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Historias irrepetibles

Los magos de Wembley

Mucho antes de que Hungría protagonizase la legendaria goleada de 1953, Inglaterra sufrió una humillante derrota en su santuario frente a Escocia

Imagen del equipo que alineó Escocia el 31 de marzo de 1928. FV.

Hace unos años hubo un importante movimiento para resucitar una competición que había tenido un enorme peso en la historia del fútbol. En 1984, cien años después de su primera edición, el Campeonato Británico de selecciones vivió su última edición y el esfuerzo por resucitarlo murió por la imposibilidad de encontrar fechas en el calendario. Era un torneo que reunía cada año por sistema de liguilla a las selecciones británicas (Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte) y que en sus comienzos, cuando no se celebraban torneos entre selecciones, cobró una gran trascendencia.

Salvando las diferencias era como el Cinco Naciones de rugby. En los tiempos en los que los conjuntos británicos estaban varios pasos por delante de los del resto del mundo -sucedió hasta la década de los años veinte en que el resto del planeta empezó a evolucionar más rápido que ellos- el torneo regaló algunos de los grandes episodios en la historia de este deporte.

Uno de los grandes acontecimientos tuvo lugar el 31 de marzo de 1928 en el enfrentamiento entre Inglaterra y Escocia. Se medían en la última jornada del Campeonato y aunque los dos llegaban sin opciones porque se habían permitido diferentes tropiezos, nadie despreciaba el enfrentamiento entre dos viejos enemigos en un escenario imponente como el viejo Wembley, inaugurado sólo cinco años antes.

El choque llegaba además en pleno debate sobre el estilo de ambas selecciones. Los ingleses permanecían fieles al juego en largo mientras los escoceses llevaban tiempo introduciendo un espíritu más combinativo. Conscientes de que el torneo estaba perdido, su particular enfrentamiento serviría para aclarar un poco el panorama y entender quién iba por el camino correcto.

Escocia sorprendió a Inglaterra desde el mismo momento en que ofreció la alineación para el partido que entonces se anunciaba a la prensa y a los aficionados que estuviesen interesados en la misma puerta de la sede de la Federación Escocesa. De viva voz un funcionario la pronunciaba y allí mismo comenzaban los comentarios y debates sobre la conveniencia de los elegidos. Muchas sorpresas había en esa relación. Jimmy McGrory, uno de los grandes referentes de aquel tiempo, se quedaba fuera del equipo y sería sustituido por Hughie Gallacher, que llevaba dos meses lesionado y aún no había jugado partido alguno. Aunque puede que el mayor asombro lo generase la entrada en el equipo de Tom Bradshaw, que haría su debut internacional. Nada de eso sería especialmente llamativo si no fuese porque el joven defensa se las vería con Dixie Dean, posiblemente el mejor delantero que había en ese momento en el mundo.

El nueve del Everton, un mito, estaba en medio de una temporada grandiosa, la Liga en la que anotó sesenta goles, récord que aún perdura en estos momentos.

La opinión pública inglesa se tomó un poco a broma a los escoceses y directamente los periódicos anunciaron que "no son un gran equipo". Lo consideraban inferior en lo técnico y también en lo físico. En Escocia la lista creó un importante desconcierto, aunque no rebajó el entusiasmo de sus aficionados que llenaron once trenes para acompañar al equipo en Wembley. No pensaban dejar solos a los suyos en territorio tan hostil como aquel.

La noche anterior al partido, reunidos tras la cena en el hotel de Londres, el capitán del equipo, Jimmy McMullan, se dirigió a sus compañeros y vino a decirles que todos eran conscientes de lo que se jugaban en una cita como esa y les hizo un ruego: que descansasen bien y que rezasen para que apareciese la lluvia. Y así fue. Llovió de forma importante durante casi toda la noche y el día siguiente, a las doce y media (la hora prevista para el partido) Wembley estaba algo pesado. Una situación que los escoceses, contra la opinión general, creían que les beneficiaría.

Rápidos y hábiles consideraban que a los ingleses les costaría perseguir sus costantes movimientos en un terreno de juego más inestable.

Más de 80.000 espectadores se reunieron aquel mediodía para asistir a una demolición, a la primera gran humillación que sufrirían los ingleses en su territorio sagrado. Alex Jackson anotó el 0-1 a los tres minutos de juego y poco antes del descanso el magnífico Alex James, jugador del Arsenal, agrandó la diferencia. Lo del segundo tiempo fue una sinfonía escocesa que gracias a los goles de James y Jackson llevaron al marcador un deslumbrante 0-5. Las crónicas dicen que Wembley parecía un funeral si no fuese por los escoceses que cantaban en medio de una sensación de incredulidad. Inglaterra marcó el tanto del honor en el último minuto, pero nada le libró del bochorno.

Los pubs escoceses se llenaron aquel día según llegaban las noticias de Londres y la cerveza corrió como nunca. Los periódicos multiplicaron sus tiradas y la gente hacía cola para leer en los vespertinos la crónica de aquella victoria.

La alineación quedó para siempre en la memoria de los aficionados: Jack Harkness, James Nelson, Tommy Law, Jimmy Gibson, Tom Bradshaw, Jimmy McMullan, Alex Jackson, James Dunn, Hughie Gallacher, Alex James y Alan Morton. Desde entonces la historia les reconoce como los Wembley Wizzards (los magos de Wembley).

Curiosamente, Escocia nunca volvió a utilizar esa misma alineación y Tom Bradshaw, el joven que secó por completo al imparable Dixie Dean y que poco después firmaría por el Liverpool, no volvió a ser convocado para defender la camiseta de su selección.

Extrañas decisiones que siguieron a la primera gran humillación que Inglaterra sufrió en su santuario. Cuando Hungría les arrasó en 1953, aquel ya era territorio conquistado.

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