Por primera vez voy a tener a este público a favor. Es un placer y un alivio". Son palabras pronunciadas por Juan Carlos Navarro, capitán de la selección española de baloncesto, en agosto de 2009 cuando disputó un torneo de preparación con el combinado nacional en Gran Canaria antes del Eurobasket de Polonia. Navarro, junto al FC Barcelona, había sufrido en sus carnes el ambiente eléctrico del Centro Insular de Deportes en esa misma temporada. Los azulgrana, que venían lanzados a la Isla, perdieron por once (68-57) ante el Granca de English, Moran, Savané, Augustine y el temible sexto hombre, el graderío.

No sólo el Barça mordió el polvo aquella temporada, otras víctimas aristocráticas en el recinto de la Avenida Marítima fueron el Real Madrid, Valencia, Joventut o Unicaja, con quien los amarillos mantuvieron un intenso duelo en la primera ronda de los play off, que a punto estuvieron de superar si Carlos Cabezas no hubiera acertado con un tiro en suspensión a pocos instantes del bocinazo final. Hubiera sido la gran explosión en el CID. Aquella maldita canasta del base malagueño entra en esa inmensa enciclopedia de las cosas que pudieron haber ocurrido y nunca sucedieron.

Fue al norteamericano Shaun Vandiver, allá por el año 95, a quien primero se le escuchó aquello del Pío Pío Palace cuando junto a Burditt y Morton ponían patas arriba a la parroquia amarilla, que vibraba a cada triunfo con un grande. En realidad, en aquella época, a mitad de los noventa, todos eran más grandes que el Granca, por lo que un triunfo frente a los históricos Estudiantes o TDK Manresa, que ahora pertenecen a la misma Liga, ya era un motivo de satisfacción que hacía atronar al recinto de la Avenida Marítima.

La historia del Gran Canaria de los últimos años ha ido cosida a sus éxitos en el Centro Insular de Deportes. Los técnicos más considerados en la escena internacional, desde Dusko Ivanovic hasta Ettore Messina, pasando por Aito García Reneses, siempre tienen un apartado especial para el público grancanario, un comentario donde deslizan toneladas de admiración por el efecto de la grada sobre los protagonistas sobre el parqué o el trío arbitral.

Pocos pabellones en el universo del baloncesto nacional han sido capaces de generar una química tan especial, como indicaba Manel Comas. E incluso Imbroda, cuando cayó derrotado con el Madrid, se cuestionó de dónde procedía tanto ruido si sólo eran 5.500 en el graderío.

La Roca tiene sus propias claves. Cuando quiere más defensa y se acercan los minutos decisivos, el público de las gradas móviles patea el metal. Entonces, el ambiente se convierte en ensordecedor. Con el "pío, pío" resonando de sector a sector se anuncia que la épica ha vuelto. Eso necesita el Granca ante Navarro y compañía este domingo.