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pinceladas del noroeste de gran canaria

Por el territorio indígena de Tirma

Repaso a la historia, geografía y leyendas de una región escarpada del reino de Gáldar con un paisaje extraordinario y un rico y variado ecosistema, escenario de avatares de trascendencia histórica

Por el territorio indígena de Tirma

El noroeste de la isla de Gran Canaria es una región tremendamente escarpada, jalonada de profundos barrancos, macizos montañosas, pinares, playas y numerosos acantilados costeros entre los que destaca el roque Faneque, considerado por su altitud de 1200 metros como el más importante de África y Europa.

Toda la región se enmarca en territorio con paisaje extraordinario y con un rico y variado ecosistema, donde se han sucedido numerosos avatares históricos de especial trascendencia para la cultura de la isla que nos proponemos desglosar y analizar.

La isla de Gran Canaria cuando llegan los europeos en el siglo XIV la encontraron dividida en dos reinos independientes el de Gáldar y el de Telde, pudiéndose establecer una línea divisoria entre las dos demarcaciones desde las poblaciones de Tamaraceite hasta Arguineguín, con lo que toda esta zona noroeste de la isla quedaba englobada bajo la jurisdicción del reino de Gáldar. En esta zona los asentamientos indígenas de mayor importancia fueron los de Gáldar, Agaete y La Aldea, y la amplia extensión de Tirma se ubicaba entre las dos últimas poblaciones, pero curiosamente no solo era un lugar sagrado para los del reino de Gáldar, sino lo era para todos los habitantes de la isla.

Tirma es un topónimo indígena del que se desconoce su significado, al que las crónicas señalan como un extenso territorio sacralizado donde los insulares se dirigían en peregrinación colectiva en demanda de la lluvia.

En algunas de las crónicas los textos refieren como recintos sacralizados de la isla a Tirma y Amagro, este último cercano a la población de Gáldar y en otras a Tirma y Umiaga ubicado este en la zona jurisdiccional del reino de Telde.

Los denominados almogarenes o santuarios de culto son numerosos a lo largo de todo el perímetro de la isla, pero como dicen las crónicas sólo juraban por Tirma, Amagro y/o Umiaga , y en estos territorios los indígenas gozaban de absoluta protección, no pudiend ser perseguidos y capturados. También gozaban de idéntica consideración los recintos de harimaguadas que los indígenas denominaban Roma, situados, uno en la playa de Agaete, y otro en el mismo corazón de la Gáldar indígena.

El territorio indígena de Tirma, cuyo topónimo se ha conservado hasta la actualidad, lindaba con el mar, puesto que los textos se refieren a él señalando que "era un risco que caía al mar" y poseía una extensión de unas dos leguas. Recuérdese que la legua castellana, en su origen, tenía unas dimensiones de 4.190 metros, pero en el siglo XVI se ampliaron sus medidas a 5572 metros.

Por tanto la zona indígena de Tirma debía de tener aproximadamente una extensión de algo más de 10 kilómetros de longitud y en ella los isleños y sus ganados gozaban de protección e inmunidad absoluta, por lo que se justificaba la densa población que allí habitaba. Y periódicamente cuando la necesidad lo requería se dirigía al lugar toda la colectividad insular en peregrinación, señalándose que lo hacían porque allí estaban a los sepulcros de los antepasados.

Y precisamente en torno a la montaña de Tirma se han encontrado más de veinte estructuras tumulares, y entre ellas debió de estar la llamada sepultura del gigante, que con toda probabilidad pudo ser el enterramiento de uno de los antepasados fundador del linaje de especial veneración:

"Y ser fábrica u obra de gigante, porque la pié del Tirma, señalan por memoria que llaman la sepultura del gigante que en tiempo de los mallorquines era el guarda de la plaia de Gaete, que tiene más dequince pies señalada en quatro onde fue enterrado, también en la plaia llaman el paseo del gigante, y una piedras onde se sentaba", recogen Marín y Cubas.

Pero de todos los recintos indígenas en los que se practicaban rituales religiosos en la isla en solo uno de ellos, en este de Tirma se efectuaban sacrificios humanos rituales voluntarios. Se arrojaban al vacio los escogidos al grito de Atis Tirma, convencidos "de que sus almas sería dichosas después de muerte", y por otro lado, que sus familiares adquirirían a lo largo de su vida rango de hidalguía.

Una de las referencias más sorprendente es la del navegante francés Bergerón que visitó las islas en 1640, puesto que en el texto de su expedición se narra que estacostumbre ritual del suicidio voluntario aún se mantenía en el siglo XVII: "También se dice que en Gran Canaria existía un templo llamado Tyrma construido en una elevada roca donde se precipitaban cantando y danzando persuadidos por sus creencias y por los sacerdotes de que de sus almas serían dichosos después de la muerte; tanto influye la religión, mala o buena sobre los espíritus que hasta en nuestro siglo existe esa costumbre y el risco ha conservado su nombre".

También en el mundo indígena de la isla de Tenerife se reseñan sacrificios humanos voluntarios con motivo del fallecimiento del rey, actuando los suicidas como mensajeros y acompañantes del monarca fallecido.

