La Provincia - Diario de Las Palmas

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Historia

Un volcán al volante

En 1982, mientras peleaba por el título mundial, una avería y la noticia de que su padre había muerto, la relegaron al subcampeonato

Mouton, en su Audi, en el descanso entre tramos.

Michèle Mouton, “el volcán”, llegó al automovilismo por simple casualidad. Su padre, un empresario que se había pasado la Segunda Guerra Mundial en un campo de prisioneros y había hecho algo de fortuna en los años sesenta, tenía buenos coches pero sus dos hijas nunca le prestaron excesiva atención al garaje de casa más allá de sacarse la licencia de conducir y tener un medio para desplazarse. Todo cambió para Michèle el día que Jean Taibi, un buen amigo que estaba perdidamente enamorado de ella y participaba en rallys a nivel aficionado, la invitó a ser su copiloto en Montecarlo. Aquella experiencia supuso una revelación para ella, seducida por el ambiente, la velocidad y la adrenalina. En cuanto pudo, con la ayuda de Taibi, comenzó a entrenar y a disputar sus primeras pruebas. Aprendió rápido. Tenía buenas manos, grandes reflejos y agallas para enfrentarse a cualquier desafío. No tardaron en llegar los buenos resultados en pruebas modestas, limitadas a mujeres en la mayoría de los casos. Un día su padre, que sí advertía las condiciones para el pilotaje de su hija, se sentó con ella y le hizo una propuesta. Él le financiaría una temporada. Si al cabo de ese tiempo los resultados no eran satisfactorios se olvidaría para siempre del automovilismo.

Dicho y hecho. Mouton se hizo con un Renault Alpine y en 1975, con 24 años, vivió en Córcega su estreno en una prueba del Mundial. Su llegada supuso una conmoción. Una mujer en un mundo absolutamente masculino. Soportó con estoicismo las bromas, los comentarios en baja e incluso más de una falta de respeto. Para ella eso no fue lo peor sino adaptarse a la exigencia física de una competición donde no existe un segundo de descanso ni de relajación, donde una curva sucede a otra inmediatamente, pero aprendió deprisa. En Córcega ganó en su categoría y descubrió entonces que las cosas para ella siempre iban a resultar más costosas. Numerosos equipos reclamaron a los jueces al considerar que en su coche había truco porque era imposible que una mujer hubiese ido más rápido que ellos. De noche, en el parque cerrado, los comisarios desmontaron el Alpine de Mouton para resolver que allí no había nada extraño y que su coche era como el resto. Ese desagradable episodio no hizo otra cosa que disparar su fama. Le llegaron patrocinadores como Elf, más invitaciones para correr y el ofrecimiento de Fiat para convertirla en piloto oficial de la escudería a los mandos de un 131 Arbath. Ese coche fue su universidad. Era complicado de conducir y exigió lo mejor de Michèle Mouton. Logró buenos resultados en el Campeonato de Francia y también en el Europeo de Rallys, algo que siguió abriéndole puertas.

En 1981 el teléfono sonó en su casa de Grasse. Alguien le hablaba en inglés y ella apenas comprendía lo que le estaban diciendo salvo “Audi” y “cuatro ruedas motrices”. La firma alemana hacía tiempo que venía trabajando en un modelo con tracción a las cuatro ruedas y querían ponerla al volante de uno de sus coches. El salto era inmenso, a todos los niveles. En el fondo, aquello era una operación de marketing de Audi que deseaba llamar la atención y sabían que nada tendría tanto impacto como poner a una mujer en uno de sus coches en el Mundial de Rallys. No tardaron en llegar a un acuerdo y se unió a un equipo en el que su compañero era el finlandés Hanu Mikkola y para el que eligió como copiloto a la italiana Fabrizia Pons.

La temporada empezó mal para Audi por los problemas de fiabilidad del coche, que pronto descartó a Mikkola y Mouton de cualquier esperanza de estar en las primeras posiciones en la general. Pero a mitad de año empezó a dar síntomas de mejora hasta que llegaron a San Remo en octubre. Mouton comenzó la prueba de forma discreta porque el primer día se corría por asfalto y el Audi Quattro era infinitamente inferior a sus rivales. Pero el segundo día, en los tramos de tierra, voló para situarse líder de la general por delante de Ari Vatanen quien llegó a decir que “si una mujer me gana me retiraré”. La cuestión es que en la tercera jornada la diferencia se fue hasta los tres minutos. Mouton parecía tenerlo todo controlado hasta que un problema en el embrague complicó todo y dejó la diferencia en apenas treinta segundos. La perspectiva no era buena porque los tramos de la última jornada se suponía que favorecían al Ford Scort de Vatanen. Con el Mundial en el bolsillo el finlandés salió el último día desbocado para no ceder un triunfo parcial contra una mujer, Mouton lo llevó al límite y acabó por cometer un error. Entró muy pasado en una curva y allí se dejó sus esperanzas de ganar ese rally. La francesa no falló y firmó la primera victoria de una mujer en una prueba del Mundial de Rallys, la segunda además que conseguía el Audi Quattro en su historia. Lo que había comenzado como una operación publicitaria de la firma alemana había resultado un éxito deportivo absoluto.

