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Fútbol Liga de Campeones

Adioses y bienvenidas

La de Berlín fue una final excelente, merecedora, por tanto, de pasar a la posteridad con un nombre que la identifique en el recuerdo, la de Los adioses

Adioses y bienvenidas ALBERT GEA / REUTERS

La de Berlín fue una final excelente, merecedora, por tanto, de pasar a la posteridad con un nombre que la identifique en el recuerdo. Uno se atreve a proponer la de Los adioses, como la famosa sinfonía de Haydn. Dos grandísimos jugadores se despidieron en ella de las cumbres futbolísticas. Uno, Xavi, porque ha decidido transitar en los próximos años por parajes menos exigentes. El otro, Pirlo, porque, sin haber tomado aún una decisión al respecto, quizá crea que, a sus años, ya no se le volverá a presentar la oportunidad de disfrutar de ocasiones como la del sábado. Al final del partido Xavi exudaba una serena felicidad, en tanto que a Pirlo una de las mil cámaras que escrutaban cualquier detalle de lo que ocurría, le captó, se diría que con reverente respeto, mientras, tras acuclillarse para buscar un momento de intimidad en medio de la barahúnda, se entregaba a un llanto que quizá, más que desconsolado, era liberador. Luego otra cámara captaría la confraternización de los dos líderes, sonrientes y caballerosos, como rúbrica deportiva, en el mejor sentido de la palabra, de un partido que también en ese aspecto acabó estando a la altura requerida.

Pero la final también podría llamarse la de la bienvenida, porque abrió de par en par la puerta del éxito a un joven entrenador que, en su primer año al frente del Barcelona, le ha llevado a alcanzar los títulos de las tres competiciones más importantes, un logro del que muy pocos pueden presumir.

Luis Enrique abre camino

Como se mantiene tan flaco o más que en sus tiempos de futbolista, a sus jugadores debió de resultarles fácil mantear a Luis Enrique cuando lo sometieron a ese rito al final del partido. Quizá se lo tomaron como un desquite, eso sí, gozoso, porque todo indica que, como entrenador, el asturiano ha sido cualquier cosa menos un pelele. Por el contrario, una de las claves de su memorable éxito ha sido su capacidad para tenérselas tiesas con todo el mundo, de Messi para abajo. Carácter nunca le ha faltado. Ya lo mostraba cuando, en sus tiempos del Sporting, siendo poco más que un crío, se plantaba como un gallo ante cualquiera de las más reputadas figuras de la Primera División española. Pero sólo con carácter no se hace un equipo y está claro que Luis Enrique ha tenido que aportar mucho más para convertir al Barcelona en una máquina de ganar: un equipo que ha mejorado mucho en el aspecto defensivo, que hace las transiciones de forma modélica y que es letal en ataque. Es verdad que el reto de conseguir todo eso se hace menor si se cuenta con alguien como Messi (y con Neymar y con Suárez y con Busquets y con Piqué y...), pero también que otros han fracasado en el intento. Y que ganar los tres títulos grandes en una temporada ha sido y será siempre muy difícil: el Madrid de Di Stéfano (el mejor futbolista del mundo en su época) ganó cinco copas de Europa seguidas -tantas como ahora suma el Barcelona en muchos años-, pero nunca logró añadir al título internacional los dos nacionales en la misma temporada.

Con su éxito Luis Enrique sienta un precedente en el fútbol asturiano, al que, en un momento en el que lucha por recuperar un lugar en el sol, no le vienen mal estímulos de ese tipo. Por cierto que, al buscar referencias de proximidad, no estará de más recordar que Juan Carlos Unzué, el número 2 de Luis Enrique, fue portero del Oviedo durante dos temporadas. Con él parece mantener una complicidad muy estrecha, que sin duda se prolongará en ese futuro inmediato sobre el que Luis Enrique ha retrasado querer pronunciarse, fortalecido en su posición por los resultados puede permitirse tomar la iniciativa y marcar los tiempos.

