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Literatura

Concha Piquer revive en la prosa de Manuel Vicent

Vicent aborda en 'Retrato de una mujer moderna', que protagoniza la reina de la copla, la historia de un mito que rompió todos los moldes durante una época de la historia de España

El escritor Manuel Vicent. | | ALBA VIGARAY

El narrador y su editora, Carolina Reoyo, cuentan cómo se fue haciendo el libro ‘Retrato de una mujer moderna’, que protagoniza la reina de la copla. Vicent aborda la historia de un mito que rompió todos los moldes durante una época de la historia de España. La obra aborda los lugares en los que vivió y las personas con las que se relacionó, poniendo especial acento en los escritores de la Generación del 27.

Antes de que un libro le salga de su imaginación y se empiece a convertir en escritura, a Manuel Vicent le ha venido siempre, en los últimos años, la imagen de su editora en Alfaguara, Carolina Reoyo, «¿qué dirá esta mujer de esta ocurrencia?». Carolina Reoyo es quien se encarga de llevar a Vicent por caminos que a veces los escritores rehúyen y que constituyen, realmente, «la razón editorial» que hay detrás de muchas obras de arte que, sin ese toque, no llegarían a ser lo que finalmente llega a las librerías.

En este caso, antes de que el trabajo sea de mesa, de sugerencias que suelen ser bien atendidas, autor y editora se ven en este restaurante de la calle Santa Engracia de Madrid, donde Vicent tiene tertulias con amigos del periodismo o de la vida, y ahora les hemos pedido a los que se sienten con nosotros para explicar cómo surgió y cómo se hizo Retrato de una mujer moderna, que así se titula la última novela del autor de Tranvía a la Malvarrosa. Antes hubo otros retratos del mundo moderno español, entre los cuales aparecieron los del duque de Alba (Aguirre el Magnífico) o Carmen Álvarez de Toledo (El azar de la mujer rubia). Esta mujer moderna de la novela más reciente es Concha Piquer, acaso el mito más potente de la canción española del siglo XX.

Como suele ocurrir cuando la idea llega, y es todavía un proyecto, la editora lo estudia «con el interés que me merecen todos los proyectos de Vicent… En este caso habíamos hablado mucho Vicent y yo de lo que se le había ocurrido. Lo que había que dilucidar luego era cómo sería físicamente el libro. ¿En qué me fijé primero? Tratándose de un libro de Vicent, en cómo empezaba». La conversación siguió sobre los manteles. Nos interesaba saber por qué justamente quería saber la editora cómo empezaba su novela Manuel Vicent.

Carolina Reoyo. Porque Manuel normalmente suele partir de un personaje real y cuenta su historia y, al mismo tiempo, la historia de su época. Hay mucha carga de realidad, pero también hay mucha carga de ficción. Este libro concretamente tiene un comienzo increíble. Uno piensa que sabe mucho de Concha Piquer porque lleva toda la vida oyendo cosas, pero… de pronto te encuentras con algo que no sabías ni podías prever.

¿Y a usted, Vicent, qué sensación le produce poner el punto el final en un libro?

Manuel Vicent. Pues…. la de no saber si has acertado. Luego sales de la duda con la lectura de quien te edita. Cuando entré en contacto con Alfaguara de una forma más profesional y, sobre todo, con Carolina, de quien me fío mucho, porque me descubre cosas que no se me habían ocurrido.

¿Qué cosas le ha descubierto?

M. V. La forma de enfocar, por ejemplo. Pero eso es una cosa posterior. Lo que quiero decir es que yo al principio le mandaba el primer capítulo del libro para ver qué le parecía el tono y casi le obligaba a que me lo regresara ya editado, tal y como se iba a leer en el libro. Ella me decía: «Bueno, yo lo hago, pero lo más probable es que luego cambiemos cosas». Al final, ella leía todo el trabajo y el libro ya tenía más oxígeno. Leer tu trabajo desde fuera implica que vean tus puntos fuertes y tus puntos débiles y así crece la calidad del libro.

"Vicent maneja muy bien esa frontera entre lo que él vivió y lo que él ha imaginado

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¿Y qué aportó usted a este libro, Carolina?

Carolina Reoyo. Esto es como en Las Vegas: lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas. El trabajo del editor le debe resultar invisible al lector. El resultado es resultado del trabajo de Manuel. Él escucha mis sugerencias, pero el talento es de él.

¿Le ha rechazado alguna vez alguna sugerencia?

C. R. Nunca.

¿Entonces es un autor dócil?

C. R. La palabra dócil no me gusta. Yo creo que él entiende muy bien que el trabajo con el editor es un trabajo en equipo. Conversamos y le convenzo o me convence.

Manuel, cuando a usted se le ocurre abordar este personaje, Concha Piquer, ¿es porque tiene que ver con su biografía?

M. V. Sí. Pero espera. Respecto al trabajo de Carolina, yo recuerdo que con Ava en la noche [su libro sobre Ava Gardner] me armé un lío con un personaje desdoblado y… gracias a ella me di cuenta de que yo no tengo talento para eso. Ella se encargó, por ejemplo, de estructurarlo y sólo así pude ver cómo era el libro. En este sobre Concha Piquer, ella es un personaje que resume un país, un tiempo, y ella en sí misma ya es una novela, no has de inventar nada. Bueno, la atmósfera sí. Ahí sí hay ficción, para potenciar la realidad. Pero en su historia… sólo he puesto su vida. Es una vida que yo me la sabia porque ha sido parte de la mía.

