Magnus Carlsen revalidó en el edificio Fulton Marcket de Nueva York su corona de Campeón del Mundo, siendo el primero que lo consigue tras empatar a seis en doce partidas y superar a Serguéi Kariakin en la modalidad semirrápidas a 25 minutos. La prórroga con encuentros de 25 y 5 minutos no se había dado nunca. Solo se jugaron tres mundiales en la época del cisma 'anti Fide' de Kasparov, con tres campeones de huella mínima.

El resultado fue de 9-7 a favor del número uno, con doce tablas, tres triunfos para el campeón y uno para el ruso. No se ha visto al mejor Carlsen, ya que ha cometido errores impropios de su prodigioso talento, como le sucedió en las partidas tercera y cuarta que acabaron en tablas y en la octava que perdió. En las tres pudo sentenciar.

También asombró y de qué forma que no fuese capaz de rematar una envidiable posición ganadora en la segunda partida de las semi-rrápidas, cuando tenía pareja de alfiles y tres peones contra torre.

Pero logró superar tan complicado momento sometiendo al estoico y hermético Karjakin a una demoledora presión en las partidas tercera y cuarta en las que le obligó a cargarse de tiempo, a cometer errores. Junto a la posibilidad de brindar a los fieles un brillante e histórico remate en la decisiva partida -le bastaban tablas- al bordar una gran entrega de dama.

Carlsen partía claro favorito, hasta el punto que el legendario Kasparov dijo que sólo una enfermedad o causa exógena podía impedir la victoria del astro noruego.

Carlsen apareció varias veces muy contrariado, hosco, antipático, en las ruedas de prensa obligatorias celebradas, dando un portazo y no presentándose cuando fue derrotado en la octava partida. Dijo que hablaría a la finalización del evento y contaría qué le ha pasado.

Karjakin se mostró en todo momento muy sonriente, ganándose el aprecio de los neoyorquinos. Y no digamos de cómo se comportó ante el tablero, fiel a su infatigable estilo defensivo."Por virtudes en la defensa, sería número uno", dice la crítica. Pero la corona tiene dueño.