No se dejó nada en el tintero. Paco Jémez arengó ayer a sus jugadores por espacio de 40 minutos tras el empate agónico frente al Barcelona B. Nada más salir al terreno de juego de Barranco Seco para comenzar el entrenamiento de la mañana se formó el rondo sobre el entrenador. También estaba todo el cuerpo técnico, pero solo habló el jefe. Fue una charla cargada de movimientos, gestos y ademanes. El andaluz miró a los ojos a sus jugadores, les habló de errores de colocación, de concentración y también les aplaudió su entrega y orgullo para cazar un empate con el final del partido encima.

En el libreto privado y público del entrenador siempre se encuentra como mandamiento principal la defensa de su tribu. "Me juego el cuello por los jugadores, espero que ellos también se lo jueguen por mí", declaró la semana pasada, cuando recibió una tunda del Cartagena.

Defensa, defensa y más defensa. Es la gran obsesión del entrenador que con voz enérgica desmenuzaba los fallos que propiciaron los dos goles del filial barcelonista. Mientras, en el auditorio había silencio reflexivo, brazos en jarra, manos detrás y miradas perdidas en algún objeto lejano.

Una vez que todos se marcharon a realizar los ejercicios de calentamiento, quedó Jémez con David García. Fue una charla de cinco minutos. Una conversación de entrenador a capitán, de defensa a defensa. Por los gestos que desprendía el diálogo, se intuye que hablaban de marcajes, posiciones, repliegues y galones en el terreno de juego. Así terminó la jemezina, 40 minutos después se volvieron a oír risas en la sesión. Quizás fuera ése el mejor aprendizaje del discurso del entrenador.