HISTORIAS IRREPETIBLES

El Rey Ingo

El sueco Ingemar Stenmark, que esta semana ha perdido el récord de victorias en la Copa del Mundo de esquí a manos de la americana Shiffrin, llegó a superar en popularidad en su país al mismo Björn Borg

Ingemar Stenmark.

Ingemar Stenmark.

Juan Carlos Álvarez

El 9 de febrero de 1976 la vida en Suecia se detuvo de forma espontánea a la una del mediodía. No era jornada festiva, pero casi toda la población del país dejó lo que estaba haciendo en ese momento y salió en busca de la televisión más cercana. Se calcula que unos cuatro millones de personas, más de la mitad de la población del país, asistieron al estreno de Ingemar Stenmark en los Juegos Olímpicos de Insbruck (Austria). Ni tan siquiera Björn Borg, compañero de generación del esquiador, era capaz de lograr una capacidad de movilización semejante en Suecia. “El Rey Ingo”, como se le conoció coloquialmente a lo largo de su carrera, tenía una fuerza magnética que atrapaba a sus compatriotas y a cualquier aficionado al esquí alpino. Las audiencias televisivas de sus competiciones llegaron a superar el 60%, lo que da una idea de la dimensión en su país de este deportista cuyo nombre ha sonado esta semana más de la cuenta después de que la americana Mikaela Shiffrin superase su récord de 86 victorias en la Copa del Mundo, cifra que parecía intocable para siempre. Pero el aumento de modalidades en comparación con los tiempos de Stenmark lo han hecho posible.

Stenmark fue un deportista único con una personalidad diferente. Discreto, callado, introvertido… culpa seguramente de haber crecido en un pueblo de apenas quinientos habitantes en la frontera de Suecia con Noruega, no muy lejos del Círculo Polar Ártico. Había nacido en Joesjö pero a los cuatro años se marchó con su familia a Tärnaby. Durante un tiempo vivió con sus abuelos, que tenían una granja algo más alejada del núcleo del pueblo, con lo que la vida de Stenmark fue aún más solitaria. En un lugar así, sin apenas amigos con los que compartir juegos, un niño pequeño solo podía entretenerse con una cosa: el esquí. Una de las pocas actividades que ofrecía aquel lugar y una de las pocas para las que no necesitaba a nadie. Su padre, que trabajaba en la construcción de carreteras, se encargó de enseñarle. Cerca del pueblo había una pequeña estación con una pista perfecta, por tamaño, para practicar el slalon. Además, estaba iluminada, con lo que el pequeño Ingemar podía acercarse muchas veces después de la escuela a practicar, incluso en un lugar donde durante buena parte del año apenas se disfrutaba de la luz del sol. Fue así como el juego se convirtió en afición y al poco tiempo en auténtica obsesión. Desde muy pequeño comenzó a presentarse a competiciones en su categoría donde demostraba una habilidad extraordinaria para deslizarse por las pistas. Los responsables de la Federación Sueca anotaron su nombre convencidos de que aquel muchacho taciturno, silencioso, sin apenas amigos, podía convertirse en alguien en el mundo del esquí alpino.

"La escuela era un lastre para mí. No podía desarrollarme como esquiador y ser un buen estudiante al mismo tiempo. Decidí hacer una cosa bien"

Suecia, que tenía al esquí alpino como uno de sus deportes favoritos, llevaba mucho tiempo sin ser nadie a nivel internacional. La Federación tomó entonces la decisión de desviar buena parte de sus recursos y dar por amortizados a los esquiadores que en ese momento estaban en su madurez, convencidos de que nunca darían nada extraordinario, y apostar por los que estaban en fase de formación, un grupo de jóvenes de entre catorce y dieciséis años en los que tenían muchas esperanzas. En ese programa incluyeron al joven Stenmark. En ese momento y pese a que sus padres se enfurecieron con él, Ingemar, que era un mal estudiante, decidió aparcar los estudios. Años más tarde explicaría que “la escuela era un lastre para mí. No podía desarrollarme como esquiador y ser un buen estudiante al mismo tiempo. Decidí hacer una cosa bien”.

