Hay un significado oculto e inexplicable en el instante en que dos amigos, un grupo de familiares, o hasta un par de desconocidos, se unen en éxtasis para celebrar el tanto de su equipo. Pueden no conocerse pero les une un vínculo superior. Es la salsa del fútbol, el súmmum del gol. Ayer, en una noche de viernes inesperada, la Unión Deportiva se quitó el freno que le entorpecía en su caminar errático de las últimas jornadas para buscar, desde el pitido inicial, la esencia elemental sobre la que se erigen las alegrías del deporte del balón; sin miramientos, sin reservas y sin excusas, solo goles.

Por eso, esta vez no eran caras de enfado ni de tristeza ni de preocupación. Pese a que el cartel, tras cuatro partidos sin victoria, anunciaba la receta habitual de sufrimiento, sangre y lágrimas, el diagnóstico de la afición amarilla a la salida del estadio de Gran Canaria apuntaba a todo lo contrario. Sobre el tendido verde de Siete Palmas, los jugadores de la Unión Deportiva se apoderaron del balón, del juego y de los goles para demostrar que este equipo está hecho para disfrutar.

Desde la ambición, los pupilos de un Juan Manuel Rodríguez que recordó a aquel que en 2003, en su primera etapa como entrenador amarillo, sorprendió con un juego alegre y vistoso. Los once elegidos se apoderaron del campo rival. Con la presión adelantada, la posesión y el dominio del esférico como ingredientes principales llegaron sin freno ni complejos un repertorio exquisito de paredes, regates, pases en corto y por último el aplauso agradecido de los inquilinos de la grada de Siete Palmas. No habían pasado ni dos minutos de juego cuando Francis Suárez, héroe por actitud y aptitud, lanzó una falta envenenada, en una suerte de adelanto del posterior tanto de Viera y que en esta ocasión inicial se escapó rozando la madera de Mariño. Al poco, un gol en fuera de juego, con dudas, de Guerrero y posteriormente, en el minuto 21, la grada asistió al primer balón en largo del partido, para la carrera de Portillo. En el minuto 25, el plantel amarillo solo había cometido una falta cuando el arquero Raúl sacaba en corto sobre Corrales para que el balón pasara por toda la línea defensiva hasta acabar en la bota de David González. La grada no salía de su asombro y regaló una importante ovación acompasada por un coro de olés en cada pase. Se ganó gracias a un juego de salón de una primera parte de ilusión y ahora los ojeadores rivales tendrán que reiniciar su trabajo. La UD tiene hambre y cuenta con nuevos recursos.