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Poética del presagio

La muerte de Alonso Quesada y de Luis Millares Cubas se proyecta cien años después en el cementerio de Vegueta

Tomás Morales, en primer termino, y Alonso Quesada (segunda fila a la derecha), junto a otros amigos en el muelle de Agaete.

Tomás Morales, en primer termino, y Alonso Quesada (segunda fila a la derecha), junto a otros amigos en el muelle de Agaete. / FEDAC

Octavio Pineda

Entre los poemas de Alonso Quesada dedicados a la muerte, el texto A Luis Millares ocupa un territorio distinto del desasosiego emocional que desprenden las elegías a Tomás Morales y a su madre, o el diálogo melancólico del Coloquio en las sombras. Su originalidad asume el final de la existencia a través de la amistad de dos escritores.

Incluido en El lino de los sueños (1915), Quesada exhibe en esta breve composición el afecto que le unía al médico Luis Millares Cubas, el mayor de los hermanos Millares, a quien llegó a definir como su «padre espiritual». Una complicidad que convertiría aquellos versos en una suerte de elegía futura.

A Luis Millares

Acabo de llegar al Cementerio / y he visto tu pedazo y mi pedazo / de tierra, Luis. Enfrente los ha puesto / esa mano cruel, que ha gobernado / tus horas y las mías... Y he sentido / una satisfacción con el hallazgo: / como cuando en las noches de comedias / tú compras tu billete separado / de mí, y después nos encontramos juntos / sin pensar que estuviéramos al lado...

La tierra estaba húmeda y tenía / una atracción sensual... He meditado: / Aquí pondrán los nombres, y las rosas... / ¡Si hay quien cubra de rosas el pasado! / Que el amor de los muertos, si es eterno, / entre ellos mismos es... No hay que soñarlo / en la memoria de los nuestros mucho, / que ellos sembrando irán otro sembrado.

Síntoma de aquella estrecha relación es que estamos ante el único poema de El lino que incorpora el nombre de un escritor canario. Tampoco existe otro texto que contenga un epígrafe con los versos de otro poeta. Aquí, Quesada incluye cinco versos de Luis Millares Cubas, de su poema El cementerio de mi tierra, realizando una obligada intertextualidad con la producción lírica que se conoce de él.

Dicho texto es uno de los más difundidos del médico y escritor, por las múltiples capas de lectura que presenta, sobre todo si lo vinculamos a la aceptación de la muerte por parte de un médico en pleno oficio. Un tema que también abordaría en alguna de las piezas teatrales que firmara con su hermano.

El cementerio de mi tierra

Entre el verde sombrío de la ancha vega / que el Sol desde su altura en fuego anega. / Junto a la abrupta playa de negras rocas / que la espuma corona con blancas tocas. / Sobre el cielo infinito, cual un misterio, / se destacan las tapias del cementerio... / Es el mío, es el nuestro, el de mi tierra, / el que a mis padres muertos guarda y encierra. / ‘Allí, de un hueco humilde yo soy un dueño, / y allí dormiré un día mi eterno sueño’. /Su imagen, en mi mente nunca despierta / el asco que provoca la carne muerta, / ni el pasar por sus muros medroso evito como lugar siniestro, triste o maldito. / ‘Pienso en él con serena melancolía / como pienso en la cuna donde dormía’, / como en algo de casa que allí me espera / cual si mi propia casa su campo fuera. / Y para mí tan sólo, después de muerto, / florecieran las rosas, como en mi huerto, / y brillaran las hojas en la ancha vega / que el sol desde su altura en fuego anega, / y rugieran las olas entre las rocas / que la espuma corona con blancas tocas / y el cielo descorriese su hondo misterio / a los dormidos huéspedes del cementerio.

¡Oh Camposanto! / ¡Campo donde se encierra / para mí tanto! / ‘¡Pedacito de tierra, que eres mi tierra!’

Entre ambos poemas brota un mismo estar-más-allá, donde destaca el estoicismo de Millares y el apego de Quesada, enraizándose en la «tierra» que comparten en el cementerio. No obstante, la dimensión adivinatoria que propone el autor de El lino, su presagio, aporta a la obra una mirada singular que nos conduce a investigar si existe un correlato histórico en el cementerio de Vegueta, donde los dos están enterrados.

En tal caso, observamos que Quesada se ubica en el nicho 659, en la zona del ensanche, mientras que Luis Millares descansa en el patio antiguo, junto a su padre Agustín Millares Torres.

Se confirma entonces que los dos enterramientos no son colindantes, no hay ninguna vecindad entre ellos. Pero si asignáramos veracidad al testimonio poético de Quesada, sus versos pueden no hacer referencia a la ubicación actual, sino a la que tendría reservada en aquella época, posiblemente el lugar de enterramiento de sus padres.

El motivo de la actual ubicación distinta de Quesada nos lo aporta la carta que Rita Suárez dirigió al alcalde tras la muerte del escritor, publicada el 24 de noviembre de 1925 en La Provincia. En ella, la viuda agradece a la Junta de Obras del Puerto la cesión del nicho e insta a la municipalidad a su compra. Una situación que pone de relieve las penurias económicas que siempre lastraron la existencia de Quesada hasta su fallecimiento, y también después. No fue hasta 1935 cuando se colocó la lápida sufragada por la Escuela Luján Pérez y otros amigos.

Más allá de aquella vecindad frustrada, el poema sí cumplió el presagio, pero su enfoque está ligado al perfil cronopoético. A Luis Millares expresa la premonición vinculada al tiempo, no al espacio. La verdadera adivinación sucedió con la coincidencia de sus muertes en 1925, cuando Quesada y Millares Cubas parten con apenas veinte días de diferencia.

A pesar de una diferencia de edad de 25 años, Luis Millares Cubas falleció el 16 de octubre y Alonso Quesada, el 4 de noviembre.

La mirada predictiva de Quesada escenifica de este modo el afecto proyectado en el futuro: una elegía en vida que convierte el momento de la pérdida en realidad, haciendo hincapié en el verbo ser y no en el estar: «Que el amor de los muertos, si es eterno, / entre ellos mismos es... No hay que soñarlo».

Un siglo después, Alonso Quesada y Luis Millares Cubas vuelven a encontrarse, en este otoño de 2025 de sus centenarios. Una unión que Luis Doreste Silva, amigo cercano de ambos, reivindicaría en su artículo Elegía sobre dos tumbas amadas, publicado el 5 de enero de 1926 en El Liberal.

El adiós de dos escritores que compartieron conversaciones y representaciones de teatro, de dos autores que se convirtieron en intelectuales y creadores de renombre, sigue mirando hacia el futuro. Y su encuentro en el cementerio, entre «pedazos de tierra», no es ya un lugar de reposo, sino la invocación de aquel siempre expresado por Quesada ante la muerte de Tomás Morales, un siempre que cien años después, entre la poesía, el presagio y la amistad, nos permite recordarlos.

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