Stenmark no tardó en sobresalir en aquel grupo. Era un talento único con una capacidad para equilibrar su cuerpo que pocas veces se había visto. Su tronco apenas se movía durante los descensos y sus piernas parecían bailar. En 1973, con solo diecisiete años, la Federación Sueca le envió a participar por primera vez en la Copa del Mundo con la intención de que se fuese habituando al ambiente y la competición, pero lo que no imaginaban es que ese mismo año iba a conseguir tres podios. En Suecia se convencieron entonces de que estaban ante el nacimiento de una estrella. Era cuestión de tiempo que llegase la primera gran victoria. Sucedió a los pocos meses, cuando acababa de cumplir los dieciocho años, en el slalon de la estación italiana de Madonna de Campiglio. En ese momento una nueva era llegó al esquí alpino. Stenmark se convirtió en el gran y absoluto dominador de las pruebas de slalon y slalon gigante. Su gorro de lana tejido en su propia casa, con los colores amarillo y azul de la bandera sueca, se convirtió en un símbolo para el deporte y especialmente para sus compatriotas que le adoraban pese a la frialdad que transmitía cuando se quitaba los esquís o respondiese casi siempre con monosílabos a las preguntas de los periodistas. Era parte de su magnetismo.

La Federación llegó a cambiar el reglamento para frenar su rodillo en la Copa del Mundo

Donde Stenmark no se asomaba mucho era en las pruebas de descenso. Su fuerza estaba en los cambios de dirección, en la técnica exquisita que tenía. No se sentía cómodo bajando por las montañas a más de cien kilómetros por hora. Por eso apartó esa modalidad de sus planes aunque eso le lastrase en la clasificación general de la Copa del Mundo en la que se suman las puntuaciones de las distintas especialidades. Eso no fue obstáculo para él porque comenzó a arrollar de tal manera en las pruebas de slalon y gigante que compensaba la falta de resultados en el descenso. En 1976, después de su primer bronce olímpico en el gigante (el día de los cuatro millones de suecos delante de la televisión) consiguió la primera victoria en la general de la Copa del Mundo. Sucedió tres años seguidos gracias a que era un rodillo hasta el punto de que un año llegó a batir el récord de Killy con trece triunfos en slalon en un solo año. La situación llegó a tal punto que la Federación Internacional cambió el reglamento por su culpa. Convencidos de que Stenmark era intocable y convertía en un trámite esa clasificación decidieron que solo se sumasen los tres mejores resultados de cada una de las disciplinas para premiar a los esquiadores más versátiles aunque no lograsen tantos triunfos. Era un reglamento “anti Stenmark” que el aceptó con naturalidad. Incluso con un punto de orgullo. Se planteó entonces dar un paso adelante en el descenso y entrenó algo esa modalidad hasta que en 1979 sufrió un severo accidente que le hizo salir volando y le tuvo unas semanas en el dique seco. Ese día se despidió para siempre del descenso.

En 1980 sumó dos oros olímpicos en los Juegos de Lake Placid en Estados Unidos. El punto culminante de su carrera, los días en los que incluso Björn Borg estaba por debajo de él en índice de popularidad en Suecia. De hecho, el tenista ya había tenido sus problemas con la Hacienda sueca y había renunciado a jugar la Copa Davis alguna temporada, detalles que despertaban ciertos recelos entre sus paisanos. Con Stenmark nada de eso sucedía. Todo era limpio a su alrededor. Solo era noticia por sus triunfos y por ese rostro inexpresivo que asomaba continuamente en la televisión.

Mientras seguía acumulando trofeos en la Copa del Mundo su colección de medallas olímpicas no pudo continuar debido a que la Federación Internacional de Esquí no le dejó participar en Sarajevo en 1984 porque consideraba que era un deportista profesional por los contratos que tenía en Suecia. La vieja pelea del COI y sus federaciones durante años por defender un amateurismo que nunca era real entre los participantes. Pero de alguna manera quisieron ejemplarizar con él y le cerraron la puerta de los Juegos. Acudió cuatro años después a Calgary aunque sus mejores años ya habían pasado y aunque estuvo cerca no pudo subirse al podio. Stenmark compitió solo unos meses más. En febrero de 1989 logró en Aspen su victoria número 86 (el podio 155) y unas semanas después, en abril, tras participar en la prueba de slalon en Salen (Suecia) se fue hacia los periodistas y les dijo: “Hace un día soleado, un buen día para parar. Estoy cansado y es hora de dejarlo”. Y se marchó dejando tras él un palmarés increíble, mucho más si tenemos en cuenta que el número de modalidades de la Copa del Mundo creció tras su adiós. A las 86 victorias en la Copa del Mundo, las tres victorias en la general y las medallas olímpicas hay que sumarle dieciséis victorias en la general de la Copa del Mundo de slalon y gigante y cinco oros mundialistas. El último triunfo de su vida llegó hace pocos años cuando sobrevivió al tsunami de 2004 en Tailandia donde se encontraba de vacaciones. 

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