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Tibiabín y Tamonante, las sacerdotisas majoreras

A diferencia de lo que ocurría en el resto de islas, por lo menos lo que ha trascendido en textos históricos, en Fuerteventura el papel de la mujer fue esencial, sobre todo el de dos de sus sacerdotisas más celebres, que además eran madre e hija, Tibiabín y Tamonante. Su protagonismo tanto en el terreno político como religioso fue notable. Nada que ver con el papel secundario que tienen las mujeres en el resto del Archipiélago. De hecho en Tenerife se considera que las figuras femeninas parecían invisibles. Su quehacer se ciñe al entorno de la cueva, a la crianza de los hijos y a procurar la alimentación de la familia. En Fuerteventura, la mujer ostenta el poder. Desde lo alto de Tindaya mantiene una comunicación con los dioses, las huellas de podomorfos y restos humanos confieren una importancia vital a este lugar, considerado sagrado por los majos. Ellas se encargaban de asesorar a los reyes, y sus opiniones eran siempre tenidas en cuenta.

En el verano de 1403 se sabe que la isla estaba políticamente organizada en dos jefaturas, en dos segmentos tribales dominados por Guise y Ayose. Ambos reinos contaban con el apoyo de dos mujeres, dos autoridades religiosas, Tamonante, la gobernanta y Tibiabín, la rezadora, la que se comunicaba con los dioses.

La presencia de estas dos mujeres distinguidas la documenta por primera vez Leonardo Torriani en 1592 quien escribió: "La una se decía Tamonante, la cual regía las cosas de la justicia y decidía las controversias y las disensiones que ocurrían entre los duques y los principales de la isla. La otra era Tibiabín, mujer fatídica y de mucho saber, quien, por revelación de los demonios o por juicio natural, profetizaba varias cosas que después resultaban verdaderas, por lo cual era considerada por todas como una diosa".

Por este autor se sabe que Tamonante impartía justicia y resolvía las disputas entre los reyes y las personas principales de la isla. Tibiabín, debido al juicio natural que poseía, era la sacerdotisa que dirigía las ceremonias y los ritos, por lo que se le veneraba, siendo además una autoridad entre la población.

Abreu Galindo en 1632 señala el parentesco que existía entre ellas: "Había en esta isla dos mujeres que hablaban con el demonio; la una se decía Tibiabín, y la otra Tamonante. Eran madre e hija".

Tal como recoge un estudio de la experta en el mundo de los majos Nona Perera, "por referencias etnoarqueológicas sabemos que en las culturas bereberes las mujeres son las responsables del desarrollo de las ceremonias de rituales propiciatorios, en los que se realizan ofrendas derramando líquidos alimenticios".

Numerosos estudios arqueológicos certifican que los antiguos majos o mahos acudían a lo alto de Tindaya para tomar las decisiones más importantes que tenían que ver con la vida de los integrantes de su comunidad. El altar, situado en la cima, era su santuario, el lugar en el que se rezaba a los dioses, se imploraba para que lloviera, se hacían sacrificios para sanar a los enfermos y también para comunicarse con el inframundo. Así lo recogen las crónicas de Abreu Galindo en las que habla de la forma en la que la población prehispánica de Fuerteventura realizaba algunos de sus ceremoniales religiosos: "Adoraban a un Dios levantando las manos al cielo. Le hacían sacrificios, derramando leche de cabras con vasos que llamaban gánigos, hechos de barro". La población aborigen considera que sus ancestros poseían la capacidad de predecir, de enseñar y facilitar indicaciones de lo que deberían hacer.

Pero no todo lo que tiene que ver con la magia de Tindaya es producto de la imaginación, los arqueólogos reconocen la presencia de una casta sacerdotal dedicada a la observación del cielo y de la que destacan dos mujeres consideradas chamanes del grupo, Tibiabín y su hija Tamonante. Los reyes de Fuerteventura Guise y Ayose, una vez que cesaron en sus disputas, acudían a ellas para recibir sus consejos, y actuar en consecuencia.

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