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Entrevista | Iván García Cortina

"Estoy diagnosticado de hiperactividad y el ciclismo me dio una vía de escape"

"El Tour sale en agosto, pero la Vuelta en noviembre hace que te juegues más por el mal tiempo", puntualiza el ciclista

Iván García Cortina, en Andorra la pasada semana. LP/DLP

La pandemia la encontró en una competición, la París-Niza, en Francia.

Sí. El equipo abandonó unos días antes por riesgo de que cerraran las fronteras y no volviéramos a casa sanos y salvos. Estoy en La Massana, un pueblo arriba de Andorra la Vella. Vivo aquí todo el año, con mi novia, Carla.

¿Cómo la conoció?

Hacía carreras de piñón fijo y sin frenos y nos conocimos por las bicis. Compartimos afinidades. Es de La Rioja. Llevamos juntos tres años y nos íbamos a casar en octubre, pero con los cambios del coronavirus lo dejamos para 2021.

¿Qué tal el confinamiento?

Los primeros días fueron más complicados porque no podíamos andar en bici y eso es vital para los ciclistas, que vivimos de la natu raleza.

¿Es distinto en Andorra?

Salvo los restaurantes, todo está bastante abierto. Hace un mes que salimos. Se abrió dos semanas antes que España, pero el entrenamiento profesional tardó más.

¿Cuándo tuvo usted la primera bicicleta?

Al nacer, casi empecé a rodar antes que a caminar. A los dos años ya no llevaba ruedines y siempre me gustó andar en bici para pasar el tiempo.

Estudió Matemáticas y luego hizo Electricidad.

Me gustaban los números, pero no eran mi fuerte.

¿Qué era su fuerte?

Hacer deporte. Cuando vi la oportunidad de ser profesional dejé de lado los estudios.

¿En su casa les pareció bien?

Sí, a mi padre le gustó siempre el ciclismo, aunque no lo practicó.

¿Su padre no tenía planes de la empresa para usted?

No. Siempre me dejó hacer lo que quisiera en la vida.

¿Qué deportes hizo?

Natación. El año de empezar a competir lo dejé: no me gustaba mojarme y tirarme al agua fría todos los días. Luego hice balonmano. Fui central y pivote y me fue bien porque era grande para mi edad y no me costaba llegar a la portería contraria. Quise probar de portero y, como no me movía, me aburrió un poco.

Más deportes.

Kárate y tenis un poco y sin más.

¿En casa gustaba que hiciera deporte o era cosa suya?

De los dos. Era hiperactivo y me resultaba difícil concentrarme.

¿Diagnosticado?

Sí. Estuve yendo al psicólogo de los 12 a los 15 años. En el ciclismo encontré una vía de escape y lo corregí porque tienes que concentrarte en las competiciones y, como tiene mucha exigencia física, te desgasta.

¿Fue un problema?

Escolar, más que nada.

¿Y familiar?

No, con tanto deporte, nunca estaba en casa.

¿Le daba rabia ir al psicólogo?

No, era necesario y no tengo mal recuerdo de la terapia. Aunque no es lo mismo, he pensado en contar con un psicólogo deportivo. En un momento de fatiga máxima el plus de motivación de un psicólogo puede ayudar, y en momentos de decepción, también.

Se apuntó a ciclismo porque veía el coche del equipo de Las Mestas a la puerta del colegio.

Sí, Chus [Rodrigo] llevaba a sus nietos a las Ursulinas. Me llamó la atención. Conocía escuelas de fútbol y natación, pero no de ciclismo y menos aún para niños. Pensaba que los ciclistas salían directamente en la tele.

¿Se sintió usted a gusto en el ciclismo?

Desde el primer año, cuando hacía carreras en circuitos cortos. A los 16, cuando pasé a cadetes y empecé a hacer circuitos largos y más parecidos a lo profesional, empezó a gustarme de verdad. un recorrido amplio, te hace sentir más profesional que dar vueltas de un kilómetro alrededor del Carrefour.

Sin las pruebas de primavera, ¿da 2020 por perdido?

No, empezamos el 1 de agosto a correr. El Tour de Francia se hará. Iba bastante bien. Mi última victoria fue en mi última carrera. Pero nunca sabes si ahora voy a estar a la altura.

El cambio de fechas cambia las carreras.

Lo cambia todo. El Tour se aplaza a septiembre y será algo más fresco que otros años, pero la Vuelta a España en noviembre hace que te la juegues más por el mal tiempo.

¿Conoce Baréin?

Estuve tres veces con el príncipe. Una semana cada vez. Vimos un poco el país y el hotel.

¿Está al tanto de los derechos humanos y de la situación de las mujeres?

De eso no puedo hablar, no tengo ni idea.

¿Desde cuándo está en An dorra?

Desde hace dos años.

¿Por razones fiscales?

También estamos aquí sesenta y tantos ciclistas. Para entrenar hacemos grupete. Sales con otros y el ritmo es más alto, lo que es mejor para entrenar. La altura es propicia porque son 1.200 metros todo el año y produces glóbulos rojos.

¿Cómo vive allí?

En un piso. Los entrenamientos me llegan vía online y voy haciendo lo que me manda el entrenador. Carla y yo tenemos a Nalu (que significa Gran ola en hawaiano), un cruce de perro de aguas con teckel. Lo adoptamos en Asturias.

¿Qué le gusta además de rodar en bicicleta?

Andar por la montaña. Suelo navegar con mi abuelo. También me gusta el mundo del motor.

¿Hay una oportunidad para el ciclismo urbano en el mundo posterior a la pandemia?

Ojalá. Viajo mucho y cuando voy a Holanda y a Bélgica y veo que salen en bici por todas partes pienso que ojalá pudiéramos ser así. Sería algo positivo del coronavirus, en lo demás negativo.

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