Uno de los objetivos que movilizaron la creación de la UD Las Palmas fue abortar la fuga de talentos. Desde comienzos del siglo XX los mejores jugadores canarios de cada generación ofrecían sus recitales allende los mares. La fusión de los cinco clubes capitalinos y la captación de los mejores futbolistas del momento fue el origen de la escuela amarilla. La cantera ha sido el corazón del club, su motor y la despensa, utilizada en ciclos de mayor gloria y en otros devaluada hasta casi la humillación. Ha sido la bandera de numerosos proyectos que enmascaran el recurso humilde de las etapas críticas. Ahora, como en otras páginas de los sesenta y un años de historia, vuelve a recoger el testigo de un nuevo amanecer.

La UD Las Palmas elevará con generosidad su porcentaje de canarios en la plantilla profesional que estará a las órdenes del entrenador Paco Jémez en el ejercicio 2010/11. El fracaso de la campaña recién finalizada es la llave que abre paso a la hornada de jóvenes valores con los que se obliga a poner a prueba la ilusión y paciencia de los aficionados. Así también ocurrió en el inicio: 11 estilistas del RC Victoria, 10 del Marino, tres del Atlético Club, dos del Arenas, dos del Gran Canaria y los repescados Polo y Cedrés fueron los que en 1949 escribieron los primeros capítulos deportivos de la entidad.

El acento canario predominó el vestuario del club durante la primera década, donde ya se produjo la llegada de algunos jugadores peninsulares y otros extranjeros. El francés Jean Luciano y el húngaro Andrew Nagy se convirtieron en 1951 en la primera ayuda internacional cuando el club alcanzó la elite.

REPATRIADOS Y DIABLILLOS. Pero los dirigentes de entonces emprendieron una operación retorno para dotar al equipo de oficio y calidad en sus actuaciones iniciales en Primera División. Entre otros, llegaron en 1951 Manolo Torres (procedente del Atlético de Madrid y Málaga), Gallardo (Real Madrid y Nástic), en 1952 Rosendo Hernández (Atlético de Madrid y Zaragoza), en 1956 Alfonso Silva y Rafael Mujica (Atlético de Madrid), Miguel Cabrera (Real Madrid) y en 1957 Luis Molowny (Real Madrid).

La repatriación de ilustres isleños fue la opción en aquella difícil época, pero pronto la entidad comprendió que necesitaba tener un buque escuela donde formar a los futuros valores. Había incorporado en este periodo a futbolistas de otros clubes locales que llegaron a descollar, como fueron los casos de Antonio Betancort y Felo Batista, procedentes del Unión Atlético. Pero en diciembre de 1958 aparece al fin un producto notable del recién creado equipo aficionado: Ernesto Aparicio, que logra echar sus raíces en la primera plantilla. Había roto aguas la mejor etapa de la UD Las Palmas porque a partir de entonces la inyección de su cantera fue incesante, con una valoración de muchos quilates impulsada por los míticos diablillos amarillos, campeones juveniles de España en 1962. Emergieron desde la fábrica Guedes y Juan Luis (1960), Germán Dévora, Correa, Rafael y León (1962) y Castellano (1964). Esta excelente nómina se completó con los tinerfeños Martín Marrero y José Juan (1966) y Justo Gilberto (1967), cuando en la vecina isla comprendían que Las Palmas era la puerta hacia la órbita estelar, donde logró ubicarse durante 19 temporadas consecutivas desde 1964 a 1983. Los jugadores canarios, junto a los porteros vascos Ulacia y Oregui, fueron protagonistas del momento cumbre del club con el tercer puesto (1968) y el subcampeonato (1969) en la Liga. Luis Molowny dirigió esas campañas con apenas una quincena de futbolistas.

