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Martín Alonso

La mirada de Anderson

Martín Alonso

Mr. Wonderful y Pepe Mel

El día que el coronavirus se vaya, la superficialidad seguirá aquí. Son los tiempos que nos han tocado vivir. Es lo que pasa cuando un sistema neoliberal te repite todos los días que tú eres el centro del universo y que lo que importa es tu emocionalidad. Ante eso, todo lo demás, lo realmente importante, cae en el olvido.

Un ejemplo. El mes pasado la Universidad de Edimburgo decidió, a petición de un grupo de estudiantes, rebautizar uno de sus edificios, conocido como la Torre David Hume, debido a las opiniones racistas y a los vínculos con la esclavitud que se le atribuyen a un filósofo empirista que vivió durante el siglo XVIII.

A los estudiantes de la Universidad de Edimburgo, sin embargo, durante estos meses no se les ha visto levantar la voz por un informe de la Oficina de Estadísticas Nacionales del Reino Unido (ONS), publicado en mayo, en el que advertía que las personas de ascendencia negra tenían cuatro veces más probabilidades de morir por coronavirus.

¿La explicación? Sencilla: una parte sustancial de la diferencia en la mortalidad de la Covid-19 entre los grupos étnicos del Reino Unido se explica por las diferentes circunstancias en las que se sabe que viven los miembros de esos grupos, como las áreas con privación socioeconómica.

Más fácil de entender aún: los negros –y las personas con ascendientes de Bangladés, Pakistán, India y etnias mixtas– tienen más probabilidades de morir en Reino Unido por culpa del coronavirus que los blancos porque son pobres.

En su cruzada contra el racismo, los estudiantes de la Universidad de Edimburgo optaron por tomar un placebo: ir contra algo que les molestaba a ellos, a su yo –el nombre de un edificio–, no contra un problema real que afecta a su país.

Ahora no es difícil imaginárselos triunfantes tras su gesta por sus campus de Edimburgo cargados con carpetas de Mr. Wonderful repletas de mensajes tipo “hacen falta días malos para darte cuenta de lo bonitos que son el resto”. Ya saben, la emocionalidad, por encima de todo.

Por eso, en un mundo en el que la superficialidad campa a sus anchas, donde el yo se apunta a explosiones sentimentales simplistas –tal vez así algún día entienda las exageraciones sobre Panza de burro; alguien hace una crítica buena del libro y detrás, como un batallón desatado, se lanzan todos los culturetas cargados de calificativos para no quedarse ellos fuera del hype– se agradece el discurso claro, sin complejos, de Pepe Mel.

Si el césped del Estadio de Gran Canaria es un puto desastre, lo afirma sin rodeos. Si la marcha de Rubén Castro o De la Bella sólo se explica por la ruinosa gestión del club, lo expone sin miedo. Si quiere a Cedrés sí o sí en su plantilla, lo recalca en público. Si apuesta por un canterano como Athuman, pone el pecho para asumir su decisión. Y si ve que el equipo no carbura, no se esconde detrás de una realidad paralela.

Igual a Mel, a nivel individual, le hubiera ido mejor con discursos al estilo Mr. Wonderful en sus ruedas de prensa, pero probablemente a la UD Las Palmas la iría un poco peor sin él.

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