Georgina Ojeda mira con orgullo a su nieta Marta mientras habla de cuánto le hubiese gustado conocer a su abuelo, el gran Juanito Guedes. Sonríe y asiente con la cabeza cuando ella, a sus nueve años, relata el día en que soñó con él. "Lo tiene muy presente siempre", acota Georgina. Ella también. Lo reflejan la multitud de fotografías que decoran las habitaciones de su casa. En especial una a la que le tiene mucho cariño porque "sus ojos nunca dejan de mirarme lo mire desde donde lo mire".

Georgina perdió a su esposo el 9 de marzo de 1971 y "aunque la herida se cierre, aunque a veces olvides, la llaga nunca termina de curarse", asegura. Con la mirada perdida en un retrato de él las palabras le salen a borbotones: "Han pasado 40 años y lo notas. No es lo mismo estar sola que estar con tu compañero sentado en una silla. A mí me gustaría tenerlo nada más que sentado en el sillón...".

Juanito "era un hombre generoso, detallista y agradecido. Por ejemplo, le ponías la mesa y decía: 'Qué buena está la comida, está buena, buena". Pero no sólo en su casa. Era conocido por recoger siempre a la gente en el cruce de San Lorenzo o también, recuerda, "cuando apareció un día en casa con dos presos, uno de ellos de Cádiz, y le pagó el billete en avión". "Mira si me impactó que me acuerdo del precio: ¡3.800 pesetas!", exclama.

Su temprana muerte fue un impacto de un tremendo calado social. A Georgina se le vino el mundo encima. Con su hijo Javier recién nacido, sólo tenía nueve meses; y con Juan, con menos de tres años, el golpe fue muy fuerte. "Muchos recuerdos, ropa en el ropero, zapatos por un lado, el fútbol por otro, el cajón, las maletas con las que viajaba...".

Tuvo que reponerse rápido. Tenía una familia que sacar adelante. La figura que más le ayudo fue el secretario técnico del club, Jesús García Panasco. "Él me ayudó a pagar unas letras que me quedaban de la casa y por él cobré los años de sueldo de mi marido". El agradecimiento que siente Georgina por él es impresionante. "Me acuerdo de él lo mismo que me acuerdo de mi marido", asegura con contundencia.

La enfermedad fue un proceso muy doloroso, sobre todo porque no sabía qué mal le aquejaba: "Estuve todo el tiempo engañada. El médico se lo detectó aquí y jamás me lo contó".

Su muerte fue brutal para todos sus compañeros: "Pasaban todos por aquí, el Capi, Tonono...", trata de seguir pero los ojos se le llenan de lágrimas, "Tonono no pasaba porque le costaba. Me decía: 'Me cuesta pasar por tu casa".

No fue el único en notar su pérdida. Javier Guedes no le conoció. Él se dio cuenta de que nunca vería a su padre cuando veía que su madre era quien lo iba a recoger en lugar de su padre, como al resto de sus compañeros. "Se lleva mal no haberlo conocido, no saber lo que la gente vivió de él. Si fue un excelente futbolista, lo que me cuentan como persona lo supera. Es como que a mi vida le ha faltado algo", cuenta mientras mira a su pequeña Marta con el amor de un padre que sabe lo que es vivir sin conocer al suyo.