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CRÍTICA

Los prodigios de Trevor Pinnock

Trevor Pinnock. | LP/DLP

Trevor Pinnock. | LP/DLP

Fierabrás

E l abonado de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria ha encontrado el referente perdido con la marcha de Gunther Herbig: aquel en el que depositar la verdad de los grandes clásicos, la humildad del que sirve sólo a la música y, además, la bonhomía del director generoso con sus profesores de la orquesta.

Todo esto es lo que muestra de manera creciente Trevor Pinnock cada vez que nos visita, ahora con un Beethoven referencial.

La mítica Quinta Sinfonía, objeto de teorizaciones – algunas muy alocadas – e interpretaciones de los supuestos códigos secretos que encierra, fue abordada por Pinnock como lo haría cualquier personaje de la dramaturgia de Ibsen, centrando en el hombre/mujer con sus arrebatos, anhelos, caídas y triunfos, porque Beethoven no deja de ser el Ibsen de la música y por eso más de doscientos años después su escucha sigue conmoviendo y removiendo emociones en todos los públicos como se demostró en este cuarto abono.

Pinnock, con un comienzo asertivo – ya sabemos que no es un director al uso – pero confuso en la ejecución, mantuvo una tensión constante, de pulso firme y con un equilibrio extraordinario, claro y ordenado, todo se podía escuchar. El maestro inglés ofrecía articulaciones novedosas en el primer movimiento pero distantes a la exageración y con enorme fuerza expresiva.

De prodigioso se podría calificar un Andante de reveladores claroscuros, en el que caracterizó cada llamada al tema principal con diferentes fraseos y los contrapuso con una hondura humanística elevada.

Como se esperaba, la llegada del luminoso modo mayor del último movimiento fue sinceramente emotivo y triunfante. Los tempi fueron efusivos, palpitantes pero proporcionales a la arquitectura sinfónica.

La Orquesta Filarmónica de Gran Canaria ofreció quizá su mejor versión de la temporada con una cuerda empastada y densa, maderas conjuntadas y un metal equilibrado – extraordinarias las trompas – con una gradación dinámica de alta calidad – en los forte podían discernirse todas las secciones – y la respuesta del público a esta prestación tan completa y de alta calidad fue justamente calurosa.

En la primera parte, el segundo concierto para piano y orquesta de Chopin, lucieron unos intérpretes empeñados pero cuyo lastre es la orquestación del compositor polaco del que Berlioz afirmaba que «no es más que un frio y casi inútil acompañamiento».

Son palabras duras pero nada desencaminadas, solo la escritura pianística brillante y poética merece la pena, en especial el Larghetto del que la argentina Ingrid Fliter extrajo un sentido mensaje casi nocturnal, reconcentrado en la expresión, de perlados preciosistas y emotivos.

La pianista lució si no un pianismo muy original si bien contrapesado en lo técnico, de articulación nítida y temperamental especialmente en el Allegro final. A pesar de que Pinnock se aplicó en mimar el acompañamiento aplacando los forte y dando distinción a algunas frases de las maderas – muy bien el fagot – el primer movimiento quedó pesante y algo tedioso.

En el capítulo de bises Fliter intentó hacernos disfrutar de lo que parecía el Vals en Mi menor, Opus póstumo 69 también de Chopin, que parte del público se empeño en boicotear de manera ruidosa, una pena porque si tomaran bálsamo de Fierabrás sentirían su eficacia como antitusivo.◼

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