Es difícil explicar lo que es un partido del Granca a todo aquel que no haya pisado el Centro Insular de Deportes. Y, contrariamente, sobran las explicaciones sobre la química, en todas sus combinaciones posibles de elementos, para el aficionado afortunado que, como ayer, ha podido disfrutar del espectáculo del baloncesto en Gran Canaria.

Si hoy alguien le pregunta a Katsikaris, entrenador griego del Bizkaia Bilbao Basket, cómo perdió su equipo el partido de ayer en la Isla, posiblemente tenga que recurrir a justificaciones paranormales. Tan bien trabajado trajo el griego el encuentro ante el Gran Canaria 2014, tan bien le fue durante el noventa por ciento del choque y tan cerca estuvo de conseguir en la Isla una victoria de prestigio que, tal vez, sólo exista una explicación que justifique un triunfo que coloca al Gran Canaria en la verdadera lucha de los play-off por el título de liga: El sacrificio como virtud.

En un club en el que no sobra nada y en el que cuesta el triple que a otros conseguir un mismo objetivo, el sacrificio se ha convertido en el único camino para que el Gran Canaria consiga, año a año, sus metas. Sacrificio dentro y fuera de la pista que, en días como el de ayer, salen a la luz con una victoria milagrosa que justifica la existencia del baloncesto en el Paralelo 28.

Con la virtud del sacrificio como bandera es más fácil explicar una actuación como la de Jaycee Carroll ayer ante el Bilbao. Porque el sacrificio es algo que se contagia; de afición a club, de club a jugador y de jugador a jugador. Un deportista por el que suspira media Europa (el Real Madrid puja fuerte por él para la próxima temporada, para la que ya tiene ofertas por encima del millón de euros por año), que ayer puso su categoría al servicio del equipo para conseguir que el Gran Canaria esté más vivo que nunca en la Liga tras conseguir cuatro victorias consecutivas cuando sus rivales ya lo daban por muerto debido a la lesión de su capitán Savané.

Y lo de Savané merece un capítulo aparte. Quién mejor que el capitán senegalés para inculcar a los nuevos, temporada a temporada, el valor del sacrificio en este club del que parece que forma parte desde su existencia.

Es curioso como en el seno del Gran Canaria 2014 se escenifica hasta la perfección esa multiculturalidad de la que dicen se disfruta en el Archipiélago. Es como si, por el bien del colectivo, cada uno aportara lo mejor de sí para conseguir la meta. Sólo así se explica que a las órdenes de un marine de los Estados Unidos de origen senegalés, totalmente identificado con la palabra sacrificio, un mormón de inigualable calidad, un futuro analista político formado en Princeton, un peculiar base de Boca Ratón y un par de españoles formados en la cantera del Real Madrid, el grupo se una para pelear por una camiseta, la amarilla, que probablemente nunca antes soñaron con ponerse, ni siquiera en un entrenamiento.

Ilustres canarios que han pasado por este club pusieron la semilla en su día, pero hoy, independientemente del lugar de nacimiento de cada uno, resulta imposible no considerar a Carroll como un isleño más, en virtud de su capacidad de sacrificio para con los colores amarillos, o a Savané, al que la isla entera le rinde tributo por cada uno de los rincones por los que pasea sus dos metros de negra figura.

Ya lo decía Willy Jones, aquel mítico jugador que despertó el furor por el baloncesto en la Isla: "En Gran Canaria viví mis mejores momentos como jugador". Porque aquel que tiene el sacrificio como virtud, conseguirá cuanto se proponga.