Aquel 24 de agosto de 2008 los aficionados al baloncesto español madrugaron para ver el que está considerado uno de los mejores partidos del baloncesto FIBA de la historia. Todo el mundo miraba hacia Pekín, a la final olímpica de baloncesto, donde se enfrentaba la enésima versión del 'dream team', liderada por Kobe Bryant y Lebron James, frente a la pujante selección española de los Gasol y Navarro. En juego estaba el oro olímpico, la única medalla que España, en esta década de ensueño del deporte de la canasta, aún no había conseguido. Y en juego estaba también la oportunidad de mostrar al mundo que la NBA, aun con sus mejores jugadores y al máximo nivel, no era del todo invencible.

Cuando los ojos no estaban aún totalmente abiertos -el partido fue a las siete de la mañana hora canaria- los jugadores de la selección española fueron levantando el interés de los aficionados conforme transcurrían los minutos del partido. Ahora un 2+1 de Pau Gasol, luego una diablura de aquel niño llamado Ricky Rubio que jugaba una final olímpica con 18 años y, más tarde, un mate en las mismísimas narices de Dwight Howart (2,15 de altura) de aquel enclenque Rudy Fernández, en la que posiblemente sea la mayor afrenta con la que se ha encontrado en una cancha de baloncesto el gigante yanqui.

A las órdenes de Aíto García Reneses -junto a Pepu Hernández el seleccionador que mejor ha hecho jugar a España- la Roja tuteaba al 'dream team' y lo ponía más nervioso de lo habitual.

Como nadie pensó jamás que España podía ganar aquella final olímpica, el nerviosismo en Pekín era palpable; todo estaba preparado para que el mundo se diera un baño de patriotismo norteamericano y nadie contaba con la posibilidad, no remota sino imposible, de que los fantásticos jugadores de la NBA perdieran el partido.

Para entonces Pau Gasol ya era compañero de Kobe Bryant en los Lakers y otro puñado de jugadores habían cruzado el charco para competir en el mejor baloncesto del mundo. Pero ni aun así, ni aun sabiendo que jugadores españoles triunfaban en la NBA, los norteamericanos pensaron en perder aquella final olímpica.

Y no la perdieron. No la perdieron porque el arbitraje comenzó a adaptarse a la horma del zapato yanqui y, cuando el partido se ponía feo de verdad, se cambiaron las normas del juego y lo que antes eran pasos ahora no (porque son de la NBA) y por supuesto los norteamericanos pudieron defender al borde de la violencia que para eso son más corpulentos.

La victoria de ayer de España en el Eurobasket de Lituania es un reto en toda regla a EE UU, un mensaje que le indica que, dentro de la cancha y con malas artes son los mejores, los más atléticos y los más espectaculares en un deporte que además inventaron ellos mismos. Falta ver si son los mejores hoy en día jugando en igualdad de condiciones. Sólo una selección, comandada por el jugador más extraño del baloncesto mundial, Juan Carlos Navarro, al que probablemente nadie tomaba en serio cuando siendo cadete lanzaba 'bombas' sobre las canastas que terminaban por desquiciar a cualquier rival, es capaz de lanzar ese reto.

Después de la exhibición de España en Lituania sólo queda ganar un oro olímpico. La cita es en Londres el próximo año. Seguro que Navarro querrá llevarle a su hija la medalla que le falta. Una niña que cada verano, cuando su padre se marcha a jugar al baloncesto, le repite la misma frase: "Papá, tráeme una medalla". Tiene siete años. Y siete medallas.