Lo único que puede estar quieto en un campo de fútbol es el banderín del córner". Paco Flores, entrenador del Nástic en la temporada 2006-07, enseñó a Javier Portillo a convertirse en algo más que un delantero centro que empujara la pelota a la red, le inculcó el sacrificio de los modestos. "El fútbol no regala nada a nadie, el resumen es que triunfa el que trabaja", dijo el delantero en la víspera de un partido frente al Real Madrid, donde había debutado en Primera División con solo 19 años. Se notaba: Portillo ya tenía marcado a fuego lento el mensaje de la humildad.

"Estar abajo es duro, pero soy mejor jugador que cuando llegué, más maduro", proclamó el madrileño, que aquella temporada anotaría con los granotas 11 goles en Primera División, su tope en la máxima categoría. Después llegaría el descenso del Nástic a Segunda y, el atacante, a pesar de tener otro año más de contrato, emigró a Osasuna, un equipo consolidado en la máxima categoría donde tendría oportunidad de volver a reivindicar su puntería.

No fue así. Tres años en el Reyno de Navarra, y el camino que debía conducir hacia el estrellato se convirtió en una implacable cuesta abajo. 40 partidos, escasos minutos de calidad y solo tres goles, esa fue su aportación. En la última campaña, la 2009-10, tras disputar un par de encuentros, el delantero busca redención en Segunda, en el Hércules, que se había convertido en un gallito.

Cinco goles trascendentales en la segunda vuelta del campeonato, incluido el denominado gol del ascenso frente al Real Unión, dieron aire a una carrera futbolística, que había conocido la gloria temprana en las noches europeas del Bernabéu y, más tarde, en el Artemio Franchi de Florencia. Hoy, cerca de firmar como amarillo, volverá a oír de boca de Juan Manuel que sólo podrá estar quieto el palo del córner.