ARGENTINOS E ISLEÑOS. El club mantuvo su estabilidad en los años setenta. El filial aficionado conservaba en alza su producción: Guillermo Hernández, Melián y Menchu (1969), Páez (1971), Roque, Miguel Ángel y Pepe Juan (1972), Félix Marrero y Rivero (1974), Antonio Jorge y Gerardo (1976), Farías, Calvo, Noda, Felo (1978), Cundo, Toledo, Julio Suárez, Manolo, Mayé y Benito (1980) se instalaban en una época donde también Las Palmas Atlético crecía en el fútbol nacional a las órdenes de José Manuel León, con su primer ascenso a la Segunda B. La UD tampoco había dejado de valorar otros productos como José Luis y Niz (Artesano), Juani Castillo (Unión Chile) o Noly (San Antonio), además de los tinerfeños Felipe (1973), Jorge Fernández (1977), Víctor o Saavedra (1980).

Pero la secretaría técnica que entonces ostentaba Jesús García Panasco ofreció otro gran acierto: la captación a precios razonables de notables futbolistas extranjeros que encajaron en un proyecto que gozó de gran calidad y popularidad. Los argentinos Carnevali y Verde (1973), Wolff (1974), Morete (1975), Brindisi (1976) y Fernández (1977), junto al paraguayo Crispín Maciel (1977) apuntalaron al equipo en una etapa coronada con el subcampeonato de Copa del Rey, en 1978. Incluso un joven Diego Maradona, con 18 años, pudo haberse vestido de amarillo aunque Las Palmas no se atrevió a ficharle por la calidad contrastada de los foráneos que ya tenía en sus filas. En el club grancanario funcionaba todo a la perfección.

El mazazo del descenso de 1983, bajo la presidencia de José de Aguilar, resultó ser un duro golpe que cambió hasta ahora el papel del club amarillo en el fútbol nacional. Las Palmas Atlético no paró su maquinaria y fue el núcleo donde Roque Olsen logró reunir la plantilla del ascenso dos años después. Narciso, Alexis Trujillo, Sergio Marrero, Javier Campos, Miguel Ángel Cabrera, Juan Román... junto al tinerfeño Juanito y el gomero Salvador abrieron una nueva etapa de tres temporadas en la Liga de las Estrellas antes de la caída de 1988.

CRISIS HASTA KRESIC. La UD se mantuvo doce temporadas lejos de la Primera División, hasta que Kresic dirigió al equipo en 1999/2000. Incluso se produjo una caída peor hacia la Segunda B (en 1992, cerrando el ciclo presidencia de Gonzalo Medina) cuando el club no supo tampoco cuál era su política formativa. Una auténtica multitud de jugadores del filial logró desde entonces escalar al máximo peldaño, pero la inestabilidad fue la nota dominante. En aquel momento, como ahora, se rescataba la propuesta de la cantera, especialmente cuando en 1992 accedió al banquillo Álvaro Pérez en su segunda etapa. El denominado tractor amarillo comandado por la quinta de Toni Robaina fracasó en el intento de devolver a Las Palmas al menos a la Segunda División. Sin embargo fue la cantera, en combinación con excelentes fichajes peninsulares, la que firmó el resurgir en 1996 con Pacuco Rosales al mando de la nave.

En las dos últimas décadas emergieron jugadores de calidad contrastada como Orlando Suárez, Juan Carlos Valerón, Verona, Víctor Afonso, Manuel Pablo, Ángel Sánchez, Miguel Ángel Núñez, Pedro Vega, Rubén Castro, Carmelo, Aythami, Momo, Nauzet Alemán, Adrián Martín, Jotha, y en especial el trío Jorge, Guayre y Ángel López, que debutaron con Sergio Kresic en el último ciclo de Primera y cuya cotización quedó reflejada en los traspasos efectuados en la época.

Ningún jugador del filial logró debutar en el año deportivo 2009/10. Tanto Sergio Kresic como Paco Jémez no encontraron la ocasión para ello. La UD Las Palmas vivió al día, apurada por una amenaza clasificatoria que no permitió poner en funcionamiento el plan de austeridad hasta que cayó el telón de la Liga. Ahora La entidad cambia de forma radical sus propios conceptos para preparar "el más difícil todavía".