La carretera está pintada de amarillo. Cientos de aficionados a ambos lados de la estrecha y empinada ruta que conduce al aeródromo de Mende. A lo lejos se ve la imagen del humo de un pequeño incendio forestal y es que la ola de calor también afecta a los franceses. Una mujer vestida con el 'maillot' de la marcha cicloturista de Pedro Delgado es de las últimas que sube por la carretera antes de que la gendarmería lo corte todo. 

El Tour está presto y dispuesto para un nuevo duelo. El público está nervioso. Los aficionados que sudan tinta china se ponen inquietos. Tardan en llegar. Pero se sienten dichosos porque como si se tratase de la oferta de un supermercado, el 2 x1, verán dos etapas por el mismo precio gratuito. Primero el tremendo esfuerzo del australiano Michael Matthews para ganar la etapa y demostrar que es algo más que un esprinter. Y luego, 12 minutos más tarde, el sensacional demarraje de Tadej Pogacar que deja a todos secos, ¿a todos? A todos no, porque responde Jonas Vingegaard. El ruido es ensordecedor. La gente vibra con ellos. En un abrir y cerrar de ojos solo hay cálido asfalto entre la pareja que se juega el Tour y sus perseguidores, con Geraint Thomas tratando de lograr algo más que la tercera plaza, para reivindicarse, ojo que gané en los Campos Elíseos, y no hace tanto, que fue en 2018, antes de la pandemia.

Pero el galés no tiene nada que hacer.La pareja de moda se le esfuma. El ritmo de Pogacar es impresionante. Ni mira para atrás en unas rampas cortas, menos de tres kilómetros para un esfuerzo descomunal, pero en cuestas durísimas, que se hacen eternas y donde un pasillo humano impide divisar donde está el final, donde se acaba el sufrimiento. Porque, aunque no lo parezca, Pogacar y Vingegaard sufren aunque lo hacen más rápido que el resto de participantes.

Pogacar le ocurre lo peor que le puede pasar. Vingegaard, en un día en el que pierde más gregarios que en todos los Alpes juntos, incluido el más lujoso que se llama Primoz Roglic, se engancha a su rueda, como una lapa. ¡Ah! Pogacar, que mal lo tienes, el líder no se suelta y está igual de fuerte. Igual, quién sabe, aunque con los Pirineos en el menú es una locura hacer previsiones ahora, el Tour se perdió en un mal día por los Alpes.

El aeródromo de Jalabert

Y aquí están los dos para llegar al aeródromo, que un día fue de Laurent Jalabert, sin que haya asfalto de por medio entre ellos y para recuperar la esencia de los grandes duelos, a veces al sol, aunque agote como este sábado. Aquí están Vingegaard Pogacar para recordar que un día pelearon por el jersey amarillo Fausto Coppi y Gino Bartali, Jacques Anquetil y Raymond Poulidor, Eddy Merckx y Luis Ocaña y hasta Bernard Hinault Greg Lemond aunque los dos corriesen en el mismo equipo.

El Tour necesita de estos duelos aunque muchos los tengan que ver como neutrales y repartir las simpatías entre un Pogacar, que pese a su desfallecimiento en el Granon, es el mejor corredor del mundo, y Vingegaard que parece destinado a convertirse en el único que no solo protesta contra su reinado, sino que está dispuesto a provocar su abdicación, al menos en el Tour.

Llegan los dos juntos. Sin bonificaciones Vingegaard solo se preocupa en no soltarse en el último instante porque no quiere regalar a su rival ni un segundo de gloria, no sea caso que lo anime más de la cuenta. Ha sido el duelo de Mende, el que empezó en la carretera pintada de amarillo y el que acabó con un jersey del mismo color salvando con nota la segunda ofensiva de su único rival. Los Pirineos cada vez están más cerca, empiezan el martes. El duelo está vivo. Hagan apuestas y repartan las simpatías entre un chico danés y un muchacho de Eslovenia.