FÚTBOL
La historia de Armiche Tacoronte Mendoza: un ángel de la guarda con banderín
El asistente grancanario salvó con sus propias manos y sus conocimientos sociosanitarios a Ismaila Nije que permaneció durante tres minutos inconsciente tras sufrir un rodillazo en la cabeza

Armiche Tacoronte en una imagen de archivo dirigiendo un partido de fútbol. / LP/DLP

Dicen que las casualidades no existen y que todas las cosas se dan por una razón que en muchas ocasiones se escapa a nuestro conocimiento. La Divina Providencia sin duda alguna hizo acto de presencia sobre el verde del campo de fútbol del López Socas en Las Palmas durante el partido entre el CD Kayku y el Universitario B de la Segunda Regional grancanaria, en la que Ismaila Nije recibió un fuerte impacto en su mentón en un ataque del equipo local, en torno al minuto 14 de partido que dejó al atacante convulsionando en el suelo y sin respirar durante varios minutos.
El final feliz de la historia se debió en gran medida a la unión de varias circunstacias que permitieron a los héroes de la historia devolver a la vida al protagonista involuntario de esta lección de vida.
Casi sin quererlo, uno de los asistentes del encuentro, Armiche Tacoronte Mendoza, se convirtió en un ángel de la guarda para Ismaila por su rápida intervención y sus conocimientos de primeros auxilios para poder estabilizar al chico y darle tiempo a llegar a la ambulancia para, inmovilizarle y trasladarle ya fuera de peligro hasta un centro hospitalario.
«Soy docente de formación no reglada de sociosanitarios en instituciones sociales, en domicilios y primeros auxilios», relata el propio Armiche.
Creyente y árbitro vocacional
En ese cúmulo de circunstancias que llevaron a todos los presentes a vivir un episodio propio de cualquier thriller, explica el asistente del partido: «soy creyente y se da la circunstancia de que el López Socas, es uno de los campos de fútbol que tienen la particularidad de que los dos banquillos no están juntos, sino que hay uno en cada banda del campo, debido a la estructura de la grada. Se da la circunstancia de que realmente yo tenía que estar en esa primera parte arbitrando en la banda contraria, porque el asistente de mayor antiguedad le toca estar por la banda del banquillo local y como el otro asistente era un árbitro de Tercera División, debía de estar él en esa banda. Sin embargo, a petición del compañero cambiamos la banda, porque él en el pasado había tenido un partido complicado con ese equipo estando de asistente y le dije que por mi parte no había problema. En ese punto, justo delante de mí, a la altura de la media luna del área, medio metro dentro, el delantero corría para disputar el balón y el portero salió a blocarlo. En ese momento, el guardameta por la biomecánica del salto sacó la rodilla para cubrirse e impactó en la cara del delantero. Recuerdo que en ese momento no me gustó nada la manera en que le retrocedió la cabeza por el impacto. El árbitro, Javier Martel Montesdeoca, pitó el penalti correspondiente y yo le acompañé con la bandera. Al caer al suelo el chico comenzó a convulsionar. Tiré la bandera y salí corriendo hacia él para ver que es lo que le estaba pasando al ver que tenía una respuesta neurológica. Ví que su respiración era inefectiva, parecía más bien un ronquido, el aire no terminaba de entrar y no se le hinchaba el tórax. La boca estaba llena de sangre al perder alguna pieza dental en el golpe, pero no salía tanta como debía de salir por el impacto que había sufrido. Interpreté que no podía respirar por un coágulo que le estaba obstruyendo la vía respiratoria y lo primero que hice fue adoptar una posición de seguridad y que uno de sus compañeros, Omar, le hablara pero no respondía y le pedí que le tirase de la lengua para que no se le obstruyera la entrada de aire. Mientras, empecé a darle golpecitos en el pecho. Cogí las gafas de su entrenador para ponérselas debajo de la nariz y comprobar si se empañaban. Al ver que se empañaron un poco le pedí a Omar que le mantuviese en esa posición y le propiné dos golpes duros en la boca del estómago. Empezó a pasar más aire, pero no era suficiente. Comencé a pellizcarle los pezones al ser un lugar con terminaciones nerviosas, buscando una respuesta. A los tres minutos recuperó la consciencia y su cuerpo reaccionó sin ningún tipo de raciocinio por la situación y tuvimos que agarrarle entre varias personas para evitar que se hiciese daño al moverse. Lo conseguimos y la ambulancia junto a la medicalizada llegó automáticamente gracias a la rápida intervención del responsable de las instalaciones deportivas, Florido, que llamó al 112, me pasó el teléfono y pedí a la gente que se alejase de él para dejarle respirar».
Formación sanitaria
Armiche recuerda que lo vivido por él el pasado fin de semana desgraciadamente no es un caso aislado en el mundo del deporte y en la vida cotidiana y te demuestra lo frágiles que somos. En su opinión, la única manera de hacer frente a estas situaciones es que «los campos deben de estar preparadados y dotados de los recursos necesarios, porque al final lo que yo tenía allí eran solo mis manos y mis conocimientos, no había ni una triste cánula de Guedel -dispositivo médico utilizado para mantener la permeabilidad de la vía aérea superior, especialmente en pacientes inconscientes, que permite evitar la obstrucción de la vía aérea provocada por el colapso posterior de la lengua contra la pared faríngea-, aunque también es cierto que debe de venir acompañada de una formación para saber utilizarla de forma adecuada».
En su opinión, en todos los clubes debería de haber «más de una persona formada en primeros auxilios, el entrenador y el delegado, como mínimo, deberían de estarlo de forma obligatoria y de manera opcional yo pondría a los capitanes de cada uno de los equipos de la cadena de formación de cada club, aunque es cierto que alguno de ellos en un momento como ese podría quedarse en shock y bloquearse». «Es muy triste que haya personas que aún estando rodeados de gente puedan morir porque no haya nadie formado para poder realizar una maniobra de Heimlich», concluye apuntando la necesidad de una formación en la población al menos mínima para evitar que sucesos como este terminen en catástrofe.
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