Un Barcelona fiable

El Barcelona tuvo un comienzo de partido arrollador, que se plasmó en el gol de Rakitic tras una preciosa jugada colectiva en la que el momento culminante fue la filtración de Iniesta por entre la defensa turinesa. Luego sostuvo muy bien el control del partido gracias, en buena medida, al equilibrio que le da ese jugador fantástico que es Busquets, que está siempre en el lugar preciso para recibir el balón y que lo juega con una precisión infalible. Advertido sin duda de que buena parte de la estrategia de la Juve pasaba por aplicar un antídoto a Messi, ni el Barcelona se obsesionó en buscar a su estrella máxima ni ésta tuvo prisa en reclamar protagonismo. Messi pasó casi inadvertido en el primer tiempo. Pero si está en forma, siempre acaba por aparecer y entonces es decisivo. En Berlín ocurrió una vez más. No marcó pero contribuyó a que lo hicieran sus compañeros; de forma inmediata, el depredador Luis Suárez. En Berlín el Barcelona fue siempre un gran equipo, incluso cuando le tocó sufrir.

Una 'Juve' engañosa

En Italia a la Juventus -los equipos son squadras y por eso se los nombra en femenino- se la conoce como la Vecchia Signora. En tan larga vida le ha pasado de todo, incluido el descenso a la Serie B (la Segunda División italiana), como castigo por fraude en el amaño de partidos. Entre otras desventuras le ha ocurrido haber llegado ocho veces a disputar la final de la Copa de Europa y haber ganado sólo dos. En la competición de este año llegó a las semifinales con aire de víctima propiciatoria y el madridismo se sintió afortunado cuando el sorteo lo puso frente a su equipo. Luego se pudo ver que, en realidad, había sido una desgracia, porque la Juve es un contrario muy difícil, de los que pueden doblarse pero no se rompen. En Berlín al arrollador Barça del comienzo lo aguantó como pudo para que, como mínimo, no se escapara. En el primer tiempo hizo 16 faltas, por sólo tres de los barcelonistas y Arturo Vidal mereció ser expulsado antes de que hubiera acabado el primer cuarto de hora. Pero la Juventus que entrena Massimiliano Allegri no es sólo un equipo que juegue a la contra. Ésa puede ser su posición de partida, pero, cuando ataca, lo hace en bloque y con mucho peligro, porque tiene recursos variados, desde el cañón de Marchisio al poderío de Pogba, el genio de Vidal o la astucia de Tévez. Aunque su mejor arma ofensiva es ahora mismo de origen español. Morata se ha convertido en el magnífico delantero del que ya advertía a todo el mundo que llevaba dentro cuando jugaba en el filial del Madrid, donde, al parecer, no supieron verlo. En el pecado llevarían la penitencia esta misma temporada. En la final del sábado, tras una irrupción espectacular, cuando le ganó a Mascherano, en el minuto 7, una carrera de más de 60 metros, volvió a ser letal. Lo notable fue que, cuando fue sustituido, se pudo apreciar que el recambio, también español, estaba a su altura, pues Llorente jugó unos diez minutos magníficos, en los que estuvo a punto de darle un disgusto de muerte al Barcelona, sobre todo en el minuto 93, cuando el excelente Piqué de estos momentos logró rehacerse después de un gran movimiento del riojano, que le dejaba de cara a la portería, pudo hacer un corte providencial. La resurrección de Piqué, que a principios de temporada conoció el banquillo, como Messi en el famoso partido de Anoeta, y que termina la temporada al nivel más alto desde hace tiempo, es otro de los éxitos parciales de Luis Enrique en esta temporada que, encajados en la consecución de un gran equipo, ha culminado gloriosamente en la Final de los Adioses. Dudo que vaya a ocurrir, pero tendría morbo que su bienvenida al éxito máximo como entrenador enlazara también con un sonoro adiós por su parte.

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