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Evolución tecnológica, involución humana

Evolución tecnológica, involución humana

La de hoy ha sido una de las páginas más difíciles de escribir en toda mi vida. Lo vivido este miércoles, pese a la distancia, te marca cuando trabajas en un medio de comunicación. De repente te ves inmerso en una vorágine de acontecimientos que transcurren a la velocidad del rayo, sin casi darte tiempo para pensar lo que de verdad está ocurriendo. Sin tiempo para recapacitar. Sin posibilidad de reflexionar sobre lo que realmente está pasando a tu alrededor.

Tan solo el inexorable paso de los minutos, la falta de horas de sueño, y desayunar frente a la portada del periódico, te hace ver lo que realmente ha pasado. Lo sé. Esta es una sección de tecnología, donde cada semana charlamos sobre lo divino -y también lo maligno- del mundo digital. Pero algunas veces ocurren hechos que hacen que te plantees si tanta evolución tecnológica sirve realmente para algo.

Posiblemente sí. Sirve para poderte conectar a Twitter, leer tu muro de Facebook y darte cuenta de los prejuicios de la gente, y de cómo en ciertos momentos de nuestra vida volvemos a ser cavernícolas. Da igual cuánta tecnología tengamos a nuestro alrededor. No hay evolución.

Nos hemos convertido en hombres de Neandertal digitalizados, con smartphones y televisores inteligentes pero que no somos capaces de ver más allá del siguiente disparo o del siguiente muerto.

En nuestra sociedad, la libertad de expresión es fundamental. Es un derecho básico ganado a pulso tras siglos de lucha contra poderes y regímenes. Es un derecho tan fundamental como lo es el respeto religioso para otras sociedades. Pero absolutamente nada justifica la barbarie ocurrida esta semana en París. Y ahí es donde se pierde cualquier razón de ser.

Por mucho que sigamos evolucionando tecnológicamente, nada tendrá sentido mientras sigamos involucionando humanamente. Hoy ha sido muy complicado sentarse frente al teclado, y es que uno de los más básicos de nuestros derechos ha sido tiroteado y luego rematado en la nuca. Y sí, yo también soy Charlie Hebdo.

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