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Análisis

Guerra sucia en los charcos

El césped, con zonas anegadas, y la lluvia de patadas del cuadro de Rubi dibujaron el guión

Guerra sucia en los charcos

Lluvia de elementos inesperados. Gladiadores en el barro. La ida de las semifinales dejó una lista de enemigos extraños en el infierno violeta. La UD tuvo que hacer frente a un escenario inhóspito que disparó la épica de un duelo de poder a poder. Las fuertes lluvias acaecidas en las últimas horas sobre la capital vallisoletana dejaron el césped del José Zorrilla con zonas impracticables -banda izquierda en el ataque en la primera parte junto a los banquillos-. La guerra sucia de los charcos elevó a límites insospechados la dureza extrema de un Valladolid que perdió sus credenciales de navío estético [fue el tercer conjunto más realizador del curso liguero con 65 dianas tras la propia UD (73) y Real Betis (73)].

Esta circunstancia vino reforzada por un planteamiento inicial con más músculo por parte de Rubi. El técnico pucelano dejó a Mojica en el banquillo y apostó por un trivote en la zona de creación [con Leao, Rubio y Timor]. Así se diseñó una batalla medieval, con entradas salvajes a Javi Castellano, Culio, Valerón o Viera, que se retiró con molestias, durante el primer acto.

Tras 20 minutos sublimes, en los que la UD pudo lograr un tanteador de escándalo -Roque Mesa se quedó sin cobertura en el jardín de Varas- se destapó la tormenta perfecta. La furia violeta logró sacar a la UD de un pulso que cambió de reglas. La batalla de la pólvora se transformó en la contienda de la raza. Valerón, con el traje de Armani, repleto de barro, cayó en la trampa mortal de Timor y Leao.

El único soldado de luz

Solo el desborde de Hernán Pérez puso en jaque a la defensa amarilla, que tuvo una actuación redonda con un cuarteto de fuego. Estaban en su salsa. Reyes en el barro.

Simón, David García, Aythami Artiles y Ángel López cumplieron de forma sobresaliente desde ese fatídico minuto 23, en la que el Valladolid fue dueño, amo y señor.

Pero acabó presa de su impotencia, de su ritmo salvaje de faltas (hasta un total de 20) para quedarse con nueve -tras las rojas a Chica y Timor en un instante crítico-. Tras cada gol, primero el de Araujo y luego el del atacante paraguayo, el contrincante acabó en el diván. Sin respuestas a la puñalada.

Acusaron el puñetazo, heridos de muerte en su esquina. Presas del pánico. Y fue en el segundo tiempo, en esos cuatro minutos de desconcierto -del 75' al 79'- cuando el Valladolid se rearmó desde la furia. Y la raza, nunca desde el talento, ya que su estrella Óscar González fue un espectador de lujo en el césped. En la UD, Valerón y Viera fueron borrados del mapa con un látigo. Javi Castellano y Simón se mantuvieron firmes en ese cruce de bofetones. Se impusieron las reglas locales, en una partida de ajedrez bajo tinieblas. De la poesía a las patadas en la guerra sucia de los charcos. Hasta que bajó el telón.

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