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La teja de Tirzah y el once de Benítez

El técnico del Madrid renuncia a su idea de juego y destapa las miserias del proyecto

La teja de Tirzah y el once de Benítez

A Rafa Benítez, como a Judá en la película de Ben-Hur -personaje interpretado por Charlton Heston-, le van a condenar a galeras por errores ajenos a su voluntad. El desenlace se ve venir a lo lejos. Incluso mucho más allá del 0-4 que el FC Barcelona pintó anoche con una tiza de tonos azulgrana en todo lo alto del Santiago Bernabéu. El Real Madrid es como el Bolshói de Moscú en su punto más turbio: las rivalidades entre bailarinas se comen los cimientos de la mejor compañía de ballet del mundo. Si en la oscarizada Ben-Hur al protagonista le toca afrontar un duro castigo por una teja que se desliza -tras un mal movimiento de su hermana Tirzah- y provoca un accidente que acaba con el gobernador romano en Judea en el suelo, al entrenador del conjunto blanco ya le amenaza el finiquito por los caprichos de Florentino Pérez y su cohorte de palmeros -la ya célebre central lechera que señaló Pep Guardiola en 2011-.

La falta de Benítez, en toda esta historia, es puntual. Una anécdota. Ayer, en el clásico, con todos los focos sobre el Bernabéu, al entrenador le dio por complacer al jefe y a su séquito. Se comió su orgullo, renunció a su abecé y guardó en un cajón bajo llave su idea de juego: retiró del once titular a Casemiro, la piedra angular de su sistema defensivo y se lanzó a excesos que no van con su estilo. Dispuso en el centro del campo a Modric, Kroos y James Rodríguez. O lo que es lo mismo, movió al Real Madrid con dos mediocentros y medio.

El paso en falso de Benítez fue evidente. Y más ante un Barça que plantó en la medular a Busquets, Iniesta, Rakitic y Sergi Roberto y que ha perdido sutileza, desde los tiempos de Guardiola, para ganar en aspereza con Luis Enrique al mando: renuncia, en parte, a la espesura de la horizontalidad para provocar ataques de vértigo en el rival de turno a partir de movimientos terriblemente verticales. Optimización de la economía le llaman en la escuela de Chicago.

Ganó el Barça por superioridad manifiesta en el centro del campo, pero la goleada no es de ayer. No es un asunto casual. No es un constipado por una corriente fría y traicionera. La explicación no tiene ciencia y no presenta a Rafa Benítez en la raíz del problema. No. Todo es más sencillo. Y la cuestión es futbolera: el Barça, desde hace años, desde el día que José Luis Nuñez le dio el mando a Johan Cruyff en la parcela deportiva y convirtió al club en "el ejército de un país desarmado" que muchos años antes había soñado Vázquez Montalbán, es un equipo reconocible, se sabe a qué juega, qué aspira hacer con el balón y cómo pretende superar al primer adversario que se cruce en su camino. Es una obra de autor.

Eso, con el Real Madrid de Florentino Pérez, es un asunto de ciencia ficción. El club blanco sólo se sostiene con el dinero que le permite fichar a los mejores jugadores del mundo: ganó cuando juntó a Zidane, Figo, Raúl, Ronaldo, Beckham y Roberto Carlos y hace un par de cursos levantó la Décima Copa de Europa porque Carlo Ancelotti tuvo mano izquierda para domesticar en el mismo rebaño los egos de Cristiano Ronaldo, Bale, Di María, Sergio Ramos, Xabi Alonso o Casillas.

Este Real Madrid, con Florentino Pérez al volante, tiende a cosificar el juego. Consume futbolistas como el obeso que recurre a la comida rápida para almorzar, colecciona títulos como el nuevo rico que aparca bólidos en su garaje, presume de la historia pasada porque su método no se sostiene y se mueve a mil años luz de un Barça que, a base de fútbol, trasciende más allá del terreno de juego: ya es leyenda.

Esa es la dura realidad que acompaña al Real Madrid. Más que el 0-4 encajado anoche ante el Barça. Todo lo demás, como el once de Rafa Benítez, es ruido para tapar la miseria propia. Como la teja que despegó Tirzah y condenó a Ben-Hur. Una simple excusa. Justo lo que necesitaba el Imperio Romano para lanzar su castigo.

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