Primero, Campeonato de España. De Su Majestad el Rey, de Su Excelencia el Presidente de la República y de Su Excelencia el Generalísimo. Finalmente, y hasta hoy, de Su Majestad el Rey. La Copa, en resumen, la competición de clubes más antigua que se disputa en España y que este sábado vivirá su 120ª final, en La Cartuja (22.00 horas) entre dos equipos que no podrían entender su historia sin este torneo. 

El Valencia CF y el Real Betis, ganadores de ocho y dos títulos, respectivamente, un palmarés que ansían ampliar con la esencia ‘bronca’ los primeros y la tolerancia a la derrota los segundos. Dos filosofías de vida, la del valencianismo y el beticismo, para los que la Copa supone una oportunidad única de reencontrarse con un título.

Bronco y copero

Las prestaciones del conjunto che están hoy en día lejos de aquella generación que llegó a jugar dos finales de Champions en el cambio de siglo. Descompuesto aquel núcleo y ya barruntando en tierra de nadie del torneo liguero, conquistó la edición de 2008, “el título irreverenciado”, como lo define para El Periódico de España Sergi Calvo, historiador y valencianista, quien dimensiona el impacto que ha tenido la Copa en la historia del un club que la ha ganado en ocho ocasiones. La última, en 2019, ante el Barça en Sevilla, curiosamente en el campo de su rival de este sábado, el Vilamarín.

“El Valencia alcanzó cinco finales de Copa en los años cuarenta, en nueve temporadas. Tres de ellas consecutivas y, por cierto, las tres saldadas con derrota en el mismo estadio (Montjuic). La del 41, levantada por Juan Ramón, fue el primer título de la historia del club. A partir de ahí, las victorias en Copa son una constante donde se forja el espíritu “bronco y copero”, por el que todavía se conoce al Valencia y que, según Calvo, representa también el Valencia de José Bordalás, “quien ha entendido muy bien idiosincrasia y carácter del club”.

Cada edición en la que el Valencia avanzó hasta la final, tiene su espíritu. “Las Copas de los cuarenta -enumera Calvo- son fruto de una era dorada. Aquel equipo habría maravillado al planeta de no haber estado encerrado tras los Pirineos. La justicia para el gran capitán olvidado que fue Monzó, la raza de Roberto Gil en aquel Valencia ya europeo (1967), la de la senyera (1979), con los brazos de Kempes al cielo, el éxtasis del parto del gran Valencia en La Cartuja (1999), el título irreverenciado de Koeman (2008), la Copa del Centenario… (2019)”.

El Valencia que ganó la llamada Copa de la Senyera, en 1979.

El gran título bético

Para el ‘beticismo’, “la importancia de la Copa es máxima”, según explica a este diario Alfonso del Castillo, bético y miembro del Centro de Investigaciones de Historia y Estadística del Fútbol Español (CIHEFE). 

“Es la competición oficial en la que los aficionados béticos han visto ganar un título al equipo, ya sea en 1977 o 2005 (las dos que obran en sus vitrinas), pues el campeonato de Liga de 1935 cae ya muy lejano y ya no hay aficionados supervivientes de esa época. Y las generaciones más jóvenes han crecido con la mística que sus padres y abuelos les han narrado sobre estas dos conquistas”, justifica.

Detrás de las dos primeras finales coperas del Betis hay un simbolismo histórico. La primera, de 1931, en tiempos de la República. La de 1977, la primera con la denominación de Copa del Rey, “que inició un tiempo nuevo, coincidente con los nuevos vientos democráticos que se abrían en el país. Se disputó 10 días después de las primeras elecciones que se celebraban en España en 40 años. Tiempo nuevo y primer triunfo”.

El Betis se sacó una espina de 46 años, aunque las dos derrotas han quedado en el imaginario verdiblanco. “La final de 1931 supuso la aparición del equipo en el contexto del fútbol nacional. Hay que destacar que era la primera ocasión en que a la final llegaba un club que no fuera catalán, madrileño o vasco y que el Betis militaba todavía en Segunda”. 

La de 1997, frente al Barcelona, fue “la gran ocasión perdida”. “Posiblemente, el mejor equipo de las cuatro finales que ha disputado el Betis, que plantó cara. Aquella derrota, a cinco minutos, fue una injusticia. Un equipo con jugadores como AlfonsoAlexisJarni Finidi debió pasar también a la mejor historia verdiblanca”, recuerda Del Castillo desde la filosofía tan bética del 'manquepierda'. 

“El rasgo que caracteriza históricamente a esta afición es la fidelidad. Tras los años más duros de la Tercera División (1947-54) dijo un significado bético ‘éramos menos que nada’. Ahí surgió la mística del 'manquepierda', un grito de fidelidad y rebeldía ante una situación pavorosa. Hoy en día la situación deportiva, económica y social del club no es la misma, pero el 'manquepierda', lógicamente actualizado, debe seguir presente”, defiende este amante de la historia del Real Betis Balompié. El equipo se repuso ante su historia en 1977, con la Copa que ganó al Athletic en penaltis en un duelo para la historia entre dos grandes porteros: Esnaola e Iribar. El segundo falló ante el primero en el disparo decisivo.

La Copa del Agua

En la memoria del valencianista Sergi Calvo igualmente figura una derrota, incluso, por encima de las victorias. Aquella final de 1995 entre el Deportivo y el Valencia que vivían una aguda enemistad por el penalti errado de Djukic ante el equipo valenciano que privó al conjunto gallego de una liga. El trofeo se lo adjudicó en venganza el Superdépor en un partido que se tuvo suspender por el diluvio universal que cayó en Madrid, sede de la final. Fue la Copa del Agua. 

“Es mi gran recuerdo. Mucho más que las Copas de La Cartuja (1999) y la del Centenario (2018). ¿Me arrepiento de haber perdido salud en aquel tren nocturno, calado hasta los huesos, por estar en un partido que ni tan siquiera concluyó? Volvería aunque cayeran mil tormentas. Ganemos o perdamos este sábado en Sevilla, el valencianismo auténtico y de corazón, anárquico e irreductible, volverá de la capital andaluza más fuerte”, defiende el componente de una afición que mantiene una complicada relación con la directiva que encabeza Peter Lim

“En realidad, aquello de la ‘paz social’ es una quimera en Valencia. Una ensoñación. Siempre, incluso en aquellos tiempos en blanco y negro, el club ha estado sumido en espirales y conflictos autodestructivos. Por lo que, siempre es un buen momento para una Copa”, defiende el historiador valencianista, para quien la etiqueta de “subcampeón” le beneficia al conjunto de Bordalás, a 15 puntos del Betis, que aún lucha por meterse en Champions y frente al que perdió 4-1 en el partido de la primera vuelta. 

El beticismo no oculta que vive una temporada ilusionante después de competir con solvencia en tres competiciones. “Los mimbres de un gran Betis están puestos”, asegura el integrante de una masa social, “salvo momentos muy puntuales, que casi siempre ha ido por detrás en la historia”, por lo que confía en Pellegrini para “hacer ver a todos los jugadores que esto no está ganado ni mucho menos. Ese triunfalismo que se detecta en la afición, por el hecho de jugar en Sevilla y por el buen momento, no puede transmitirse bajo ningún concepto a los jugadores ni al cuerpo técnico, pues sería muy peligroso”.

“En Valencia sabemos bien que una final nunca es lo que parece”, advierte Sergi Calvo. “No es propiamente jugar en casa, pero como si lo fuera”, se protege Alfonso del Castillo. El sábado, cada uno escribirá una página de la historia del Valencia y del Betis de modo diferente. Una final sin buenos ni malos, solo coperos.