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"Mantén la bandera, Jimmy"

Murphy, segundo técnico de Matt Busby en el Manchester United, se salvó de la Tragedia de Múnich, acaecida en febrero de 1958, pero fue clave en mantener con vida el club

Jimmy Murphy y Matt Busby, en Old Trafford. LP / DLP

El 6 de febrero de 1958 Jimmy Murphy era un hombre feliz, ajeno a la tragedia que unas horas antes había sucedido en el aeropuerto de Múnich y que le dejaría una herida incurable. Acababa de hacer historia para el fútbol galés al clasificar por primera vez en su historia a la selección de su país para la fase final de un Mundial, el que meses después se jugaría en Suecia y del que sólo les expulsaría el talento inmenso de la Brasil de Pelé en cuartos de final. El día anterior había sido una de esas jornadas que difícilmente se pueden olvidar. En un Ninian Park entregado a los suyos Gales había derrotado por 2-0 a Israel para sellar el billete mundialista. Mientras tanto, en Belgrado, el Manchester United, del que era segundo entrenador, había conseguido clasificarse para las semifinales de la Copa de Europa tras empatar 3-3 en un durísimo partido con el Estrella Roja y hacer valer el 2-1 logrado en Old Trafford.

El sueño de llevar al título a aquella extraordinaria generación de chavales que él había ayudado a formar se mantenía vivo. Le comunicaron la gozosa noticia en los vestuarios de Ninian Park en medio de un entusiasmo pocas veces visto. Murphy no perdió el tiempo. Se subió a un tren con la idea de estar cuanto antes en Manchester para reunirse con Matt Busby y comenzar a preparar el partido del siguiente fin de semana. En 1958 las noticias no corrían a la misma velocidad, todo circulaba más despacio y por eso cuando entró en las oficinas del club poco después de las nueve de la mañana del 6 de febrero desconocía la tragedia.

La secretaria de Busby, Alma George, salió a su encuentro completamente alterada. "Jimmy, han tenido un accidente en Múnich. Hay muchos muertos". Tras el desconcierto inicial el desastre fue tomando forma. El vuelo que traía al Manchester United se había estrellado tras hacer una escala en el aeropuerto de Múnich por un fallo en la potencia de los motores. Todo eran dudas en el primer momento, si había supervivientes, quiénes habían fallecido, si Busby -su jefe y mentor- estaba entre las víctimas...

Murphy llevaba trece años en el club. Había sido un notable futbolista galés que hizo carrera en el West Bromwich Albion, con el que jugó doscientos partidos hasta ganarse el derecho a vestir la camiseta de su selección. La Segunda Guerra Mundial acabó con su carrera pero por una casualidad de la vida le abrió las puertas del Manchester United. En 1945 se encontraba en Bari como suboficial del ejército británico. Durante un partido entre soldados Murphy arengó a la tropa con un discurso que mezclaba lo deportivo con lo sentimental. Matt Busby, a quien no conocía y estaba entre quienes le escuchaban, se sintió hechizado por su personalidad y cuando terminó la guerra y se convirtió en mánager del Manchester United tenía claro que una de las personas con las que debía contar para su misión era aquel galés al que había descubierto en Bari. Y así llegó Murphy a un Old Trafford en reconstrucción tras haber sido blanco de los bombardeos nazis durante la guerra. Comenzó trabajando con Busby en el primer equipo, pero su principal misión era ocuparse de las categorías inferiores del club, dirigir a los ojeadores y encontrar y formar a los talentos del futuro. Tenía olfato para las personas y para los futbolistas.

Es imposible entender el Manchester United de finales de los cincuenta sin comprender lo que Murphy hizo durante la anterior década. Por sus manos pasaron Duncan Edwards, Bobby Charlton y muchos de sus compañeros de generación. Los que la historia conocería como los Busby Babes fueron primero los chicos de Murphy. Por eso la conmoción del técnico galés tras conocer la noticia de boca de Alma George fue inmensa. Aquellos eran como sus hijos.

