Se podría decir que en la 77 edición de la Copa del Rey ganó la tradición; ésa que impera año tras año y que establece como ley absoluta que nunca gana el anfitrión o el máximo favorito. Éste es el torneo de las sorpresas por excelencia y, con el Real Madrid en todas las apuestas, ganó un Barcelona Regal que no sólo llegó a la cita en plena crisis y sin ser uno de los cabeza de serie, sino que además lo hizo, de manera astuta, en plan víctima.

Para mí esta Copa debió haberse jugado en sentido inverso. ¡Qué bonito hubiera sido un duelo con dos prórrogas entre los pupilos de Laso y los de Pascual en la gran final del domingo! Fue sin duda alguna, un partido de espectáculo y alternativas, al más puro estilo de la NBA.

Hay que decir que el Barcelona, tras el error en el rebote de los pívots blancos, fue justo vencedor. Además, para ganar al Valencia en la final no tuvo que recurrir a Navarro. La Bomba jugó ese día con la pólvora mojada. El escolta blaugrana, leyenda viva del baloncesto FIBA, no tiene suerte con el torneo copero. Nunca la ha tenido, pero el domingo, además, firmó números impropios en su hoja de servicios, sin un solo acierto en sus ocho lanzamientos a canasta. En su lugar, el juego culé se apoyó en un trío de meritorios. Pete Mickeal fue nombrado MVP del torneo, pero la mitad del premio debe ser para Marcelinho Huertas. Como base, yo se lo hubiera dado al brasileño ya que le regaló la mitad de sus canastas. Además, el duelo contó con la gran actuación de Ante Tomic, que además de vengarse ante su ex equipo, el Real Madrid, se quitó la etiqueta de blando que llevaba como estigma. Ahora intimida y se muestra tan consistente como desafiante. Con este título, el Barça iguala las 23 Copas del Madrid, de las que unas cuantas son en blanco y negro, entre las del Generalísimo, la Copa de España y la actual. Sin embargo, en el duelo inaugural estuvo la clave. En esa final anticipada, el Madrid hizo los mismos méritos que el Barça para ganar pero la fortuna y ese fallo de bulto en el rebote final, decidió el vencedor.

Respecto al concurso del Herbalife Gran Canaria tengo una sensación enfrentada. En primer lugar me siento muy orgulloso con el hito que supone el hecho de participar por primera vez en una ronda de semifinales y creo que hay que felicitar a los protagonistas. Pero, al mismo tiempo, no puedo dejar de sentir un poco de pena ante la oportunidad perdida y respecto al bajón ofensivo que se vio en el duelo frente al Valencia. El equipo de Pedro Martínez dio una de cal y otra de arena. Es cierto que el equipo de Perasovic plantea una telaraña de faltas y juego físico extremo ante el que pocos equipos pueden desarrollar un juego fluido, pero no entiendo como puede cambiar tanto la imagen de un equipo en tan sólo 24 horas. Éste es un encuentro con un resultado para olvidar, pero que plantea una buena oportunidad para extraer una lección que sirva para que el club continué creciendo. En este sentido, lo que me preocupa es el efecto desmoralizador que ejerció el rival sobre el juego amarillo y como las malas sensaciones se fueron contagiando, como un virus, de un jugador a otro para acabar por afectar a todos. Para ser un equipo campeón hay que tener carácter ganador, consistencia en el juego y confianza en tus virtudes. Es una cuestión de fe.