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Vela latina La entrevista

"Yo llevaba a Gregory Peck a la zona de rodaje de 'Moby Dick"

"Invitamos a los artistas de la película a la bahía de Gando para que vieran una perca nocturna", cuenta Amalio Barrera Moya, botero de 84 años

"Yo llevaba a Gregory Peck a la zona de rodaje de 'Moby Dick"

Amalio, como otros niños de su edad, se movía en el istmo de La Isleta como chiquillo bote. Era de aquellos otros cambuyoneros que transitaban las zonas de La Carbonera, Mercado del Puerto, El Refugio, Muelle Pesquero, etc., que con sus chalanas y bogando se iban en busca del barco fondeado fuera de la bahía. En la Navidad de 1954 la película Moby Dick se grabó en Las Palmas de Gran Canaria y allí estaba él, un joven entusiasmado con los botes, para ayudar a una de las grandes estrellas de la historia del cine: Gregory Peck.

¿A qué se debió su presencia en el rodaje de la película Moby Dick en Gran Canaria?

Hombre, pues muy sencillo. Mi padre fue policía de Turismo en la época en que venía un Yeoward (Compañía Inglesa, Yeoward Brothers, Lines) a buscar la fruta para llevarla a Inglaterra. Él conocía a personas cercanas a la compañía inglesa, y a la vez también se relacionaba con personas que frecuentaban con sus yates la bahía del Puerto de La Luz. La productora se vino a Las Palmas de Gran Canaria ya que en la isla de Madeira se habían perdido tres o cuatro maquetas de la ballena, por lo que decidieron venir a hacerlas y rodar aquí la película. Una maqueta de una ballena se hizo con carpinteros de la zona del Mercado del Puerto, en donde estaba ubicado el varadero de la Compañía Carbonera de Las Palmas, Hull Blyth. La maqueta era arrastrada por un barco aljibe de los Torrent.

Usted navegaba cerca del rodaje, ¿no?

Yo iba en el yate del amigo de mi padre como marinero junto con todos los artistas. Y entre ellos, claro, estaba Gregory Peck. Es que el dueño del yate sólo trajo al capitán y al maquinista así que nosotros nos dedicábamos a desplazar a los artistas a la zona de rodaje. La ballena era arrastrada por el remolcador Gran Canaria. Salíamos del muelle Santa Catalina Norte e íbamos hasta el ensanche y, en mar abierto, se grababa.

¿Alguna vez también se grabó por la playa de Las Canteras?

Si, claro. Un día de grabación se metió viento del sur y nos tuvimos que ir frente de la zona de Lloret y Llinares. Con el remolcador Gran Canaria un carnicero traía una vaca para darle de comer a las gaviotas. Hubo un día en el que los que estaban a bordo echaron de menos la carne. Y decían "ya no hay carne para las gaviotas". Pero empezaron a registrar y resultó que la tenían escondida para llevársela para sus casas.

Y comida para las gaviotas, ¿por qué?

Era para que pareciera que había un temporal. Un temporal que se hacía con un motor bomba y tirando para arriba el agua, mientras las gaviotas revoloteaban alrededor de la ballena y de la carne que se había lanzado previamente.

Por último, recuerdos y anécdotas tendrá un puñado, ¿no?

Un día, en pleno rodaje, se estaban utilizando unos magnetofones grandes, momento en que nadie podía hablar y hacer ruido de ningún tipo durante la grabación. Ese día, se daba la circunstancia que la UD Las Palmas jugaba en el Insular con el Real Madrid. Y mi padre me encarga llevar a tierra al capitán y al maquinista para que vieran el partido. Los dejé en el muellito que existía en la parte sur de la playa de Las Alcaravaneras. Los dejé allí y les dije, "tiren por ahí arriba y ya ven el Estadio". Cuando los fuimos a recoger, además de ver el partido regresaron con media chispa. Otro día, en un día de descanso, mi padre invitó al capitán del barco inglés y a los artistas a ver una pesca nocturna. Y nos desplazamos a la zona de la bahía de Gando para realizar una pesca de curricán [técnica que te permite pescar y navegar a la vez] y con nosotros fue Colón, un experimentado patrón de pesca del barrio de San Cristóbal.

