Barraca y tangana

Artículo de Enrique Ballester: Un comunicado

Si todos los días fueran libres, no sabríamos valorarlos. De igual modo, para apreciar las victorias hay que entender antes las derrotas

Artículo de Enrique Ballester.

Artículo de Enrique Ballester.

Enrique Ballester

La asociación de ideas es a veces peligrosa. Uno ve lo del Pizjuán con el Manchester United, por ejemplo, y sin querer se emociona y piensa: "Si el Sevilla puede volver a ganar la Europa League¿por qué nosotros no podemos volver a salir todos los jueves?".

Salir de fiesta empujado por la euforia que genera una victoria de tu equipo es una de las cosas más bonitas que te puede regalar el fútbol. De la celebración del gol pasas a la celebración del triunfo, y de ahí a la celebración de la noche entera, de la mera existencia. Eres feliz sin más esfuerzo que prolongar la inercia. No hace falta pedalear, solo has de dejarte llevar hasta la meta: el repaso mental y colectivo de las mejores jugadas, los parloteos con los amigos con los que vas y con los que te encuentras y las exageradas predicciones sobre el broche de la temporada, porque a esas horas siempre salen las cuentas. Por qué limitar la emoción al estadio si puedes vivir la experiencia completa. El partido no acaba hasta que ves después el resumen del partido en la nebulosa etílica, antes de entrar en la cama, ya regresado a casa. El impacto dura en la memoria hasta la siguiente semana, porque así son las victorias perfectas.

En cambio, salir de fiesta después de una derrota de tu equipo guarda otra esencia. En esos casos, bebes decadencia. Cada trago te hunde un poco más en tus miserias. Las discusiones amistosas mutan con una incontrolable facilidad en bronca tensa. Incluso cuando te diviertes, la risa se congela de repente con el recuerdo del resultado, porque lo de olvidar es una quimera. La amargura es tendencia y la gracia queda siempre incompleta. Lo último que se te ocurre al llegar a casa es ver el resumen del partido antes de dormir, ni de coña, ni por un trillón de pesetas. El impacto dura en la memoria más de la cuenta. Dependiendo del partido, de hecho, quizá no se borre jamás esa cicatriz de tristeza. Una final perdida, un descenso consumado o un ascenso que vuela. Eso siempre te persigue, porque no hay vuelta atrás, ni la habrá, y porque así son las derrotas de mierda.

Sin embargo, para poder disfrutar de unas hay que pasar por la tortura de las otras. Esto es algo sencillo de explicar. ¿Por qué nos gustan los días libres? ¿Por qué somos capaces de disfrutarlos? Porque tenemos muchos días ocupados. Si todos los días fueran libres, nos asquearían tarde o temprano. No sabríamos valorarlos. De igual modo, para apreciar las victorias hay que entender antes las derrotas. Vale que a veces el fútbol parece no pillarlo y habría que enviarle un comunicado, quizá, o algo. "Estimado fútbol, llevamos siete años en Tercera División, perdiendo play-offs y bordeando la desaparición, creo que ya hemos entendido eso del valor de la derrota. Nos ha quedado claro el tema y gracias por la enseñanza, pero a ver si podríamos pasar a lo de ganar, un día de estos, si no te importa".

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Un comunicado, quizá, o algo.

Cuidado en todo caso con la asociación de ideas, porque a veces no mides las consecuencias. No hay nada como salir un jueves y despertar un viernes con un capazo de responsabilidades y tareas para recordar por qué dejamos de salir los jueves. Por resumir, por lo que sea: no somos el Sevilla, Guti acaba de tener un nieto y la Europa League ya no es la Copa de la UEFA.

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Vía: El Periódico