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Un profesor en el Spartak

James Riordan, un comunista inglés que jugaba al fútbol por afición, se convirtió en 1963 por una simple casualidad en el primer occidental en disputar un partido en la liga rusa

James Riordan, en una de sus últimas imágenes antes de morir a los 75 años. FDV

Uno de los inconvenientes de llevar una doble vida es que debes cuidar tus silencios por encima de todas las cosas. Con ese problema se encontró James Riordan en la década de los años sesenta cuando sentía la necesidad de relatar a gritos lo que le había sucedido durante su estancia en Moscú en 1963. Pero no podía. Se guardó el secreto durante décadas hasta que, ya jubilado, con más de setenta años, convertido en un respetado profesor universitario, se sentó delante de un teclado y comenzó a recordar sus aventuras en Londres, Berlín y Moscú. Una liberación que en el fondo sólo tenía un objetivo: que la gente supiese que él había sido el primer occidental en vestir la camiseta de un equipo de fútbol ruso para jugar un partido oficial.

A Riordan le apasionaba el fútbol, aunque siempre lo entendió como un simple entretenimiento con el que evadirse de las muchas horas de estudio. Era aplicado, serio y sintió desde joven una curiosidad por el comunismo que terminó por orientar su vida académica. Aprendió ruso durante su servicio en el ejército y poco después se graduó en estudios rusos por la Universidad de Birmingham. Aquello no hizo otra cosa que alimentar su interés por todo lo que tenía que ver con la Unión Soviética y fomentar su comunismo hasta el punto de unirse en 1959 al Partido Comunista de Gran Bretaña (CPGB).

El siguiente paso era acudir a la cuna de todo aquel pensamiento y tras bastantes esfuerzos consiguió convertirse a comienzos de los años sesenta en uno de los escasos alumnos de la Escuela Superior que el Partido Comunista tenía en Moscú. Su militancia en el CPGB le facilitó el trabajo. En la capital rusa no tardó en integrarse en una comunidad extranjera que incluía a algunos de los miembros del Círculo de Cambridge, el grupo británico de espías que la Unión Sovietica había reclutado en esa universidad poco después del final de la Segunda Guerra Mundial. Riordan intimó con ellos al tiempo que lo hacía con los diferentes servicios secretos. Nunca llegó a comprometerse con ninguno de los bandos, pese a que a buen seguro habría sido muy útil en plena Guerra Fría. Entendió que valdría más por lo que callaba.

Lo que no había aparcado tras su llegada a Moscú en 1961 había sido su gusto por el fútbol. Jugaba siempre que podía y a través del deporte -del que además era un estudioso- se había rodeado de otro grupo de amigos con los que compartía horas de juego y partidos dominicales. Muchos de ellos formaban parte de la comunidad diplomática instalada en Moscú, lo que siempre podría aprovechar para el resto de sus tareas.

Gennady Lagofet, lateral del Spartak de Moscú, se había dejado caer en más de una ocasión por esos partidos informales porque conocía a algunos de estos futbolistas. Se hizo amigo de Riordan, de quien le llamaba la atención su nivel teniendo en cuenta la clase de partidos que se jugaban allí.

"¿Estás libre hoy?"

Aquel inglés de buenos modales era un tipo de casi metro noventa que imponía su jerarquía con absoluta suficiencia. Un día se le ocurrió comentárselo a su entrenador, Nikita Simonyan, con la intención de convencerle para que fuese a verle jugar cualquier día. Y el técnico cumplió. Vio el partido en el que se mezclaban estudiantes con diplomáticos y a la conclusión invitó a Riordan a acercarse algún día por el entrenamiento del Spartak de Moscú. Así fue como empezó a entrenarse con el equipo del pueblo junto a algunos de los mejores futbolistas que había en el país.

Sucedió entonces que a Simonyan se le multiplicaron las bajas de golpe y uno de sus centrales agarró una borrachera descomunal en víspera de jugar un partido. El entrenador buscó a la mañana siguiente a Riordan y le hizo una pregunta inocente: "¿Estás libre hoy?". El inglés contestó que sí con la idea de que le iban a invitar a ver el partido. Simonyan le despejó cualquier duda y le mostró sus verdaderas intenciones: "Pues ven al estadio a las cuatro y trae las botas".

Esa tarde, en medio de un enorme desconcierto, James Riordan fue titular en el partido contra el Pakhtakor de Tashkent en el estadio Lenin (hoy Luzhniki) y compartió alineación con el gran Igor Netto. El encuentro acabó con empate a dos goles y en sus memorias Riordan no se hace responsable de ninguno de los dos goles encajados. Para evitar problemas con las autoridades, que siempre guardaban enorme recelo con el equipo moscovita, el Spartak lo presentó con el nombre de Yakov Iordanov, una lejana aproximación a su nombre. Así se anunció por megafonía a los aficionados e incluso a sus propios compañeros. No resultaba muy conveniente para nadie que se supiese la verdad.

La aventura no acabó ese día. A la semana siguiente también jugó en el empate a un gol contra el Kairat Almaty (partido en el que estuvo algo más desafortunado). Llegarían luego otras dos presencias en el banquillo antes de que la mayoría de los lesionados regresasen al equipo y Riordan recuperase su lugar en las pachangas de los domingos, lejos de la grandiosidad del estadio Lenin.

Pasaron los años y Riordan regresó dos años después a Londres, donde se instaló como profesor de la Universidad de Bradford, continuó con sus estudios y con los partidos de fútbol enrolado en un modesto equipo de su Portsmouth natal. El Spartak de Moscú borró de su historia a Yakov Iordanov, algo que a Riordan siempre le supuso una enorme amargura, aunque tampoco suponga una gran sorpresa. Incluso la BBC hizo un programa sobre su historia poco antes de morir en el que acompañaron al inglés a Moscú para reencontrarse con algunos de los futbolistas que aún seguían vivos de aquel Spartak.

La mayoría negaron haber compartido con él un partido hasta que apareció Khusainov y tras abrazarle le dijo "hay que ver cuántos inviernos han pasado desde la última vez". Para Riordan ya era suficiente. Hace tres años, con 75 años, su corazón se detuvo. Su historia en el Spartak de Moscú, con sus evidentes zonas oscuras, quedó escrita.

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