¿Cómo se acercó a conocer los botes de vela latina?

Tras mis primeros contactos con el mar, el llegar a la vela latina se produce cuando el carpintero de ribera Juan Suárez construyó en la década de los sesenta el primer Poeta Tomás Morales. Yo ya andaba cerca del mundillo botero. Aunque mi primera experiencia como tripulante la tuve con el Minerva. Fue durante la etapa en que tanto los viejos cascos del Minerva y del Porteño se recuperaban de la zona de El Refugio. Al Minerva lo llevamos Manuel Cabrera La Fiera, mi hermano Gaspar y Medina para repararlo cerca del varadero de la Casa Woerman. Y ya reparado comenzamos a navegar.

¿Y cómo era la vela latina de entonces?

En la playa del puerto, como se le conocía detrás del mercado del Puerto (pescadería), pasamos mucho rato y era el lugar donde más tiempo pasábamos. El Minerva en aquella época tenía al viejo Piteras de patrón. Con él y teniendo al Minerva tan cerca nos embarcábamos. Más tarde navegué en el Tamarán, Poeta Tomás Morales -que tenía en la tripulación al comandante Pardo de patrón, Agustín el Garrucho, Ismael, etc...-, y luego más tarde fui al Juan Rejón.

¿Cuáles son las mayores diferencias entre los actuales botes y los de su época?

Antes los botes eran más pequeños. Sobre todo en la manga del casco, ya que la eslora y el puntal es lo mismo. Cuando Juan Suárez le hizo la vela al Poeta Tomás Morales, que por aquel entonces contaba de patrón con Gabriel Bruno, El Brujo, se la tuvieron que volver a repasar, ya que el bote no podía con el enorme velamen.

¿Cómo era el ambiente antes y después de un día de pegas?

Antes éramos muy playeros y todos veníamos de distintas profesiones, carpintero, mecánicos, etc. y todos ellos eran tripulantes y nos embarcábamos por afición a pesar de que nos costaba dinero de nuestros bolsillos. Cuando nos iniciamos en el bote Juan Rejón, con Enrique Boissier de patrón, la vela la traía de Noruega maestro Pepe El Calafate, y costaba en aquella época unas 15.000 pesetas de entonces con la tela, el hilo y todo lo demás. Después íbamos a la mujer de Ito y nos arreglaba todo. También recuerdo de aquella época, cuando alquilábamos un coche o cogíamos un taxi entre varios para seguir las pegas.

¿Y las apuestas?

Siempre han existido las apuestas hasta caer la Guerra Civil. Recuerdo que cuando se empezaba a apostar, cada uno de los allí reunidos iban dando dinero y minutos. Al final, nadie sabía quién había ganado o perdido, ni quien tenía las perras. Al final, se metían en una tartana y se iban de juerga.

¿Las comodidades actuales con referencia a lo que usted vivió son muy diferentes?

Sí, claro. Ahora el problema es que existe comodidad, pero no hay dinero. La juventud no tiene dinero para poder desplazarse, y ése es uno de los problemas por los que no salen los botes a probar entre semana. Mire, está claro que hay comodidades. Los botes de hoy son lanchas caldedeteras. En mi época llevábamos un palo de 9,50 y una vela de 12 metros y con rizo. Son lanchas y no hay tripulación como antes. Recuerdo que, entre semana, salíamos a probar.

¿Cuál es su mejor regata que recuerde?

Hubo una en la que pegábamos el Juan Rejón, con Enrique Boissier de patrón, en la que también iban Ramón a la mura, Agustín Rivero, Garrucho, Ismael, etc., y el Tomás Morales, con Vicente Rojas a la caña. Fue una bonita pega en la que con la maestría de Boissier y el acierto en las viradas le ganamos a un buen Morales de la época.

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