Un día después Murphy inició el viaje más doloroso de su vida. Se presentó en Múnich para visitar a los enfermos y enfrentarse a la dura realidad de que nunca volvería a compartir vestuario con Geoff Bent, Roger Byrne, Eddie Colman, Mark Jones, David Pegg, Tommy Taylor y Liam Whelan. Se sentía desolado. Tipo de indiscutible personalidad trataba de aparentar fortaleza, pero terminó por derrumbarse. Bobby Charlton confesaría años después que dando un paseo se lo encontró solo en un pasillo del hospital llorando como un niño.

El drama era inmenso. Entre las 23 víctimas también estaba Bert Whalley, el hombre que ocupó su sitio en el avión debido al compromiso que él tenía con Gales. Whalley viajaba sentado junto a Busby, en el asiento que debía haber ocupado él. Murphy estuvo con Duncan Edwards, que moriría dos semanas después, y fue a él a quien le dijo: "¿A qué hora jugamos contra los Wolves, Jimmy? Quiero estar en ese partido como sea". El futbolista, el mayor talento que según cuentan había dado Inglaterra, nunca saldría de la cama de aquel hospital muniqués.

La conversación más trascendental de aquella visita la tuvo con Matt Busby: "Mantén la bandera del club ondeando", le pidió el carismático técnico. Una frase que era toda una declaración de principios. Con esa idea y el corazón roto volvió a Manchester para enfrentarse a una tarea que parecía imposible: reconstruir un equipo destrozado. Los propios dirigentes del club tenían serias dudas de que pudiesen seguir adelante.

Apenas quedaban un puñado de futbolistas sanos y el United se planteó retirarse de la competición durante unos años, hasta que cerrasen la fractura abierta en Múnich. Murphy defendió con vehemencia que el equipo no podía detenerse ni un solo día: "Nos dijeron que nunca podríamos ganar la Liga jugando con niños, que jamás podríamos competir con los mejores equipos de Europa. Demostramos que estaban equivocados. Así que con todo el respeto señores, se puede hacer y se hará. Yo me aseguraré de ello". Estaba convencido de que si cedía ante esa idea el club nunca volvería a levantarse.

Murphy se enfrascó en sacar de la nada un equipo con los futbolistas sanos, con los canteranos de mayor calidad y una serie de fichajes de urgencia. Días frenéticos en los que tuvo que ejercer de Busby y de sí mismo. Reconstruía el equipo al tiempo que acudía a todos los funerales de sus jugadores y compañeros. Y el United volvió para jugar y para sobrevivir. Incluso estuvo en la final de Copa de ese mismo año que perdieron en Wembley 2-0 contra el Bolton. Busby recuperó el mando del equipo gracias a que su fiel Jimmy Murphy había mantenido viva su obra en pie durante aquellos meses dramáticos. Diez años después, en una noche inolvidable en Wembley, el técnico galés se abrazó emocionado a su mentor para celebrar la primera Copa de Europa de la historia del club, el título que celebraron algunos de los supervivientes de Múnich como Charlton. Una noche de felicidad pero también de recuerdos.

En 1971, tras el adiós de Busby, él también se retiró de la primera línea técnica del United. Entendía que sus vidas iban unidas. En su carrera había recibido ofertas jugosas para iniciar una carrera en solitario. Le llamaron clubes ingleses, italianos como la Juventus e incluso la selección de Brasil. Pero siempre se negó porque su sitio era Old Trafford. El United le dio un cargo de ojeador y poco a poco le fueron ninguneando aunque de su boca nunca salió un reproche. Unos años después le retiraron la ayuda para pagar el taxi que le llevaba a todas partes (no sabía conducir). Y comprendió que todo se había acabado el día en que tuvo que ir en autobús urbano a trabajar. Murió en 1989 y para mucha gente el Manchester United nunca le hizo la justicia que merecía el hombre que no dejó que la bandera del club dejase un solo día de ondear.

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