¿Fue necesario documentarse?

M. V. Un día Pérez Galdós iba a entregar un artículo al periódico donde colaboraba y mientras iba vio un incendio y vio que una mujer se tiró por la ventana. Llegó a la redacción y lo contó: ahora que venía… Entonces le dijeron: pues escríbalo. Y él: uy, pero entonces tendría que ir a ver qué calle era, en qué número, quién era esa mujer y… yo prefiero imaginarlo. Pues yo igual, Juan: si hubiera sido un profesional, me habría tenido que documentar, ir a Nueva York, ver la casa donde ella vivió, los teatros donde actuó… Pero dije: si me lo imagino, tendrá más fuerza.

C. R. Manuel era capaz de crear la atmósfera desde la imaginación. Y en este caso los escenarios y los hechos de la vida de Concha Piquer son muy conocidos, no hacía falta documentarse tanto.

Usted, Vicent, se fija en la relación de la Piquer con los miembros de la generación del 27.

M. V. Es que esa generación fue un parteaguas para España. La euforia cultural de un país es más dinámica cuando se ve el horizonte de la libertad. En el 27 se veía la efervescencia republicana y esa efervescencia es más creativa que la libertad. Verla en el horizonte incita más a la creación. Sucedió lo mismo hacia el final del franquismo. Los últimos años de Franco son más excitantes que cuando ya llega la democracia. Pero cuando la dictadura se dobla por el espinazo, porque yo siempre he dicho que el 600 atropelló a Franco, surge la creatividad. Bueno, cuando la Piquer vuelve a España desde Nueva York, ella no sabía ni hablar castellano, cantaba de oídas, hablaba inglés y valenciano y…

Ella se encuentra con Blasco Ibáñez y esa relación le permite algo así como hablar de sus propios ancestros, Vicent.

M. V. Es que él coincidió con ella en Nueva York cuando hizo sus excursiones por el mundo. Fue allí para embarcarse en un crucero alrededor del mundo con unos millonarios y aprovechó para escribir La vuelta al mundo de un novelista. Ahí es cuando conoce a Concha Piquer, pero luego no tuvieron relación porque cuando ella vuelve a España él está exiliado. En fin: Blasco Ibáñez, Sorolla y Concha Piquer son el trípode una época, de una forma de ser.

Está la España del 27, la España del 36, la España del 39 y la España de la posguerra.

M. V. Sí. Yo recuerdo a Concha Piquer en la radio de la posguerra, estaba siempre presente en las casas con sus novelas cantadas en tres minutos, como decía de sus canciones anuel Vázquez Montalbán. Porque eso eran sus canciones: unas novelas exprés. Yo iba a la escuela y de una puerta o de una venta salía una canción de Concha Piquer. Así todo el camino. De manera que cuando yo llegaba a la escuela ya sabía que una historia tenía planteamiento, nudo y desenlace.

Usted cuenta la relación esquiva que tuvo con Franco. ¿Cómo era aceptada su independencia?

M. V. Pues con multas. Ella no tenía una ideología muy definida. Era una profesional dispuesta a defender su profesión frente a cualquier barrera. Y esa barrera era entonces el franquismo. ¿Que había que parar mientras se decía el parte? Ella no paraba de cantar y pagaba una multa. ¿Que había que levantarse a saludar y ella no saludaba? Pagaba una multa. ¿Que decía mancebía en vez de la casa un día, que era lo que obligaba la censura? Pagaba otra multa. Y así todo el tiempo, nunca cejó. Eso es una frontera ideológica en el sentido de que le da mucha importancia a su profesión. Ella es la primera profesional al estilo americano, con un carácter muy autoritario. Un día echa de la compañía a Manolo Caracol porque llegó borracho… porque había aprendido eso en América. Ese carácter autoritario le permitía enfrentarse a los hombres y al franquismo.

En la novela hay unos capítulos finales que tienen que ver con su propia experiencia con ella y con la realidad.

M. V. Sí. Porque simplemente quiero ser honesto al contar el tiempo que viví. Hice lo mismo con el Duque de Alba, que también era un personaje de ficción. Con la Piquer igual. Hay poco que imaginar. Su historia es novelesca.

Pero, Carolina, ¿cómo percibió usted que al final Vicent contara desde sí mismo?

C. R. Es que eso es algo a lo que los lectores de Manuel están acostumbrados. Y eso lo maneja él muy bien, esa frontera entre lo que él vivió y lo que él ha imaginado. Lo que me gusta mucho de Manuel es que suele poner al personaje central a convivir con otros personajes de la época. Puede parecer algo oportunista, pero no: lo que hace es envolver toda una época en unas páginas.

M. V. Carolina tuvo la idea de que yo fuera poniéndome en las entradillas de cada capítulo para que el lector no notara después un salto muy brusco.

C. R. Sí, y así al final te vuelves un personaje más.

Vicent: ¿qué cosas no son verdad en este libro?

M. V. Todo resulta verdad en este libro.

C. R. Es la verdad de Vicent.

En el título ya dice que la Piquer era una mujer moderna. ¿Qué tenía de moderna?

M. V. Dudé en poner retrato de una mujer fuerte o retrato de una mujer moderna. Puse mujer moderna porque ella fue la primera artista que asumió su destino por propia naturaleza. O que tomó su destino y defendió su profesión como lo haría una mujer de hoy.

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