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Gimnasia

Los primeros saltos del niño que no tenía fin

«Se le veía potencial y condiciones muy buenas: probó y se quedó», apunta Francisco Santana, su entrenador en el Isla de Lanzarote

Ray Zapata, en el centro de la imagen, sostiene la equipación del club en la celebración de un cumpleaños en las instalaciones del Club de Gimnasia Isla de Lanzarote. LP/DLP

La carrera de Ray Zapata precisaba de un paso más si quería dar el gran salto. Eran los tiempos donde Zapata volaba con el Club de Gimnasia Isla de Lanzarote, como pupilo de Francisco Santana. Allí, dos mitos de la gimnasia en España, Gervasio Deferr y Víctor Cano, se toparon con un chaval de 16 años de una gran planta y con buenas dotes y progresión.

“Ya lo conocíamos porque venía de otro club y coincidíamos en exhibiciones. Ahí ya despuntaba. Llegó, probó y se quedó. Se le veía potencial porque tenía unas condiciones físicas muy buenas. Su fuerte siempre fue el suelo y el salto. Con nosotros se quedó y aquí sigue hasta hoy”, rememora hoy Santana, el hombre que moldeó al ciclón que llegó de la República Dominicana.

Porque Zapata, desde que se marchó con 17 años de la Isla para cumplir su sueño, primero con el grupo de Víctor Cano a Barcelona y poco después a Madrid para instalarse en el Centro de Alto Rendimiento, tuvo un detalle que mantiene hasta hoy: su ficha federativa sigue en el Club de Gimnasia Isla de Lanzarote. “Sigue siendo parte del club. Es un gran detalle. Nunca nos ha dejado. Físicamente sí, pero su licencia está aquí. Le dimos carta blanca desde el principio, pero siempre ha querido estar arraigado con nosotros. En los Nacionales, por ejemplo, nos representa con la malla del club”, comenta.

Tardío

En comparación con otros niños, Ray Zapata empezó tarde a dar volteretas. Hasta los once años no se metió en un club. Se introdujo en el tapiz por culpa de sus hermanas y pronto se enganchó. Había coqueteado con multitud de disciplinas: del atletismo al baloncesto. Sin embargo, solo la gimnasia consiguió que Zapata, recién llegado a Lanzarote con nueve años desde la República Dominicana, se desfogara. Energía tenía casi de sobra.

“Todavía le sale ese ramalazo. Aquí también tratamos de dar una educación que vaya más allá del deporte. Eso se merece una medalla. En la vida hay que ser buena persona y él lo es. Tiene ese donde de guerrero, de luchador, de gladiador... En parte todo eso le ha valido para llegar a esta medalla, que es olímpica. ¡Una medalla olímpica!”, prosigue Francisco Santana.

El gimnasta todavía mantiene su ficha federativa con la entidad conejera que propulsó su carrera

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Su talento natural, su fuerza de voluntad y las aptitudes físicas conjugaron a la perfección para empezar a labrarse un hueco entre los mejores de España. Pronto, su estela se abrió paso en Europa y en el Mundo. A los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro se asomó como bronce mundial. Su nombre estaba más que reconocido.

«Estar en el podio olímpico era un objetivo que se marcó desde hace mucho tiempo. En Río fue con esa fuerza y no le dio, pero ahora se le ha visto un cambio tremendo. Es un hombre hecho y derecho, adulto, maduro. Siempre ha tenido las cosas claras: quería su medalla y ahí la tiene», apostilla su técnico en los días de despegue en Lanzarote.

Confianza plena

En el club, la fe en lo que podía hacer en Tokio era total. La explosión de alegría llegó a través del Whatsapp. «Esto es un empujón para seguir. Lo hemos vivido con mucha ilusión, conectados por los móviles. Es un subidón. Tenemos un grupo con los padres, con los niños y ha sido una locura», argumenta con emoción.

Francisco Santana había proyectado cientos de veces en su cabeza el momento de ver a Ray Zapata con la medalla al cuello. El aliento le llegó hasta Tokio. «Sabía que iba a llegar este momento. Como todos en la vida, él también ha pasado por baches importantes, como su lesión en el talón de Aquiles... Pero ahí estamos los que teníamos que estar para darle un empujón: sus padres, su pareja, su hija ahora, el club, sus entrenadores de allí. Con un poco de todos, y sobre todo de él: no lo ha tumbado nada», agrega. Una fuerza vital tan importante como los músculos que combinada con cada movimiento clavado.

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