El de la cantera es un tema recurrente en el mundo del fútbol. La grada se aclama a ella cuando un equipo no funciona. Pero luego, a la hora de la verdad, exige fichajes de relumbrón para renovar los abonos -al menos en el caso del Valencia CF- o no tiene paciencia para que los jóvenes recién incorporados desde las divisiones inferiores, maduren y se consoliden. No digamos nada del periodismo, que sólo se acuerda de ella cuando se interrumpe la competición, es decir, cuando no tiene más temas que llevarse a la pluma o la boca.

No es el caso actual, porque aunque estamos en plena batalla, con el abanico de tópicos desplegado y las polémicas más ardientes en pleno debate, el asunto de la cantera ha saltado a la palestra de la mano de José Mourinho. Todo lo que toca este hombre, ya sea de palabra o de obra, entra en convulsión. Tito Vilanova era un semidesconocido, hasta que el entrenador madridista le metió el dedo en el ojo y lo puso en el candelero. Ahora, el portugués ha entrado a saco en las divisiones inferiores del Madrid, ha provocado un incendio en la entidad, y ha puesto de moda a un tal Toril, muy conocido en su casa (blanca) y sus aledaños mediáticos, pero absolutamente anónimo para el resto de la humanidad.

Acierta Mourinho en algunas de sus aceradas críticas al funcionamiento del fútbol base -sobre todo en lo que respecta a las prioridades del filial Castilla- aunque sus oponentes periodísticos, que le crecen cada día, le reprochen ocultas y perversas intenciones que, ni están demostradas, ni resultan tan evidentes como nos quieren hacer creer.

O sea que el portugués puede refutarlas, atribuyéndolas a las calenturientas fabulaciones de sus enemigos, sin los cuales, dicho sea de paso, no podría vivir.

Mourinho necesita del combustible de la polémica para funcionar al alto nivel de revoluciones al que se mueve. Y cierto periodismo le extrae gratis ese petróleo.