Agarrados a las orejas del sillón, mordiendo el mando a distancia y chillando improperios. 500 millones de personas en esta planeta estuvieron anoche pendientes de la televisión, por séptima vez en este año, en el mayor espectáculo del mundo. Ni los famosos números de equilibristas, trapecistas y domadores de leones del mítico Ringling Bros. and Barnum & Bailey Circus pueden igualar tal función. Y en el centro de todas las operaciones y miradas, ahora toco, ahora regateo, voy y vengo, estuvo Andrés Iniesta. Futbolista y esmerado empresario del vino.

En estos partidos todo es exagerado. El tinglado es tan adiposo que hasta los goles son dignos de guardar en videoteca bajo llave y seguridad. El Real Madrid comenzó el asunto a ritmo de récord. Karim Benzema, ese gato convertido en dragón, cazó una jugada rocambolesca a los 22 segundos y puso al Bernabéu patas arriba. Ni en los peores sueños de Pep Guardiola se podía haber imaginado un inicio de partido tan horrible. El fallo de Víctor Valdés, habitualmente seguro con el juego de pies, fue de auténtico parvulario. 1-0. Incluso un tuitero se atrevió a reconocer que el Real Madrid jugó un gran primer minuto de juego. Mourinho no estaba para ironías.

Reconocible

La trama fue cambiando de color. El blanco se destiñó a medida que pasaban los minutos y la tinta del duelo mutó a azulgrana. Tras el gol anfitrión, Íker Casillas le paró a Leo Messi un tiro imposible y el Barça se palpó porque seguía manteniendo su estilo. Su idea era reconocible a pesar de la ensalada táctica de Pep Guardiola, donde nada era lo que parecía. Cesc aparecía por cualquier lado, Dani Alves se alongaba al extremo, se accionaba de lateral, percutía por el interior y hasta hizo sus pinitos como delantero centro. A su lado, andando por allí, sin demarcación fija, como despistado, Alexis recibía una delicia de Messi que transformó en empate. Se podría decir que las cosas volvieron a su sitio, pero el relato se transformó.

Mientras, Puyol seguía los pasos de Cristiano Ronaldo, a quien psicológicamente le tiene agotado, asfixiado, ya sea en un clásico Madrid-Barça, un Portugal-España o un partido entre guapos y feos. El extremo portugués nunca estuvo sobre la hierba. Nervioso, tenso, descontrolado, CR7 se limitó a tirar un par de faltas directas sin convicción y realizar otro par de carreras hacia la línea de fondo. Cuando falló la ocasión más clara de los blancos con un cabezazo, incluso Mou le dio la espalda.

Entre desplante y desplante del técnico portugués, la cosa ya iba 1-2 porque Xavi Hernández con los ángeles sonriendo chutó sobre Marcelo y la historia acabó en el fondo de las redes de Casillas, que empezaba a desolarse con la historia.

El 1-2 fue un mazazo para el graderío. El Madrid endureció el clásico con entradas furiosas de Lass, Sergio Ramos y de Fabio Coentrao, anoche absolutamente superado por Iniesta, pero el Barça seguía a lo suyo: tocando en corto, apoyando al poseedor de la pelota y desmarcándose. Pura esencia de La Masía.

Susurros

El discurso del grupo de Guardiola era grandilocuente, a susurros, sin gritos, como merecía la ocasión, mientras el equipo de Mourinho estaba decepcionado con su propio rendimiento. Juraba en arameo sin poca fortuna. No podía creer que en su coliseo, delante de su público, en su salsa, con su dinámica demoledora, quienes hubieran encharcado la noche fueran los azulgrana, que mutaron del sufrimiento a la diversión en noventa minutos.

Mou mandó al campo a Kaká, Kedhira e Higuaín para recoger los pedacitos blancos, pero Cesc cerró la puerta con un cabezazo en plancha tras una jugada magnífica de Dani Alves, a quien ya no era extraño ver pisar cualquier centímetro del terreno de juego. La función ya estaba concluida, el aplauso servido y ni siquiera Messi forzó el botín personal. El 1-3 rompió las costuras del madridismo, les bajó a la tierra, se llevó el cartel de favorito de la plaza y aplazó el fin de ciclo que los agoreros llevan clamando un par de años.

El discurso de los azulgrana resultó grandilocuente, como merecía el escenario