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La noche más larga del salazarismo

Un quirófano y la "fiesta del siglo" marcaron el inicio del fin de un régimen

Salazar, rodeado de algunas de las enfermeras que lo cuidaron. E.D.L.

En la noche del 6 de septiembre 1968 António de Oliveira Salazar fue operado de urgencia en el Hospital de la Cruz Roja de Lisboa. Al mismo tiempo, a pocos kilómetros de allí, en su quinta de Alcoitão, el millonario boliviano Antenor Patiño daba una fiesta considerada el acontecimiento social del siglo. La cúpula del Estado Novo portugués se repartió entre los dos lugares en las horas que marcaron el principio del fin de un régimen. Fueron trece horas interminables en las que se mezclaron el drama y la ostentación.

El periodista Miguel Pinheiro recoge detalles inéditos de lo que sucedió entonces en un libro titulado A noite mais longa (A esfera dos livros) que, a través de documentos y testimonios, indaga en la decadencia física y la operación de Salazar, la fiesta de Patiño, el rey del estaño, el impacto de la llegada a Portugal de actrices de Hollywood, Audrey Hepburn, Grace Kelly, entre ellas, de los miembros de la realeza europea, de algunos de los hombres más ricos de la época y de los periodistas, como el caso de Nuno Vasco, reportero del Diário Popular, que se disfrazaban de camareros para poder infiltrarse en un baile fuertemente custodiado por la policía y la PIDE. O el de la temida cronista social Vera Lagoa, por la que el propio Salazar se enteraba de todo tipo de chismorreos.

El salazarismo empezó su agonía un mes antes cuando el hombre que había dirigido con mano férrea Portugal durante cuarenta años se cayó de la silla apolillada de lona, en la que acostumbraba a sentarse para leer los periódicos durante sus veraneos en el fuerte de Santo Antonio da Barra, justo a la entrada de São João do Estoril. Salazar cayó de espaldas y recibió un fuerte golpe en la parte posterior del cráneo. El único testigo de aquello fue el barbero que le ayudó a levantarse del suelo. Las primeras palabras que escuchó del jefe del Gobierno era que nadie podía enterarse de lo sucedido.

La situación se complicó cuando, a consecuencia del golpe, el dictador portugués sufrió una grave trombosis y tuvo que ser operado. Los médicos decidieron que no disponía de capacidad para seguir gobernando. El presidente de la República, el contraalmirante Américo Thomaz, decidió, tras pensárselo mucho, nombrar nuevo presidente del Consejo de Ministros a Marcelo Caetano, ex rector de la Universidad de Lisboa que había ocupado los cargos de ministro de las Colonias y de la Presidencia.

A Salazar lo mantuvieron entubado un tiempo. El propio Caetano, en un gesto que delata las ganas que tenía de perder de vista al doutor, dio la orden a los facultativos de que si otro ciudadano necesitaba las máquinas que le mantenían vivo las desconectasen y volvieran a conectarlas para salvar una vida. No hubo necesidad de ello, puesto que Salazar se recuperó y los médicos que lo habían atendido llegaron a la conclusión de que podían darle el alta.

Entonces vino el segundo problema. Los mismos que querían librarse de él entendieron que el expresidente del Gobierno debía retirarse a su casa natal de Santa Comba Dao, a más de 200 kilómetros de Lisboa. Y ahí fue cuando Maria de Jesús Caetano, doña Maria, la mujer que le acompañó durante la vida, ejerciendo de gobernanta, se negó en redondo y sostuvo frente a la opinión de todos que la única morada digna de Salazar era el Palacio de São Bento, sede del Gobierno. Thomaz, que se vio obligado a intervenir, aceptó finalmente que el ex jefe del Gobierno siguiese residiendo en la casa que había ocupado los últimos treinta y nueve años.

Nadie del régimen se atrevió a decirle al dictador que lo habían sustituido para que todo siguiera igual -Caetano lo llamó "la evolución en la continuidad"-, de manera que se puso en marcha uno de los esperpentos más disimulados de la historia. Los ministros acudían todos los domingos -su único día libre- a São Bento para despachar con el paciente, que raramente se dirigía a ellos. Doña Maria, pendiente de todo, recordó que el doutor le había contado en una ocasión que a Stalin, cuando estaba muy enfermo y no podía gobernar, otros miembros del Politburó le entregaban ejemplares manipulados del diario Pravda para que siguiera viendo reflejada una actividad que ya no desempeñaba. En los periódicos que le daban a leer a Salazar venían recortados los huecos donde aparecían referencias a Caetano.

O Século, que se declaraba independiente pero seguía consignas del régimen, llegó a imprimir una primera página falsa para que siguiera creyendo en la gran mentira. Lo que nunca se sabrá es si el doctor de Coimbra vivía siendo consciente de ser el presidente del Gobierno o bien fingía. Cabe la posibilidad de que pasase los últimos días convencido de que la suerte del país y del Estado Novo dependían de él. Él mismo solía decir: "Después de mí el diluvio".

En septiembre de 1969 un periodista francés de L'Aurore le preguntó qué opinaba de Caetano, y Salazar le elogió agregando, sin embargo, que hacía mal en no querer formar parte del gobierno. Casi un año después sobrevino el anunciado diluvio. En abril de 1974, el terremoto.

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