"Si alguna vez vais a ganar la Copa de Europa, hoy es el día y éste es el lugar". Las palabras de Jock Stein, el técnico que se había hecho cargo del Celtic dos años antes, retumbaron solemnes en el vestuario del Estadio Nacional de Lisboa antes del comienzo de la final de 1967.

En la caseta contigua se vestía el mejor equipo del continente, dirigido por el entrenador más afamado y fiable de la década: el Inter de Helenio Herrera, un equipazo que lideraba el gran Sandro Mazzola y en el que figuraba gente como Facchetti, Domenghini, Cappellin o Corso. Pero Stein tenía una fe ciega en la mejor generación de futbolistas que había dado Glasgow en toda su historia. Les lideraba una pulga pelirroja llamada Jimmy Johnstone y todos los integrantes de aquella plantilla habían nacido a no más de treinta millas del estadio del Celtic, lo que da una idea del grado de implicación que escondía el vestuario.

Se conocían desde niños en muchos casos, habían pasado juntos por las categorías inferiores del club y esa complicidad, sumada a su indiscutible talento, había conformado un equipo tan temible como atractivo. Stein había recuperado desde su llegada a varios de los que habían probado suerte en otros clubes, como fue el caso de Bertie Auld o de Bobby Lennox.

Stein, amigo de librar batallas psicológicas en las grandes citas, sabía que para derrotar al Inter de Helenio Herrera (que había conquistado dos de las tres Copas de Europa anteriores) tenían que ser superiores a ellos dentro y fuera del campo. Tenía que desconcertarles, incluso irritarles. A los italianos era complicado sacarles del plan establecido, pero él se había decidido a ello. Para eso tuvo una especial importancia la rueda de prensa que ofreció dos días antes, poco después de su llegada a Lisboa.

El técnico llegó ante los periodistas y recitó la alineación con la que iban a jugar ante el Inter: Ronnie Simpson, James Craig, Thomas Gemmell, Robert Murdoch, Billy McNeill, John Clark, Jimmy Johnstone, William Wallace, Stevie Chalmers, Bertie Auld y Robert Lennox. "No tengo nada que ocultar", explicó. Y a continuación se lanzó con el discurso dedicado al técnico rival: "Le voy a decir al señor Herrera por qué el Celtic va a ser el primer equipo que consiga llevar este trofeo a las Islas Británicas. Porque va a atacar como ningún otro lo ha hecho antes, como nunca han visto a nadie hacerlo. Para alcanzar estas metas hay que tener jugadores que sean capaces de anteponer su club a sus vidas y yo tengo esa clase de hombres a mi cargo".

Aquello era un teatrillo algo sobrecargado por parte del entrenador, pero comenzó a dar resultado. Stein mantuvo a su equipo alejado de la locura que se vivía en Lisboa donde días antes del partido comenzaron a llegar los más de 12.000 aficionados que se calcula viajaron desde Escocia e Irlanda.

Fue una locura. Muchos se subieron por primera vez a un avión por culpa de aquella final y la mayoría vistió de traje y corbata en la final convencidos de que acudían a un acontecimiento único en sus vidas y eso exigía cierta etiqueta.

Los hubo que hipotecaron sus casas, a quienes el desplazamiento costó la separación de sus mujeres... Esa histeria explica por qué el técnico eligió un hotel de Estoril para descansar antes del partido de sus vidas, lejos del ruido de la capital. Dejó a los jugadores que se relajasen con la única condición de que no saliesen a tomar el sol para evitar las inoportunas quemaduras en sus pieles blanquecinas.

El día antes del partido el Inter cambió su hora de entrenamiento para ver el del Celtic. Stein hizo pruebas con el once que había anunciado, pero cambió a la mayoría de jugadores de posición y les dijo que no mostrasen ninguna de sus habilidades. Sobre todo a Jimmy Johnstone, un regateador feroz, le mantuvo en calma toda la tarde mientras los italianos no entendían mucho lo que estaban viendo y los escoceses reían divertidos.

La mañana del partido oyeron la misa que ofreció el padre Bertie O'Reagan. Era día de precepto y los jugadores, católicos todos, acudieron en masa al oficio. No fueron los únicos. Las iglesias de Lisboa se llenaron de aficionados que también acudieron a cumplir con el ritual. Los portugueses no salían de su asombro con aquel ejército de hinchas vestidos de traje que vaciaban los barriles de cerveza y llenaban plazas e iglesias.

A la final aún le quedaba el útimo golpe psicológico. Jimmy Johnstone describió mejor que nadie la impresión que les dio tener a su lado a los integrantes del Inter del Milán, tipos de una planta asombrosa que contrastaba con los escoceses: "Allí estaban Facchetti, Domenghini, Mazzola, Cappellini; altos y bronceados, con sus sonrisas perfectas y el pelo bien peinado. Todos ellos se parecían a la estrella de cine César Romero. Incluso olían bien. Y ahí estábamos nosotros: unos enanos sin dientes. Yo no tenía, Bobby Lennox tampoco, ni Ronnie Simpson. Los italianos debían creer que nos habían sacado de un circo".

Billy McNeill, el capitán, confesó que "estoy seguro de que mientras nos veían pensaban que se iban a enfrentar a un equipo de un pub, a una pandilla de compañeros de borrachera". Decididos a cargarse de coraje Bertie Auld, uno de los futbolistas más creativos de aquel equipo y de los más ocurrentes, miró a sus compañeros y les dijo "cantemos". Y en medio de aquel sombrío túnel, mientras los interistas les observaban con cara de asombro, Bertie Auld comenzó a cantar su himno: el Celtic Song.

"Es un gran equipo por el que jugar/es un gran equipo al que ver/y si conoces su historia/será suficiente para que tu corazón se acelere". Los once muchachos de Glasgow, en el mayor reto de sus vidas, saltaron al estadio cantando el himno de su equipo mientras Jock Stein echaba del banquillo que les correspondía a los suplentes del Inter, que habían cambiado al comprobar que uno estaba al sol y otro a la sombra.

El resto es pura leyenda. El Inter se adelantó de penalti en el minuto 7 y a partir de ahí Jock Stein cumplió su amenaza de dos días antes. El Celtic atacó como una fiera salvaje hasta hacer volar el catenaccio de Helenio Herrera. Primero Gemmel y luego Chalmers marcaron los dos goles que dieron al Celtic la Copa de Europa y casi provocan un problema de orden público por la invasión de los hinchas escoceses.

Tal fue así que McNeill fue llevado por un coche policial desde el vestuario hasta el acceso al palco para recibir la Copa de Europa. El resto del equipo permaneció en el vestuario durante el acto protocolario. Y todo había comenzado con una simple e inocente canción.