El 27 de abril de 1988, con solo 23 años, Miguel Indurain era una joven promesa que, bajo la calculada tutela de José Miguel Echavarri y Eusebio Unzue, se curtía en el pelotón profesional como gregario en el Reynolds, un equipo que ese año tenía marcado en el calendario un objetivo indiscutible: llevar a Perico Delgado a lo más alto del podio en el Tour de Francia, meta que el corredor segoviano alcanzó meses después en París.

Desapercibido aquel día, a la sombra de favoritos como Sean Kelly -ganador de la ronda al final-, Álvaro Pino, Lucho Herrera, Marino Lejarreta, Raimund Dietzen o Robert Millar, Miguel Indurain participó en la etapa de la Vuelta a España que en 1988 se disputó en Gran Canaria. Fue una jornada intensa, festiva en los colegios de la Isla para que los escolares disfrutaran de un acontecimiento que, en 23 años, no se ha vuelto a repetir y en la que la afición se volcó con el paso de la caravana pese al intento de boicot de varios grupos independentistas.

No fue una etapa cómoda para los ciclistas, que tuvieron que unir -en 34 kilómetros de recorrido- Telde y Las Palmas de Gran Canaria en una contrarreloj por equipos que, al final, ganó el BH entrenado por Javier Mínguez. El viento de cara tras la salida y la ascensión a la subida de la Tropical marcaron una jornada en la que un joven Lale Cubino partió a la Península vestido de amarillo y Miguel Indurain acumuló kilómetros antes de convertirse en leyenda.