fabular sobre su identidad, sino de aclamaciones varias al equipararlo en importancia con el máximo representante del Modernismo en lengua española: Rubén Darío, el gran renovador de la métrica que, influenciado por el parnasianismo y el simbolismo francés, entra en España por los puertos de Santander para dirigirse hacia la capital de la nación y promover, desde Madrid, la búsqueda de la belleza, la musicalidad y el ritmo.
Las referencias a su obesidad y a su bigote revolucionario como características externas, así como las alusiones a sus habituales paseos por la bahía del Refugio como si Archibaldo fuera el capitán que William Ernest Henley menciona en los últimos versos de Invictus, nos hacen pensar que detrás del glorioso personaje se oculta, efectivamente, la figura de Alfred Lewis Jones. Reconocido el 9 de noviembre de 1901 por el rey Eduardo VII como Knight Commander of the Order of St Michael and St George —Caballero Comendador por la Orden de San Miguel y de San Jorge— por sus leales servicios a la Corona en tiempos de la reina Victoria, las iniciales K.C.M.G. causan perplejidad entre los varones de la colonia y enamoramiento entre las jóvenes del hotel al reconocer en su tarjeta de visita lo que ellas perciben como «un inglés de verdad». Cinco años después de recibir el aprecio y la gratitud de su majestad por el impacto extraordinariamente positivo de su labor empresarial, es el rey Alfonso XIII quien, en nombre del Reino de España, le distingue con la Real Orden de Isabel la Católica por su excelencia e inigualable labor en la recuperación y desarrollo de la agricultura y el comercio de la fruta de las Islas Canarias.
En un plano parecido al de las labores de su identificación y conexión entre el nuevo huésped y el grupo de personajes que participan en la balada, nos encontramos con otro que plantea una identidad yuxtapuesta a la del señor Archibaldo en razón de su apariencia, manías y comportamiento en general. Si Alfred Lewis Jones influye en la creación literaria del señor Archibaldo es porque el parecido entre ambos es explícito. No así el tiempo que, en el analizado texto, se aborda de manera subjetiva al revivir el autor a un personaje del siglo XIX con el fin de explorar a través del señor Archibaldo lo que en El gran Gatsby y Sueños de invierno produce melancolía, nostalgia del pasado y un sinfín de emociones asociadas a la fiesta y a la celebración que, tanto en Quesada como en el escritor de Minnesota, ayudan a generar una sensación de eternidad y embellecimiento de los recuerdos en clara contraposición con la realidad vulgar de la posguerra.
Reconocida su labor por la Corona y siendo el único dueño del Hotel Metropole, todo apunta a que, a través del señor Archibaldo, Quesada pretende evocar a quien verdaderamente hizo posible el Overseas Hall donde discurre la acción, así como el propio hotel que el citado Jones utilizó siempre para invitar a sus amigos a descansar, recuperarse de alguna dolencia o tomarse un respiro en las islas como punto y aparte de las labores rutinarias en Inglaterra. La balada de Sir Archibaldo es, por tanto, una forma de referirse al “rey”, como comienzan, por regla, las baladas medievales —algunas de origen mágico y sobrenatural como La balada de Tomás el rimador y otras de ascendencia heroica como Una Gesta de Robyn Hode— donde el autor, probablemente un juglar del siglo XV, romantiza a un justiciero del bosque tal y como Quesada intenta hacer con el consignatario Jones.
Cuenta el relato que, finalmente, el señor Archibaldo ha sido invitado por la colonia a un baile y que «mientras la gente baila en loor de los barcos de Sir Archibaldo, el Sir Archibaldo se duerme» como si, a través de la metáfora del sueño, Quesada quisiera crear una realidad donde lo que resulta imposible o ilógico —adormecerse en un baile organizado en su honor— se percibe con la naturalidad de lo caótico o irracional con el fin de encontrar un sentido al absurdo. Tan solo Benning, «un inglés chiquitito y jaranero, se ríe del señor Archibaldo tragando whisky, escondido en un rincón del bar», informa nuestro delator al rescatar desde un ángulo del templo de los sueños a quien parece vivir otra fantasía. «Benning, ¿qué opina usted de Sir Archibaldo?», pregunta el relator a quien verdaderamente parece anclado en el tiempo y no avanza porque todo a su alrededor depende de la cantidad de alcohol consumida. «Y Benning se enfurece débilmente mientras se levanta de la silla y nos contesta acercando sus olorosos labios a nuestro oído… Es un ‘vovo’. Un ‘vovo’», responde con la ironía del que no sabe pero que, en el viaje de vuelta del tropo a la realidad, se entiende que de tonto no tenía un pelo.
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