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Fútbol Copa del Rey

Contra Messi nadie da la talla

El primer gol del argentino echó por tierra el estimable trabajo del Athletic Club

Contra Messi nadie da la talla

Aunque los partidos de fútbol son, por lo general, acontecimientos que se evaporan en seguida, algunos dejan recuerdos consistentes. Tal ocurrió con la final de Copa del sábado. De las cosas memorables que ocurrieron esa noche en el Camp Nou se me ocurre espigar tres. Aparte, claro, de la fundamental, que hubo de asumir con dolor el Athletic de Bilbao, que, tras ganar en el graderío, perdió en el césped. Y es que, como se indica en el tango -"Adiós, muchachos"-, contra el Destino, nadie da la talla. Póngase "Messi" en lugar de "Destino" y se entenderá mejor.

La pitada del himno. Se contaba con ella. La presencia de las hinchadas catalana o vasca lo garantiza; más, si coinciden las dos. Es la tercera vez que ocurre en los últimos años y ya se ha convertido en una tradición. Lo que no impide que sea, más aún que una vergüenza, un sinsentido que se vuelve contra quienes, sin compartir sus motivos de fondo sino siguiendo las leyes del rebaño, se suman a ella por frivolidad o por cobardía y contribuyen a darle una dimensión que, seguro, no se corresponde con la realidad. Cabe preguntarse qué se puede hacer contra ese tipo de comportamientos, que, para empezar, son completamente legales en un país libre como, por fortuna, es el nuestro. Hablar de suspender el partido no pasa de ser un brindis al sol porque, además de ser ilegal, crearía, con certeza, graves problemas de orden público. Quizá solo quepan paciencia y pedagogía. Y la pedagogía pasa por llamar a las cosas por su nombre. A TVE la criticaron, con razón, cuando, en la final de Valencia, trató de ocultar la pitada. A la locución de Telecinco del sábado cabe reprocharle que la única reacción fuera descriptiva y extremadamente lacónica, sin un solo juicio de valor.

Un salto para la historia. No había terminado el partido y ya se podía dar por seguro de que dejaría huella en la Historia del fútbol. Lo había metido en ella el maravilloso gol conseguido por Messi en el minuto 20, una vertiginosa sucesión de prodigios que solo están al alcance que quien no solo es el mejor futbolista del mundo en la actualidad sino seguramente también desde que existe este deporte. Pero para que esa jugada histórica se convirtiera en definitivamente memorable fue condición imprescindible que terminara en gol, y eso estuvo a punto de no ocurrir, pues en el momento en el que Messi disparaba alguien se interponía en la trayectoria del balón hacia la portería. Era su compañero Luis Suárez, que, en uno de sus incontables desmarques, muy justamente elogiados por los comentaristas del partido, estaba trazando una diagonal para crear espacios justo por delante de quien disparaba a puerta. El uruguayo, al percibir que se había colocado en el peor lugar en el momento más inoportuno, debió pensar en el "tierra trágame" para quitarse de en medio como fuera; pero tuvo la inspiración de trocarla en un "cielo súbeme" que era mucho más factible. Y dio un salto, procurando recoger las piernas lo más arriba que pudo. Funcionó. En todas las repeticiones de la jugada que, desde distintos ángulos, mostraron los realizadores de la transmisión, se pudo ver como el balón lanzado por Messi pasaba justo por debajo del cuerpo de Suárez para buscar, con una precisión infalible, la cara interior del primer palo de la portería que defendía, espléndidamente por cierto, Herrerín. Luis Suárez se convirtió así, con el simple gesto de apartarse, en cooperador necesario de un gol como se habrán visto pocos.

Neymar, como Martínez. El partido se agrió al final por una jugada que no fue para tanto. Los jugadores del Athletic interpretaron como una provocación, o un menosprecio, el malabarismo que intentó Neymar para desbordar a Bustinza. En realidad esa reacción fue, sobre todo, el desahogo de una frustración tras un partido en el que su entrega no había encontrado la recompensa esperada. Pero el lujo de Neymar, aunque quizá resultara prescindible, ni fue vejatorio ni siquiera constituyó una novedad absoluta en ese estadio, aunque hay que tener una cierta edad para identificar el antecedente. Eulogio Martínez, un gran delantero paraguayo que jugó en el Barcelona entrenado por Helenio Herrera, a principios de los años 60 del siglo pasado, hacía a veces un regate, llamado del tornillo, que se parecía bastante a lo que intentó hacer Neymar y que era tal vez más difícil. Lo iniciaba también a balón parado, poniéndose de lado junto al balón y dando la espalda a la línea de fondo. Retaba así al contrario que se situaba frente a él, ambos mirándose, en medio de la expectación general. De pronto Martínez giraba sobre si mismo, precisamente como un tornillo y, como consecuencia de ese movimiento, del que participaba también el pie próximo al balón, éste salía proyectado por encima de la cabeza del defensor, mientras Martínez, que, pese a su corpulencia, era muy rápido, corría para desbordarlo. En el partido de ida de las semifinales de la quinta Copa de Europa, Eulogio Martínez intentó hacérselo a Santamaría en el Bernabéu. El defensa madridista logró cortar la jugada, pero a costa de forzar de tal modo el cuerpo, que se produjo una lesión muscular y no pudo jugar el partido de vuelta. Nadie interpretaba entonces aquel alarde de Eulogio Martínez como una provocación. Más bien era un riesgo que asumía, el de quedar en evidencia si el aparatoso malabarismo no salía. Y a esos niveles hubiera quedado reducido probablemente el intento de Neymar en otras circunstancias. Pero los jugadores del Athletic encontraron en esa anécdota el aliviadero a su frustración tras haberse vaciado en busca de un objetivo imposible, el de intentar superar al gran Barça que ha sabido armar Luis Enrique bajo la égida de un jugador prodigioso llamado Lionel Messi.

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