En 1982 las cosas fueron aún mejores. El Audi ya era un coche de una solidez apabullante que reunía en sus filas a Mikkola, Mouton y el recién llegado Stig Blomqvist. Deseaban por encima de todo el Mundial de constructores y, si podían, que alguno de los suyos se llevase el título de pilotos. Una placa de hielo retiró a Mouton en Montecarlo donde el Ascona de Walter Röhrl emergió como la gran amenaza para los Audi. Las cosas cambiaron en Portugal donde la francesa dio una lección en el tramo de Arganil, bajo una niebla espesa. Allí, en carreteras imposibles por los cientos de miles de aficionados portugueses que llenaban las cunetas, se comió a Röhrl y a sus compañeros de equipo para conquistar el segundo rally del Mundial de su carrera. El bávaro, un tipo arrogante que no encajaba bien la derrota, dijo entonces que “un mono podía ser más rápido que él en un Audi” para desmerecer la victoria de la francesa. Una vez más Mouton se enfrentaba a los estereotipos y al machismo más rancio. Pero nada la apartó de su camino. El Audi siguió cosechando buenos resultados, aunque sus pilotos alternaban victorias con errores que los dejaban sin puntos. Ella era la más regular. Ganó el Rally Acrópolis bajo un calor infernal, lo hizo también en Brasil y a falta de dos carreras (Costa de Marfil e Inglaterra) estaba segunda a solo siete puntos de Röhrl. Los pronósticos la señalaban a ella porque el Audi debía ser mejor en los caminos de Costa de Marfil y eso le permitiría llegar a Inglaterra con la calculadora en la mano.

La francesa soportó más de una falta de respeto por parte de sus rivales

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La mañana antes de comenzar el Rally de Costa de Marfil recibió en su habitación la llamada de su novio. Su padre acababa de morir debido al cáncer que padecía. El mundo de Michèle se vino abajo en ese instante. Nadie había creído en ella como su padre que siempre la acompañó por el mundo hasta que la enfermedad se lo impidió. Su idea era plantarlo todo y marcharse a Francia, pero su madre se puso al teléfono para convencerla de que debía correr por él. Solo Fabrizia Pons, su copiloto, supo la noticia. Mouton se la ocultó al resto del equipo y salió a correr en un complicado estado emocional. Pese a todo el Audi voló por aquellos caminos de tierra rojiza durante la primera jornada de tramos interminables. Una hora de ventaja llegó a acumular Mouton sobre Röhrl tras las primeras jornadas. Convirtió la tristeza en furia y se lanzó en busca del título mundial que parecía acariciar. Pero en la tercera jornada llegaron los problemas. Primero la caja de cambios, luego el embrague… la ventaja se desvaneció y su cabeza dejó de estar donde debía. Demasiadas emociones juntas. Salió el último día por detrás de Röhrl, con apenas unos minutos de desventaja, dispuesta a ganar pero su nivel de concentración ya no era el mismo. Cometió un error en una curva larga, volcaron y sus esperanzas de conquistar el Mundial se quedaron tiradas en aquel camino de Costa de Marfil. Su familia esperó para que las exequias fúnebres de su padre se hiciesen a su vuelta a Francia. Michèle Mouton finalizó segunda el Campeonato del Mundo y Audi ganó el título de constructores.

El año siguiente cambiaron muchas cosas. Llegaron al Mundial los Grupo B, las bestias indomables de potencia descontrolaba y escasa fiabilidad, que convertían en una lotería muchas de las carreras. Para Michèle estar en el Mundial sin su padre ya no era lo mismo. La vida comenzaba a pedirle otras cosas. Redujo su calendario y comenzó a reorientar su carrera. En 1986 en el Rally de Córcega se produjo el trágico accidente que acabó con la vida de Henri Toivonen –tantas veces rival suyo– y su copiloto Sergio Cresta. Fue el día que se acabaron los Grupo B y que Michèle Mouton decidió que ya no tenía sentido jugarse la vida en las carreteras. Llamó a casa y dijo que se retiraba para siempre, que no volvería a competir. Y así fue. La francesa se marchó del automovilismo como la única mujer que ha ganado a los hombres en el Mundial de rallys. Sus cuatro triunfos son historia de este deporte como lo es el subcampeonato del mundo de 1982, aquel que su padre murió convencido de que sería de su hija.

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