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Amalgama

Quesada vs Unamuno: cosmopolitismo y casticismo

Quesada vs Unamuno: cosmopolitismo y casticismo

Quesada vs Unamuno: cosmopolitismo y casticismo / La Provincia / El Día

Juan Ezequiel Morales

En 1924 se produce una de las paradojas más reveladoras de la España del primer tercio del siglo XX, mientras Miguel de Unamuno, a sus 60 años, es desterrado a Fuerteventura por su oposición a la dictadura de Primo de Rivera, Alonso Quesada agoniza en Las Palmas a sus 38 años, consumido por la tuberculosis y por el sueño frustrado de escapar hacia las vanguardias europeas.

Lo que para Unamuno es cárcel política, para Quesada es cárcel ontológica. El vasco llega forzado a un lugar del que el canario desea desesperadamente huir. Es un símbolo perfecto: España destierra a Europa lo que Europa desea recibir de España, y el Archipiélago se convierte en el espejo invertido de ambas pulsiones, la introspección trágica y el ansia de modernidad.

La célebre frase de Unamuno «¡Que inventen ellos!» condensa su rechazo a la modernidad técnica y su defensa de un humanismo espiritual muy español. Para Unamuno, Europa encarna lo superficial y mecánico, la ciencia y la técnica son sin alma y exteriores al espíritu humano, la modernidad europea es ruido que distrae del drama existencial auténtico, lo español debe hallarse en lo eterno-castizo y no en la imitación foránea, y definitivamente, el aburrimiento vital se vence con la agonía religiosa y no con la estética.

Cuando Unamuno pisa Fuerteventura, el desierto no es destierro, sino retorno al origen, y la aridez del paisaje le ofrece el escenario ideal para su espiritualismo trágico: vive el silencio frente al ruido, la desnudez frente al artificio, y la eternidad frente a la moda.

El «que inventen ellos» es una metafísica del aislamiento, es la convicción de que España posee un tesoro interior que debe preservarse del racionalismo europeo. La invención material carece de valor frente a la hondura del alma castellana.

Para Alonso Quesada, sin embargo, esa frase es el acta de su encarcelamiento intelectual, representa la ideología del encierro y la conversión del atraso en virtud. Para Quesada, pues, Europa es oxígeno y no amenaza, la Canarias española está asfixiada por su propio aislamiento, el «que inventen ellos» perpetúa el provincianismo autocomplaciente, el alma española convertida en mito es una cárcel identitaria, y el aburrimiento vital solo se cura con aire estético y cosmopolitismo.

Quesada anhela el surrealismo que está en París, el decadentismo que está en Londres, y advierte que ninguna vanguardia zarpa desde Las Palmas. Frente al dramatismo existencial unamuniano, Quesada opone un esteticismo trágico, una sensibilidad moderna que percibe el arte como salvación.

El casticismo, visto desde su insularidad, no es profundidad, sino provincianismo elevado a sistema moral. Mientras Unamuno predica la salvación del alma española, Quesada siente que esa prédica lo mata lentamente.

El aburrimiento es para Unamuno un rito iniciático hacia la trascendencia. La desolación del paisaje insular se convierte en vía mística, y cuanto más árido el mundo, más fértil el alma. Su salida es hacia adentro y hacia arriba, introspección, fe, conflicto con Dios. Las vanguardias, para él, son distracción profana.

En Quesada, sin embargo, el hastío es físico y geográfico. El puerto de Las Palmas es la metáfora de su destino: ve pasar los barcos que conducen a la modernidad, pero él se queda en el muelle, condenado a contemplarlos. Su salida es hacia fuera y hacia adelante.

Entre ambos se alza José Ortega y Gasset, el mediador que ninguno de los dos conoció de verdad. Ortega representa la síntesis racional-vital que hubiera salvado a Quesada de su exilio interior. Unamuno teme el cientificismo europeo, y Ortega responde que sin Europa no hay futuro posible. Su célebre sentencia «España es el problema y Europa la solución» es la antítesis exacta del «que inventen ellos». Ortega no propone imitación servil, sino asimilación creadora, propone europeizar España sin desespañolizarla.

«Yo soy yo y mi circunstancia» es su fórmula clave, y la circunstancia no es prisión, sino materia de salvación.

Para Quesada, su circunstancia es Canarias, y salvarla significaría conectarla con Europa, no negarla. Para Unamuno, su circunstancia es Castilla y salvarla es preservarla del contagio europeo. Ortega reconcilia ambas y señala que la autenticidad no está en el aislamiento, sino en la relación.

Al final, Quesada puede ser universal desde la periferia, y Unamuno se convierte en guardián del mito del alma nacional. Canarias, entonces, no es un mármol quieto sino un punto de vista legítimo sobre el mundo.

Quesada muere en 1925, justo cuando Ortega entra en su plenitud intelectual. Ortega ofrecía lo que Quesada buscaba: una validación del anhelo europeo, el rechazo del casticismo, la razón vital frente a la agonía religiosa, y un cosmopolitismo enraizado.

Quesada intuye la síntesis orteguiana pero carece del lenguaje filosófico para formularla, y muere antes de poder traducir su intuición estética en proyecto cultural.

Si Quesada hubiera vivido una década más, habría encontrado en Ortega la justificación filosófica de su intuición poética. Habría comprendido que no era necesario huir de Canarias para ser europeo, sino pensar Europa desde Canarias.

Quesada murió entre dos naufragios, el casticismo asfixiante que lo condenó al silencio y la modernidad europea en la que no pudo embarcarse.

Ortega y Gasset hubiera sido, para Alonso Quesada, el puente que unió las dos orillas de su alma, pero que él no llegó a pisar.

Hoy día, en Canarias, pasa algo parecido: los unamunos los tenemos dentro y han infestado a esta comunidad de gofio y folías, y siguen llamando profundidad a su provincianismo.

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