El teatro, que casi siempre estuvo en crisis, vive ahora sus peores momentos en cuanto a influencia social, pero es en esta "marginalidad" desde donde puede hacerse "grande y oportuno", ha afirmado el escritor y periodista Pablo Bujalance, autor del ensayo "El diario de Próspero".

Este libro comparte título con el blog que Bujalance empezó a escribir en febrero de 2013 para reflexionar sobre la situación actual del teatro.

"En la información diaria veía que la atención que se presta al teatro, institucional y de los propios medios de comunicación, era cada vez más reducida, que ha perdido influencia social y dentro de la cultura se ha quedado en un margen frente a otras expresiones como las artes plásticas o la literatura", ha señalado Bujalance en una entrevista con Efe.

Publicado por la editorial sevillana Ediciones en Huida, el libro "no ofrece soluciones, sino preguntas que es necesario hacerse, por qué se hace lo que se hace, y cómo se hace".

"Estamos en un momento en el que hay que pararse a pensar y reflexionar. En las artes plásticas, por ejemplo, ha habido procesos de reflexión, y a las artes escénicas le vendría bien, porque ha cambiado todo muy rápido, todo va a velocidad de vértigo y haría falta pararse a pensar qué teatro se está haciendo y para qué público".

Para Bujalance, la posmodernidad "ha abierto campos en la cultura a los que el teatro no se ha incorporado, porque tiene características particulares que le impiden, por ejemplo, digitalizarse. No se puedes poner en internet, porque ya no es teatro, y no se puede compartir, hay que ir a verlo".

Desde tiempos de la crítica ilustrada, se ha distinguido entre teatro artístico y de entretenimiento, aunque el escritor y periodista malagueño considera esa división "una falacia".

"El teatro no puede ponerse nunca de espaldas al espectador, debe incorporarlo y tocarlo, y llevarlo a un aprendizaje, que se sienta parte de una tradición, y para eso es necesario que se lo pase bien", ha resaltado Bujalance.

El "ejemplo clave" es Shakespeare, que en su tiempo "gozó del favor del público", porque "le llevaba a otro sitio, le daba materia y aprendizaje".

En nuestros días han surgido fórmulas como el microteatro, algo "muy representativo" de la situación de las artes escénicas, porque "parece algo clandestino, que se hace hasta en casas particulares, y que no es como ir a misa, sino como la masonería", según Bujalance, que resalta que, de lo que se trata, es de que quienes han ido a esta modalidad "ahora vayan a las salas de teatro".

En su libro se detiene en el llamado "teatro andaluz", que considera "un ejemplo muy claro de marginalidad" y un teatro "consciente o necesariamente pobre, duro, áspero, seco y poco complaciente, que llega a conectar con un territorio que es igual".

"El teatro andaluz tiene un punto de verdad, de estar pegado a la tierra y de dar al estómago, y es un teatro del hambre, al que termina definiendo su vinculación con el flamenco".

El ensayo concluye con la referencia a Samuel Beckett, "el mayor ejemplo de que el teatro en la marginalidad puede significar como no significaría estando en el centro de la atención".

"Si el teatro moviera las masas que mueve el fútbol o el cine, no tendría la oportunidad de decir las cosas con la claridad que puede decirlas hoy", ha resaltado Bujalance a Efe.

Beckett es "el modelo a imitar, porque fue poco a poco despojando al teatro de todos sus mimbres, hasta hacer teatro prácticamente sin nada, y sin ese nada llegaba a decirlo todo".

"Ese ejemplo me sirve para dar una lectura positiva de esto. El teatro está ahora en la marginalidad, en las afueras, pero sólo desde ahí se puede emprender el viaje hacia el corazón, hacia el significado completo".