"Y tienen la costumbre de que cuando muere un rey, le extraen las vísceras y las colocan en una cesta hecha de hojas de palmera. Y hay allí en aquel monte un lugar peligroso que da sobre el mar cortado a pico, y aceptan que voluntariamente uno de los naturales de la tierra lleve consigo las vísceras del rey y vaya a lo más alto que pueda de aquel lugar escarpado, y se arroje al mar, de donde no puede salir más, desde lo alto al fondo hay unos bien 500 pies. Están allí los demás mirando y diciendo algunos de ellos "Te recomiendo al rey" y otros dicen "Te encomiendo al padre, otros "Al hijo"; otros a su amigo muerto, y "dile que sus cabras están muy gordas, o flacas o si se han muerto o no". Y todas las noticias que saben de sus reyes y parientes las envían a sus reyes y parientes difuntos por medio de aquel que se arroja al mar. Y después toman el cuerpo del rey y lo llenan de manteca y lo meten en un espeto, como a una gallina, y lo ponen o lo envían a una cueva, y delante de ella colocan para custodiarlo a un hombre de bien que por su honradez testimonie si se le caen sus cabellos o piel durante un año. Y si se le caen los cabellos, lo tienen por un gran pecador, y si no lo tienen por un buen varón. Y se reúnen todos y celebran un gran convite y le tributan los mayores honores. Y después del convite lo llevan al lugar peligroso donde otro se arroja al mar, para que así acompañe al rey en el otro mundo", según Gómez de Cintra.

En Gran Canaria el desriscamiento ritual no solo se practicaba como recurso social que favorecía la integración social de los familiares del inmolado. También el santuario de Tirma fue escogido en los momentos cruciales de la conquista de la isla para efectuarse allí las inmolaciones rituales de los dirigentes canarios vencidos. Así tras la rendición de los últimos alzados canarios en Ansite, los dos líderes insurrectos del reino de Telde, Bentejuí, también llamado Tazartico, y Guariragua, el faycán tuerto, optaron por arrojarse desde la montaña sagrada de todos los insulares de la isla.

"Y visto por el Rey de Telde que pretendía la isla que se llamaba el Rey Guadarteme de Telde, se apartó de ellos con grandísimo enojo y se fue a un despeñadero que llaman Tirma. Y él y un muy gran amigo suyo se abrazaron allí tiernamente y se echaron juntos el risco abajo y se hicieron pedazos, diciendo que más valía morir que no ser sujetos a Rey extraño", se lee a Ulloa. También el cronista Escudero documentó la inmolación de Bentejuí desde Tirma aportándonos un dato significativo: "frontero a este risco ai otro Tirma. La parte o risco por onde se despeñó llaman de Tirma, y llegando allí se abrazó con él su amigo muy íntimo y ambos se hicieron pedazos de el risco abajo. Frontero de este risco ai otro Tirma, que por allí se arrojaron dos mujeres por no ser prisioneras de unos españoles que las siguieron hasta allí por onde se arrojaron (y llaman) el salto de las mujeres?"

Es decir había un lugar desde donde se inmolaban, lugar que en nuestra consideración debía de ser el roque Faneque, y en sus inmediaciones estaba el otro Tirma hoy en día reconocida propiamente como la montaña de Tirma, en la que también pudieron efectuarse suicidios voluntarios y en la que todavía pueden localizarse abundantes restos arqueológicos: Tras la conquista la zona de Tirma se repartió entre distintos colonos y así nos encontramos anotaciones en algunos testamentos como en el de María de Vera y su esposo Domingo Ramos en 1623 que certifican la paulatina colonización del territorio. "Yten tengo unas tierras en Tirma junto a las que allí tiene Maria de Vera mujer de Andrés de Sayabedra questas son la mitad suyas y la mitad de mis hijos."

También en otro documento de 1645, en el testamento de María de Vera esposa de Andrés de Saavedra, se habla de la ocupación territorial de los montes de Tirma: "Yten dejo en donde dicen Tirma término de esta villa como cincuenta fanegadas tierras montuosas que heredé de mi madre María de Vera."

Ya en el siglo XVIII nos encontramos que entre Tirma y Tifaracas habitaban en la zona sólo 11 propietarios, y la montaña de Tirma era utilizada como atalaya de vigilancia que permitía enviar señales en caso de peligro o invasión de la isla. De seguro debió de utilizarse a lo largo de la guerra de la Oreja cuando los británicos desembarcaron en la playa de la Aldea y en Agaete en 1745 siendo totalmente rechazados por los milicianos.

En el siglo XX Tirma se convirtió en una finca particular de ocio y recreo para una mancomunidad de doce importantes familias de la isla, cuyos guardianes contratados vigilaban e impedían que los vecinos de las localidades limítrofes se aprovecharan de los recursos del territorio, interviniendo especialmente contra los carboneros que se veían obligados a sacar el carbón de Tirma aprovechado la noche, iluminándose para ello con hachones de tea. En la actualidad la finca de Tirma es propiedad del Cabildo de la isla y solo habitan en ella dos hermanos que han quedado como encargados de la extensa finca pública incluida dentro del espacio natural de Tamadaba.

*Roberto Hernández, profesor de Historia y Fabiola Herrera, de Matemáticas

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