Hubo tanto sentimiento como preguntas en el aire en el Palacio de Deportes Vista Alegre de Córdoba. ¿Por qué se celebró un partido de baloncesto con la presencia de la selección de un país que apenas unas horas antes había sufrido una invasión militar? Más allá de normativas, la respuesta tiene una base emocional. "Queremos mandar un mensaje a los nuestros", insistían con entusiasmo forzado desde las filas de Ucrania, que visitó por segunda vez en su historia este recinto deportivo. La primera fue en 1993, con dos años como nación independiente, y en la segunda lo hizo bajo la conmoción del estallido de un conflicto bélico de consecuencias incalculables

"No war" era el mensaje que llevaban escrito en el rostro algunos jugadores de Ucrania, que decidieron salir a la pista para competir pese al evidente estado de desasosiego que se detectaba en el grupo. Su estandarte, el gigante de 2’16 Artem Pustovyi, mostró un gesto de extrema emoción en el momento en que sonaba el himno de su país. El actual jugador del Herbalife Gran Canaria -y ex del Obradoiro y el Barça- estuvo tan extramotivado como sus compañeros. Tras un desgarrador minuto de silencio, durante el que sonó El canto de los pájaros de Pau Casals, Ucrania salió desatada. Pustovyi y Rendl, un estadounidense nacionalizado, hicieron las primeras canastas. Hubo aplausos en la grada, que empatizaba con unos jugadores que eran rivales deportivos pero también hombres asustados por el porvenir de los suyos. A la selección española la llaman 'La Familia'. También por esto.

Artem Pustovyi, emocionado durante la escucha del himno de Ucrania. RAFA ALCAIDE

Un guion alterado

Los últimos acontecimientos condicionaron lo que se había diseñado como una fiesta en toda regla en Córdoba, ciudad a la que regresaba la selección nacional después de 16 años. La visita más reciente fue en 2006 y en aquella tarde tórrida de julio- un amistoso ante China resuelto con paliza de la ÑBA- actuaron por primera vez juntos con la selección los hermanos Gasol. Ahora se busca una nueva generación, en la que ya despuntan algunos de los jóvenes talentos -Pradilla, Joel Parra, Yankuba Sima...- que Sergio Scariolo reclutó para encarrilar el camino hacia la fase final del Campeonato del Mundo del año próximo. Para aderezar la ceremonia, un homenaje: el que recibía Felipe Reyes, hombre récord con España y el Real Madrid, leyenda del deporte español y natural de Córdoba. El escenario idílico dio un vuelco. 

La invasión rusa convirtió de repente a un equipo de baloncesto en un grupo de compatriotas angustiados por las noticias que llegaban desde su país. Pocos pudieron dormir. La noche fue tensa en el céntrico hotel de Cordoba en el que se ha alojado desde el pasado lunes la expedición de Ucrania, que siguió su rutina de trabajo tratando de abstraerse de una situación que se dirigía hacia el límite. "Somos deportistas profesionales y venimos a jugar un partido de baloncesto; no queremos hablar del tema político», declaró el seleccionador de Ucrania, el letón Ainars Bagatskis, cuando la situación de tensión aún no había desembocado en el dramático episodio de la intervención militar rusa en distintas ciudades. Las imágenes de las explosiones y la salida de vehículos militares en las calles corrían por las redes sociales. A cuatro mil kilómetros de sus hogares, los jugadores recibieron el impacto. "Están sin ánimo, tratando de contactar con sus familias para ver si todo va bien", explicó el manager de la expedición, Andrei Lebedev, tras la suspensión del entrenamiento al enjambre de periodistas que se apostaron en las puertas del hotel. Ahí descansaron -o lo intentaron- durante una concentración en Córdoba que jamás olvidarán. En Vista Alegre disputaron el partido más difícil de sus vidas.  

Muchos no sabían cómo iban a regresar a su país, pues se cancelaron todos los vuelos. "Tenemos hijos allí, volveremos en autobús o andando", decía Lebedev, el mánager ucraniano. Los jugadores no se despegaban de sus teléfonos móviles y se miraban con angustia,. Que el balón de baloncesto, su herramienta de trabajo, caiga de sus manos para dejar su sitio a un arma sobrevuela ahora como una tétrica posibilidad entre los componentes de Ucrania, la selección de un país en guerra.